Sobre el césped estaba sentado el pequeño niño. Con frío, a pesar de lo soleado que se encontraba el día, el tenía frío. Su cabello estaba pegado a su frente, contrastaba a la perfección con los dientes de león volando a su alrededor. Había apretado más su pecho contra sus piernitas cuando recordó. «si dices una sola palabra, vendremos por ti» sin duda no quería que vinieran por el.
Aquellas personas que lo abandonaron allí a su suerte no eran buenas. Por alguna razón, él les temía. Miro una ves más a su alrededor, nada. Estaba solo. Incluso si se hubieran quedado con el, habría sido infeliz, el envidiaba las pocas veces que salía, porque veía como muchos niños eran amados por sus padres, sollozo y atrapó un pequeño diente de león. Cómo el, frágil y delicado.
En aquel lugar había una pequeña autopista, vio como a lo lejos el auto de sus dos agresores si iba alejando, una mujer y un hombre, los dos adultos jóvenes, pero ¿Acaso era tan malo? Claro que sí. Sus padres habían muerto. Su madre había muerto, lo poco que lograba recordar lo traumatizaba en sobremanera, sus lagunas variaban, el incendio, los gritos, y los sollozos nada estaba claro. Pero esas lagunas por muy pequeñas que fueran lo atormentaban. Llegaba a pensar cosas sobre sí mismo. «soy malo, no merezco vivir, todos sufren por mi culpa, la gente que se queda conmigo pronto será infeliz».
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando un auto que pasaba por allí. Se detuvo, una señora muy bonita y agradable tenía una niña en sus brazos, al ver al pequeño niño tan indefenso, paso a la niña a los brazos del hombre «envidia» ese niño ya no recordaba lo que era ser tomado en brazos. Miró a aquella mujer como si quisiera escapar, a tan corta edad había conocido el dolor, había olido la muerte y eso lo atormentaba de muchas maneras.
Entonces el pequeño odió a la pequeña familia, porque podía ver su color, el color del amor y eso fue algo que jamás se le otorgó, «cariño, ¿Estás perdido?» el niño movió la cabeza en señal de negación. «¿Dónde están tus padres?» pero esta vez el niño, no respondió.
Aquella mujer hizo una mueca, y el pequeño niño se alteró y pensó «hago infelices a todos», la mujer abrazo al niño en el césped y envío a su esposo en busca de autoridades. Pronto el niño soltó el calor de la dulce dama y se vio rodeado de policías y ayudantes de regaste, con sus típicos chalecos fosforescentes.
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Editado: 04.10.2022