De cuando hay un chica tipo Disney y un hermano medio loco.
De cuando hay una ardilla roja y una chica tipo Disney.
Volvíamos del almuerzo cuando los ví.
A decir verdad, comenzaba a ser extraño que todo nos ocurriera en la hora de la comida. Debería reorganizar mi horario.
Continuando con lo importante, Zach, Francis y yo vimos cómo un grupo de chicos del tercer año tenía acorralado a otro más pequeño, de no más de trece. Era uno de esos niños que aún no perdían la redondez en las mejillas, y cuyas manos temblaban ante la más mínima presión. A su alrededor, risas burlonas y palabras entrecortadas llegaban a mis oídos como un eco distorsionado.
"Caridad", "nobles", "Empire".
No necesitaba escuchar más. Las piezas se encajaron solas: becas. Se estaban burlando de él por ser uno de los estudiantes becados. Porque claro, qué escándalo que alguien sin linaje ilustre ni fortuna se colara entre las columnas platinadas del Empire.
Francis, a mi lado, quiso avanzar. Pero yo negué levemente con la cabeza.
—No conviene intervenir. Espera un poco.
Era una sugerencia, pero ellos sabían que tenía razón.
Así es como funciona, ¿no? —me dije a mí mismo—. Los poderosos mandan, los demás agachan la cabeza. Así funciona el mundo.
O al menos, eso creía.
En ese momento, alguien más entró en escena.
Ella caminaba tranquila, distraída y mal vestida como siempre, hasta que sus ojos se posaron en la escena. Entonces su expresión se suavizó aún más, si es que eso era posible. Sin prisa, se acercó al grupo. Y sonrió. Una sonrisa de esas que nunca nadie como yo podría imitar.
Sonreía a pesar de que ellos la miran como si fuera una basura en su zapato.
De la misma forma en que seguramente todos aquí hacemos.
Y entonces, por alguna razón, recordé que ella también es becada.
Lane… Es verdad que su tonito es medio irritante, y su tranquilidad permanente es frustrante… su mera presencia es molesta pues. Pero ella no tiene la culpa de existir sin dinero y poder.
Nadie la tiene.
De pronto, lo que están haciendo no está tan justificado.
—¿Qué haces? ¿Estás mirando a los animalitos? Son muy lindos —le dijo Lane al chico, como si no estuvieran en medio de una humillación pública—. ¿Ya viste a las ardillas rojas? Llamé a una Tip, ya sabes, por la película… ¿La habéis visto? ¿Queréis conocerla?
—Esta sí que está chiflada—se burló uno de los mayores—. Es incluso peor que la cabeza de paja
Ella no lo miró ni se inmutó. Pero el niño contrajo la expresión con dolor.
Noté entonces que su cabello era amarillo como… sí. Un fardo de paja. Seca.
—Tip viene cuando la llamo —continuó Lane, como si no lo hubiera oído. Y silbó. Cuatro notas simples, como una melodía de cuento.
Y, sorprendentemente, apareció una ardilla proveniente del árbol a un par de metros detrás de ellos. Pequeña, peluda, brillante. Se posó en su rodilla sin miedo, y la observó con lo que casi parecía... una sonrisa.
—Hola, Tip —le dijo Lane con dulzura—. Te presento a un nuevo amigo.
La ardilla movió la cabeza como si entendiera. Y honestamente... para este punto no estaba seguro de que no lo hiciera. Si había logrado identificar una canción para llamarla específicamente, ¿cómo no entendería palabras?
Miré a mis amigos, luego a los chicos que molestaban becados y ambos lados tenían expresiones extrañadas, pero al mismo tiempo rozando el desdén.
—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó al chico, que seguía con los ojos húmedos.
—Puedes decirme Ricci —murmuró, con la voz temblando un poco. Mirando de reojo a los que lo molestaban, pero volviendo la vista a Lane inmediatamente, decidiendo que era mejor opción la que hablaba con animales que los que hablaban sandeces.
—Encantador —respondió Lane. Le sonrió y luego volvió a la ardilla—. Tip, él es Ricci. Ricci, ella es Tip. ¿No crees que es encantador?
La ardilla saltó con ligereza y se acomodó en la rodilla del chico. Ricci se sobresaltó, pero no se apartó. Quizá por la sorpresa. Lane tomó su mano y lo hizo extenderla para acariciarle a la ardilla el dorso de su cuerpo.
—Y habla con los animales... ¿qué te crees? ¿una princesa de Disney?
—Interrumpir conversaciones es de mala educación— reprende, con suavidad, como si tratara de hacer entrar en razón a un niño berrinchudo.
Nada en su expresión demuestra que le haya afectado, o que… siquiera haya entendido lo que dijeron.
—¿Cuántos años tienes?
—Catorce.
—¿De verdad te crees especial por hablar con una rata con cola? —dijo uno de los bullies, torciendo el labio.
—Me parece especial quien puede ver belleza en lo pequeño —respondió Lane, tranquila—. Pero claro, eso no todos lo logran.
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Editado: 10.05.2025