Buscando A Papá

CAPÍTULO 1: Un miedo mayor

A Jimena le costaba ponerse de pie, cada vez que lo hacía, sentía que las fuerzas le fallaban, que tarde o temprano terminaría tendida en el suelo. Lilian, su pequeña hija, era un rayo de sol a su lado.

Era una niña tan amorosa y transmitía tanta paz que todos los miedos de Jimena se disipaban, solo por un momento.

—Mamita, ¿quieres agüita? —Preguntó la pequeña con una gran sonrisa. 

Amaba jugar a la enfermera con su madre, esos momentos eran los que Jimena se llevaría en su corazón y terminarían germinando en el interior de su hija.

El médico se abrió paso por la sala de la casa hasta encontrarse en la habitación de la señora, el semblante de este esbozaba una pequeña sonrisa al contemplar a la pequeña Lilian cuidando con una completa dedicación a su mamá.

No era la primera vez que el hombre debía dar una noticia de ese calibre, aun así, era la primera vez en la que esa familia solo contaba con dos integrantes: La madre y su pequeña hija de once años. 

¿Cómo podría decirle a una niña que su madre pronto partiría y no se le permitiría llevarla consiguió? 

El futuro de Lilian era incierto, ella podría terminar en un hogar para niños, pero nadie aseguraba que ese fuera el sitio perfecto para ella. 

—Lilian —dijo el doctor llamando la atención de la pequeña. —¿Puedes traerme un poco de agua, por favor? 

Los ojos del hombre estaban centrados en la niña, la cual, luego de asentir, corrió en dirección a la cocina. Aprovechando ese corto espacio de tiempo, encontró el valor para decirle a Jimena que su enfermedad estaba tan avanzada que solamente le faltaban un par de días para que entrara en el descanso eterno.

Era una noticia difícil de dar, pero mucho más de asimilar. Jimena quedó paralizada por un par de minutos mientras era bombardeada por los miles de pensamientos acerca de qué sucedería con su hija. 

¿Qué pasaría con Lilian? ¿Quién cuidaría de ella en su ausencia? 

—Lo lamento mucho —balbuceó el médico. 

No encontraba qué más decir en un momento como ese. Para Jimena, poco importaba el hecho de que ella muriera, si no el que su hija seguiría en este mundo corriendo a su suerte.

—¿No hay nadie que pueda hacerse cargo de ella? ¿Un familiar? ¿Un amigo? 

Jimena enmudecía frente a ello. Su padre ni siquiera sabía de su existencia, ella desconocía su paradero para poder hacerle llegar la noticia, era como si la tierra se lo hubiera tragado.

Sin más, el médico se fue sintiéndose impotente en un momento de esos. Por supuesto, estaba cruzando un poco la línea existente entre médico y paciente. Pero la situación de esa familia de dos era difícil.

Durante el resto de la tarde, Jimena intentó mantenerse lo más serena y alegre posible, no deseaba preocupar a su hija antes de lo necesario, no cuando no era seguro el tiempo que le quedaba en esa tierra. 

Su hijita no merecía pasar los ocho años siguientes en un orfanato. Siendo honestos, era difícil que un niño a esa edad fuera adoptado. ¿Acaso no existía una salida para que Jimena pudiera irse tranquilamente de esa tierra?

Eso no significaba que no tuviera miedo a morir, que no se le hiciera injusto que tuviera que partir antes de tiempo, no cuando aún estaba en sus treinta años. Pero el miedo por su hija era mayor que cualquier otra cosa. 

La mente de Jimena se iluminó por unos segundos, en los institutos muchas veces tenían alguna clase de contacto con sus estudiantes, quizá, de esa manera podía saber en dónde se encontraba el padre de su hija. Podía ser que mantuviera contacto con la institución, sería un golpe de suerte.

—¿Qué haces, mamita? —indagó Lilian cuando vio a su madre con sus enormes lentes buscando algo en la computadora.

»¿Estás jugando? ¿Puedo jugar contigo? 

Una risita debilitada salió de los labios de la progenitora. En ocasiones su pequeña niña hablaba sin observar muy bien las cosas, ni siquiera para poder saber con exactitud qué estaba sucediendo. Aunque a ella se le hacía un poco tierno en ocasiones, a veces, ella terminaba metiéndose en problemas.

Le explicó con paciencia qué era lo que estaba haciendo, limitó el dar detalles acerca de lo que estaba pasando realmente, su hija no estaba preparada para eso, no aún. 

Por más que Jimena buscara, no encontraba información sobre el padre de su hija, pero un rostro familiar saltó a la vista: Elena López. Ella había sido su mejor amiga hasta el momento en que decidió irse a estudiar al exterior, a pesar de que solo faltaran pocos meses para la graduación.

Desde ese entonces nadie supo más de esa brillante y ocurrente mujer, pero no era de extrañarse, ella era un alma libre, una que hacía lo que quería cuando quería y no podían detenerla.

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No era la primera vez que Lilian era enviada a hacer algún recado, pero sí a viajar por más de treinta minutos en taxi para encontrarse con una mujer de la que solo tenía una foto de hace más de diez años. 

Jimena deseaba haber ido con su hija; aun así, su condición no era la mejor. Además de eso, era hora de que dejara volar a su pequeña avecita más allá del nido, para que aprendiera a defenderse por sí sola en el momento en que ella no estuviera más.




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