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Capítulo 16

Ania

Por dentro estoy en tensión pura, de miedo. En el pasillo por el que avanzo parpadean luces rojas; las paredes están embadurnadas con una sustancia que, bajo ese rojo, parece sangre que rezuma. Con la cabeza entiendo que todo es ilusión, un truco, pero las emociones toman el control y me hacen temblar de terror de verdad.

Alisa está encerrada en una jaula; Dima metió la mano en un hueco de la pared para sacar la llave que abre la jaula de Alisa… y cayó en una trampa. Un viejo nos pisa los talones, y yo voy sola… descalza… poniendo los pies en el laminado en silencio para no delatarme.

No sé dónde están Zhenia y Lena. Al huir de ese señor X nos desperdigamos en distintas direcciones. Max y yo nos metimos en un cuarto de baño y la puerta se cerró detrás de nosotros. Azulejos por todas partes, y en cada uno, un número. Hay que leer la pista y componer un código correcto para abrir la puerta. Nos quedaba poco tiempo para parar el mecanismo horario de la bomba, así que Max me aupó, salí por la ventilación y aquí estoy, cumpliendo la siguiente tarea…

Sí, todo es muy enrevesado, caótico… y al mismo tiempo terriblemente aterrador, pero no menos interesante.

A mi espalda suena un susurro siniestro. Los pocos pelos de mis brazos se erizan y la piel se me vuelve de gallina. Me giro despacio. Desde la esquina, por alguna razón a cuatro patas, avanza Lena. Abro la boca para llamarla y, de pronto, algo invisible para mí la agarra por los tobillos y, entre sus gritos desgarradores, la arrastra de vuelta. Se acabó: rompo el último freno y echo a correr.

La última sala. Entro a toda velocidad. Otra jaula, pero dentro no hay una persona, sino una bomba con cuenta atrás. En el dial, como exige el guion, el último minuto antes de… quién sabe qué. En la pantalla aparece una marioneta misteriosa, que asusta no solo por su aspecto, sino por su voz.

—Para salvar a tus amigos y desactivar el mecanismo, tendrás que responder a cuatro preguntas. La jaula se abrirá y podrás introducir el código obtenido. Presta mucha atención a las imágenes en la pantalla: ahí encontrarás las pistas… —y suelta una risa tan asquerosa que roza lo repugnante.

Si hubiera visto la película —y resulta que ya va por la décima entrega—, probablemente habría recordado algo sin necesidad de pistas. Pero como me enteré de su existencia solo hoy, y obviamente no soy fan de las películas de terror, abro bien los ojos y me clavo en la pantalla con toda la atención posible.

—Primera pregunta —dice, con voz atronadora, la “cosa”—. ¿Cómo murió Alison? —¡madre mía!, como si yo supiera quién es Alison—. Opciones: 1. fractura de columna, 2. rotura de la caja torácica, 3. asfixia, 4. el cuerpo atravesó un espejo. —Ninguna me convence. ¿Y por qué no hay una opción que diga “murió de vieja”?

En la pantalla aparece la foto de la protagonista. Luego, un destello con la respuesta correcta.

—Puaj —frunzo la cara sin querer—, así que el primer número es el 2… Qué asco…

Y así fueron las otras tres preguntas.

Como buena superheroína que salva el mundo… en los últimos segundos me lanzo dentro de la jaula y detengo el temporizador. Es como si me hubieran quitado un peso de encima. Una sonrisa feliz me ilumina la cara, me seco el sudor de la frente y casi grito:

—¡Lo conseguí!

No sé en qué andaba el resto de la tropa mientras yo salvaba sus traseros, pero siento que de mis hombros se ha caído la carga real de todo el planeta. Me siento tan ligera y contenta… ni en el examen final de la universidad estuve tan nerviosa como aquí.

Oigo voces que se acercan. El grupo ríe y celebra, comentando la partida.

—Ania, ¡eres todo un tío! —suelta Dima, dándome una palmada en el hombro. Un cumplido… digamos… para gustos. Yo sonrío con modestia, algo avergonzada. A nosotros, los superhéroes, la atención extra y la fama no nos importan; lo principal es salvar el mundo.

—Corrías como un vendaval —ríe Lena.

Max se agacha a mis pies y empieza a calzarme, como hacía mi madre cuando era niña… incluso cierra con cuidado las cremalleras de las botas para no pillarme el calcetín. El grupo sigue comentando lo ocurrido, sin prestarnos atención, y yo me quedo callada, sintiéndome un poco incómoda.

—Bueno, vamos saliendo —dice Dima—, que Alisa y yo tenemos que cruzar toda la ciudad.

Y justo cuando damos un paso, la pantalla vuelve a encenderse y la odiosa marioneta anuncia:

—Ja‑ja‑ja, por este pasillo solo podrán pasar tres personas; las demás se quedarán aquí para siempre —y las paredes empiezan a moverse hacia nosotros. De cartón, seguramente, y no nos aplastarían… pero el hecho impresiona.

—Súbete a mi espalda —me tira de la mano Max.

—¿Qué? —parpadeo.

—Vamos, vamos —se da la vuelta y se agacha un poco. Es claramente más alto que la media.

¿Qué hacer? ¿Que me aplaste una pared de cartón o darme un paseo a la espalda de un chico simpático? La elección es obvia. Al final, Max tuvo suerte de que pese poco, como un saco de harina. Salto, me agarro a su cuello y él me sujeta por las piernas.

—¡Corre, mi fiel corcel! —le grito al oído, temblando de risa incontrolable mientras él corre por el pasillo.




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