Buscando activamente

Capítulo 4

Ania

Por alguna razón, con el quinto candidato que descarto me entra una mezcla de tristeza y melancolía. Seguramente ellos son normales… y la que está en entredicho soy yo. No puede ser que todos sean un cero a la izquierda y yo la estrella del lugar. Y eso que no me hago ilusiones sobre mi aspecto y, en general, me evalúo con bastante espíritu crítico. Pero en cada uno de estos hombres encuentro defectos tan evidentes que no solo saltan a la vista, sino que directamente me indican que es imposible que sigamos hablando. Así, de aquí a la depresión, hay un paso.

Se sienta frente a mí un hombre mayor. Vamos, que ha visto de todo y hasta podría haber conocido a Charlie Chaplin.

—Perdone, ¿cómo se llama?

—Lev.

—¿Y el segundo nombre?

—¿Para qué tantos formalismos? Te aseguro que todavía estoy hecho un chaval.

—Ah… ¿y cuántos años tiene? —sé que estoy pisando hielo fino. Preguntarle la edad a un hombre que sabe que ya no es joven, pero que aun así intenta ligar contigo, puede tener consecuencias… incluso un subidón de tensión arterial.

—Todavía no tomo pastillas para la memoria ni me unto las rodillas con pomada. Soy maestro de deporte en atletismo, practico marcha nórdica, yoga, me baño en agua helada y tomo mumio.

—Y yo no practico nada y bebo agua del grifo —añado con un deje de tristeza.

—No importa. Ya eres una chica bastante buena.

—¿Bastante buena? —Pregunto de nuevo, sorprendido..

—Ay, si tú supieras… —pero suena la campana, y Timur, que resulta ser el siguiente en la ronda, me salva de un final intrigante.

Me inclino hacia él lo más cerca posible y le hablo en voz muy baja, para que los tipos de alrededor no oigan mis comentarios y no me empiecen a lanzar tomates podridos o huevos pasados.

—Oye, ¿seguro que esto es un club de citas? Porque tengo la sensación de que aquí están reclutando para un freak show.

—Sí, el personal aquí es… peculiar —y me mira.

—¿Me estás insinuando que no me diferencio de ellos? —una cosa es saber mucho sobre una misma, y otra muy distinta es escuchar la opinión de otro. Además, Timur es radicalmente distinto de los hombres que han plantado su trasero en esta silla antes que él.

—¿Qué tienes que ver tú? Hablo de esas señoras —él también se inclina hacia mí, y quedamos prácticamente nariz con nariz— con las que ya he tenido ocasión de charlar.

—Eeeeh… ¡Pero bueno, estáis flipando! —salta Luda desde la mesa de al lado. Nos giramos hacia ella sin entender.

—¿Es que pensáis besaros ahí? —me llevo el dedo a la sien, girándolo.

—Estamos… hablando —le guiño un ojo—. Me da que ahora te va a tocar a ti —le advierto a Timur, porque en el siguiente cambio de pareja le toca sentarse con Luda.

—Bah, refunfuñará un poco y se le pasará. Y tú… eres una chica guapa, pero te vistes como… vuestras abuelas en el instituto. Cámbiate el look y seguro que te fijan. Tienes unos ojos bonitos… —ante estas confesiones, solo sonrío con timidez. No es que el sexo opuesto me llene de cumplidos…

—Gra… ¡ay! —no me da tiempo a agradecer cuando recibo un doloroso codazo en las costillas—. ¿Pero qué haces? —le gruño a Luda.

—¿Y tú qué? —el abuelo que se ha cambiado de sitio conmigo para sentarse junto a Luda nos recorre con la mirada, intrigado.

Suena la campana. Siguiente candidato.

—Hola, soy Oleg —pienso de inmediato: chico bastante agradable.

—Hola, Oleg, yo soy Ania. ¿Tienes algún hobby, algo que te guste hacer?

—Me gusta hacer ganchillo —mis cejas se arquean solas. Bueno, oye… hay hombres a los que les gusta cocinar… y coser… diseñadores de moda, por ejemplo—. Y también me encanta ir al bosque a buscar setas —sonrío, me vienen a la mente recuerdos agradables de la infancia.

—Vaya, tienes unos intereses muy variados. Ganchillo, bosque… A mí tampoco me disgusta el bosque, y las setas me encantan, sobre todo los boletus. Cuando era pequeña, mis padres solían llevarnos al bosque a mi hermana y a mí…

—Sabes, todavía no tengo claro qué me gusta más: recoger setas o simplemente pasear despacio por el bosque con un cuchillo en la mano —la sonrisa se me borra lentamente de la cara. Llegamos… estación “ El Pito ”, fin del trayecto.

—Entiendo, Oleg… Quizá deberías trabajar ese tema con un psicólogo —empiezo a insinuar con cuidado.

—¿Y eso ayudaría? —me parece que en su voz se cuela un atisbo de esperanza.

—¡Por supuesto! Mira, yo, cuando no estoy segura de algo, llamo enseguida a la línea de ayuda psicológica —miento, claro, pero este tipo ya no me resulta nada simpático, así que solo deseo que suene la campana cuanto antes. ¡Ah, ahí está!— Que te vaya bien, Oleg.

A los otros cuatro chicos apenas les presto atención. Ya bastante apenada, me quedo sentada con cara de pocos amigos, como una nube de tormenta.

En cuanto la presentadora anuncia que el círculo se ha cerrado y que todos los participantes se han conocido, salgo disparada a la calle, feliz de respirar a pleno pulmón. Espero disipar el olor a antigüedad y, de paso, las extrañas sensaciones de la noche.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.