Buscando activamente

Capítulo 3

Ania

Desde anoche, mi madre está enfadada conmigo.

En cuanto crucé el umbral de casa después de la “fantástica” cita con el “buen chico”, salió de la cocina. Me estaba esperando… No preguntó nada, solo arqueó las cejas con gesto interrogante.

Yo tampoco respondí; me limité a poner una mueca, como si hubiera mordido un limón ácido. Mi madre, con un gesto airado de la mano, se fue a su habitación.

¿Y por qué se preocupa tanto? Lo curioso es que, hasta hace un mes —antes de cumplir los veintitrés—, no le inquietaba en absoluto que no tuviera novio. Pero en cuanto soplé las velas, ¡parece que despertó! Aunque, para mí, no ha cambiado nada… sigo siendo la misma.

Vale, habrá quien piense que es un problema… pero solucionarlo a base de tipos como Valera me parece bastante desagradable. Sé que no soy Sophia Loren, ni mucho menos Monica Bellucci, pero tampoco Jared Leto haciendo de Joker. Soy… particular. Algunos me ven mona, otros dicen que tengo un toque exótico… Depende de la imaginación de cada uno. Yo, en el espejo, veo a la de siempre: una chica normal, Ania, que aparenta dieciocho… por fuera y por dentro.

Despierto de mis pensamientos y me doy cuenta de que sigo de pie en el pasillo con el abrigo puesto. Me lo quito deprisa y corro a la cocina. Hoy he decidido saltarme mis principios y comer después de las ocho. Mejor que me crezca el culo a pasarme la noche escuchando la sinfonía de un estómago vacío.

Al día siguiente corro al trabajo, tarde. Anoche olvidé poner el despertador y me quedé dormida. Muy oportuno, sí: justo cuando la inspección está en pleno apogeo. Pero creo que ni correr como loca ni fingir actividad frenética salvarán a nuestro departamento. Las veteranas susurraban que la decisión ya estaba tomada y que nos iban a dar la patada. Triste, claro, pero quizá sea lo mejor… Para buscar un trabajo nuevo y bien pagado me faltaba un empujón. ¿Y qué es más eficaz que una patada en el trasero?

Entro en nuestro despacho —el que comparto con Luda y tres abuelas más— a un minuto de empezar la jornada. Me dejo caer en la silla, resoplando como una locomotora, y me seco las gotas de sudor de la frente después de la carrera.

—Pero bueno, Ania, ¿hablas en serio? —levanto la vista hacia la cara de pocos amigos de Luda.

—Y hola para ti también. ¿Qué he hecho ya mal esta vez? —miro mi mesa, todavía vacía, y luego el espacio a mi alrededor.

—¿Es que lo has olvidado? —Luda cruza los brazos con gesto severo.

—No… ¿olvidado qué? —ahora mismo solo puedo pensar en el hilo de sudor que me baja por la espalda.

—¡Hoy hemos quedado para ir a un speed dating! Y tú vas vestida así… tan seria y de luto, como para un funeral.

Repaso mi atuendo. Llevo mi habitual traje gris, solo que he cambiado el jersey de cuello alto blanco por uno negro.

—Es estilo de oficina, ¿qué problema le ves? —claro que, comparada con Luda, no voy muy allá. Ella lleva un suéter rojo brillante de angora con un profundo escote en V. Lo que hay debajo no lo veo, está sentada; pero apuesto a que es una minifalda, le encantan.

—Ania, ¡parece que la que tiene que ligar soy yo! —se enciende Luda—. Podrías haberte puesto algo más… —hace un gesto vago hacia mi ropa—, algo más apropiado. Si te presentas así, no vas a atraer a nadie.

—No soy un cebo, y no vamos a pescar para que “piquen”. La atracción entre personas o existe o no… y ahí la ropa no pinta nada.

—Tú sabrás… —niega con la cabeza, reprobándome—. Vamos, que se nota la cantidad de hombres “atraídos” que tienes alrededor.

—¿Y si resulta que no me apetece? Igual me gusta mi libertad. No necesito ningún hombre.

—Mira… Un hombre puede vivir sin una mujer como un perro sin pulgas: vivir, vive, pero aburrido. Y una mujer puede vivir sin un hombre como una pulga sin perro: vivir, vive, pero sin a quién morder. ¿Entiendes la sabiduría popular?

—Que un tratamiento antiparasitario a tiempo garantiza la salud del perro y la tranquilidad de la dueña —sé por dónde va, pero es su opinión. Además, la analogía con el reino animal no me entusiasma.

—¡Eres tonta! Quiero decir que un hombre y una mujer son como el hilo y la aguja…

—¿Que pueden coserle algo a alguien? —ya me río abiertamente.

—¡Anda ya! Luego no digas que no te lo advertí. Los hombres entran por los ojos… —agita el dedo índice en el aire.

—Si es que los demás órganos no les funcionan bien —termino yo la frase por ella.

Luda abre la boca para soltarme todo lo que lleva acumulado, pero en ese momento entran los jefazos y enseguida hundimos la nariz en los ordenadores, poniéndonos por fin a trabajar de verdad con la cabeza y no con la lengua.

A las siete en punto salimos del edificio del instituto. Allí nos espera Timur. Nos subimos a su coche.

—Hola, Timur —lo saludo. Nos conocemos: viene a buscar a Luda todos los días. Alguna que otra vez ha subido a nuestra oficina para comprobar que las abuelas están todas y que no hay ningún macho guapo a la vista. No acabo de entender ese formato de relación. Me parece que los celos agotan, vacían y obligan al cerebro a inventarse escenas que no existen. Para mí, la confianza y el respeto son mucho más importantes en una pareja que todas esas pasiones. Aunque… cada pareja tiene sus rarezas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.