Ania
—¡Chicas, chicas, pero cómo se han pegado así a la puerta! ¡Déjenme pasar! ¡Permitan! —me abro camino a codazos entre la multitud de candidatas.
—Eeeh… ¿y a dónde va sin hacer fila? ¡Yo soy la primera! —la Rubia de Oro abre la boca para protestar.
—¡Felicidades! Cuando llamen, entrarás la primera. ¡Yo trabajo aquí! —subo el tono y pongo toda mi actitud de importancia—. Me están esperando, por eso no han empezado todavía.
Se callan todas: las que protestaban con fuerza y las que cacareaban de fondo. Silencio… Ellas me miran, yo las miro. Recorro a todas con la mirada. ¡Así me gusta!
Abro la puerta con decisión y entro en el despacho. Solo espero cerrarla antes de que la verdadera empleada de Recursos Humanos empiece a preguntarme qué demonios hago entrando sin invitación.
Cierro la puerta y me topo con las miradas de desaprobación de las responsables de personal. Son tres… y yo sola. Me van a echar de una patada, fijo.
—Dijimos que las llamaríamos —dice la que parece mayor que las demás. Así que ella es la jefa…
—Perdón, claro, pero por el pasillo pasó un hombre con los zapatos relucientes —enderezo la espalda y saco pecho, intentando acercar mi imagen a la suya—. Estaba bastante molesto porque la entrevista aún no había empezado. Para que pareciera que el proceso estaba en marcha, entré yo —me encojo de hombros.
—Ah, ese debe de ser Stanislav Alekseievich… —supone una de ellas.
—Es verdad, chicas, nos hemos liado… Pase, señorita, siéntese. Aquí tiene el formulario, rellénelo. Déme sus documentos, le haré copias…
—Ya tengo copias, aquí tiene —le paso la carpeta.
—¡Así da gusto! —me elogia… en su placa leo: “Gerente de Recursos Humanos Marina Vladímirovna”—. Otros vienen como para un desfile: emperifollados, maquillados… como si fueran a una agencia de modelos y no a una empresa.
Sonrío con modestia, dejando claro que no soy muy dada a los chismes.
Hace un par de días leí un artículo que decía que en el primer mes de trabajo no conviene abrir mucho la boca. En realidad, no conviene hacerlo nunca, en el sentido de volcar el alma y contarle a gente casi desconocida toda tu vida. Primero hay que intentar entender quién es quién. Hacer, por así decirlo, retratos psicológicos, y solo después empezar a buscar amistades.
—¿Hay mucha gente ahí fuera? —pregunta “la gerente de recursos humanos Olga”. Entiendo que me han tomado por una de ellas, ya que decide seguir la conversación. O quizá les haya caído bien porque las cubrí delante del jefe.
—Sin duda más de diez, a ojo.
—Maldición… —sispea la tercera, la más rellenita y joven, llamada Sofía—, otra vez nos quedamos sin almuerzo. —Uy, perdona —me mira con cara de disculpa—, es que tenemos que completar el departamento de “relaciones internacionales” en un mes; hay tanta afluencia que no nos da tiempo a procesar las solicitudes.
La miro con simpatía. Abro las manos como diciendo: “Qué le vamos a hacer, el trabajo es el trabajo…”.
—No pasa nada, esta es la última vacante que nos queda por cubrir —dice Marina Vladímirovna, ordenando las copias escaneadas—, luego descansaremos.
Ya tengo práctica: casi todas las solicitudes son idénticas y, como ayer rellené una parecida, termino rápido.
—Aquí tiene —le paso el formulario—. ¿No habrá ninguna prueba?
—¡Uy, qué rápido lo has hecho! Sinceramente, aunque no he visto a las demás candidatas, yo me quedaría contigo —claro que es agradable oírlo, pero sé que pierdo frente a las larguiruchas en minifalda que esperan en el pasillo. Y además, con lo cansadas que están de tanta gente… el cumplido suena más bien a “cogemos lo primero que pase y trabajamos con eso”.— Aquí tienes las pruebas.
Hmm… ¿solo tres hojas? Para asistente de contabilidad eran muchas más…
Respondo igual que la primera vez, guiándome por la intuición. El test de tipo de personalidad pasa volando. En total, estuve en el despacho unos diez o quince minutos.
—¿Ya está? ¿He rellenado todo? —pregunto al final.
—Sí, todo en orden —revisa rápidamente mi carpeta de documentos Marina Vladímirovna.
—¿Y el resultado? —la curiosidad y el interés por el puesto se imponen.
—Elegirá el nuevo jefe de departamento, personalmente —remarca la última palabra—, solo que nadie lo ha visto todavía —sonríe con misterio.
—Uuuh… —alargo, como si entendiera algo. En realidad, me da igual quién tome la decisión: sea un ángel o un demonio. Lo importante es que sea positiva para mí.
Aquí me ha gustado sin duda más que en aquella organización donde buscaban asistente contable para el encantador canalla de Ígor Andréievich. Estoy segura de que, si me hubiera contratado, me habría convertido enseguida en su Minion personal. Creo que tiene mucha experiencia en despersonalizar a la gente. Yo ya… en cierto modo, en mi anterior trabajo me había convertido en una rata de oficina; de ahí, solo queda el nivel “cucaracha” o “microbio”. Quiero actividad, un equipo joven, tareas variadas, trato con gente sensata y todo eso. Vamos, que pongo la mano en el fuego: todos los empleados de esta empresa son agradables; no pueden unas chicas tan abiertas contratar a un misántropo, sociófobo o introvertido.