Ania
—A las doce, reunión —la puerta se entreabre y asoma Liza, la secretaria de nuestro jefe. Él la cuida y la mima porque es su… favorita… con la esposa viva y trabajando en el mismo instituto de investigación, solo que unos pisos más abajo. A nosotras sus altas relaciones no nos incumben, claro, aunque últimamente los escándalos y gritos se han vuelto más frecuentes. Un par de veces vino madame Orlova, le tiró de algunos pelitos de la cabeza a Liza, pero de poco sirvió…
Todas en el despacho dejamos de lado el trabajo inútil —como ahora queda claro— y fijamos la atención en ella. Todas miran, pero callan…
Y apenas Liza cierra la puerta, empieza…
—Esta mañana tomé café, volqué la borra en el platillo… —la voz atronadora de Alexandra Stepanovna rompe el silencio.
—¿Y qué? —pregunta Liuda. La información llegada “del cosmos” despierta de inmediato el interés del grupo. Todas dirigen la mirada a Stepanovna.
—Había muchas líneas entrecortadas… y eso es señal de pérdida.
—¿No había puntos? —pregunta con sorna Liubov Andréevna.
—¿Qué puntos? —Stepanovna la mira por encima de las gafas que le cuelgan de la nariz.
—A lo mejor había algo en código Morse… punto-raya-punto…
—¡Tonta tú! Ya verás, nos van a echar, ¡lo siento en los huesos! —se lamenta Alexandra Stepanovna, agitando el dedo índice en el aire.
—No empieces… —se irrita con ella Liubov Andréevna.
—Entonces, ¿ya podemos dejar de verificar los datos? —pregunta Liuda—. Total, el proyecto morirá antes de nacer.
—Era de esperar —dice la sabia Valentina Danílovna—: en el cuarto trimestre del año pasado recortaron el presupuesto de nuestro proyecto, y a principios de este año directamente dejaron de financiarlo. Es lógico: el proyecto no es rentable, no tiene sentido sacar este producto. El nicho de estos artículos está saturado, ¿para qué más…?
—¿Y a qué viene que nos lo cuentes ahora? —pregunta Liubov Andréevna con desagrado—. No somos tontas, ya lo entendemos sin ti. Solo que, ¿quién nos va a contratar a nosotras, prácticamente jubiladas? A estas, bueno… —hace un gesto hacia nosotras—, son jóvenes, encontrarán algo. ¿Y nosotras?
—¿Qué significa “estas”? ¿Qué significa “bueno”? —se indigna Liuda—. ¿Y si a mí me gustaba este trabajo? ¡Dos años hemos compartido este despacho con Ania y conmigo, y vosotras? En cuanto olió a chamusquina, nos tachasteis de la lista…
—Aquí, querida, cada una va a lo suyo —empieza con tono de negocio Andréevna—. Tú tienes un hombre con dinero, te colocará en algún sitio, y si no, te mantendrá. A Ania le será más difícil, claro, pero siempre puede entrar de cajera en un supermercado. ¿Y nosotras? ¿Quién nos va a contratar? Solo de porteras o limpiadoras. ¿Notas la diferencia…? —sube y baja las manos alternativamente, imitando una balanza—: limpiadora y técnico superior de laboratorio en el Instituto de Investigación de Fertilizantes Químicos y Plaguicidas.
—Ajá… os entiendo —pone cara de burla Liuda—, pero en vuestro NII‑JAMÁS os saldrá la jugada. ¡Me agarraré a esta mesa con los dientes y solo me sacaréis con ella!
—Con tal de que no sea con los pies por delante… —añade la sabia Valentina Danílovna.
Yo no participo en su conversación. ¿Para qué pasar de un cubo vacío a otro, como si nuestra opinión valiera de algo?
Mi teléfono cobra vida. En la pantalla, un número desconocido. Decido contestar, pero las damas arman tal alboroto que temo no oír nada. Cojo el teléfono y salgo al pasillo.
—¿Diga? —con cautela. Nunca se sabe, podrían ser estafadores… He oído que incluso por teléfono ya saben hipnotizar y sacarte lo que has ganado honradamente. Bueno, en mi caso no tengo nada, pero… ¡es el hecho!
—¡Buenos días, Anna! —una voz tan animada y positiva que no puede dejar de ponerme en guardia—. Me llamo Verónica…
—No voy a comprar nada —aviso de entrada—. Ni el picador “Molniya”, ni las gafas de aumento “Focus Plus”, y mucho menos la fregona “Ama de Casa”, no los necesito…
—Ja, ja, no vendo nada —parece que me tranquiliza, pero no me convence—. Soy la gerente de un servicio de citas en línea. El sábado intentó registrarse, pero su perfil se quedó colgado…
Por alguna razón me entra una vergüenza, como si a escondidas hubiera entrado en una web para adultos y quisiera ver un vídeo +18, pero mi madre me pillara justo al principio, cuando la “protagonista” apenas abre la puerta al fontanero y dice: “Se me está escapando el agua…”. La sangre me sube a la cara de golpe, siento cómo me arde. Y además me pican las orejas: tengo esa extraña reacción del cuerpo… cuando miento o me invade la vergüenza. Con la cabeza entiendo que no he violado ninguna ley, que no he corrido desnuda por la ciudad en una borrachera, que no he soltado palabrotas… pero no puedo evitarlo.
—Ejem, ejem… —me aclaro la garganta—. ¿Y…?
—Me alegra informarle de que se ha convertido en la usuaria número diez millones de nuestro servicio de citas en línea, donde personas de todo el planeta pueden encontrar tanto a alguien con quien charlar, como un amigo, e incluso el amor. En nuestro mundo amistoso decimos: ¡no a la soledad!
—Eso está muy bien, pero… ¿qué quiere de mí?