Ania
Desde la mañana estoy como perdida. No consigo ordenar mis pensamientos. Y, para colmo, una sonrisita tonta se me escapa de vez en cuando, delatando mi estado inestable con todos sus detalles.
—¿No estarás enamorada? —pregunta Sofía a la hora de comer, y lo hace tan alto que las demás chicas enseguida me miran fijamente, como si el enamoramiento no fuera un estado interno, sino algún tipo de bulto en el cuerpo.
Apenas abro la boca para responder, cuando mi teléfono cobra vida. ¡Hurra, llamada salvadora! Estaré encantada de escuchar incluso a un estafador o a un sectario de la “Capilla del Gólgota”, con tal de no tocar ese tema.
—Perdonad, es importante —me levanto de la mesa y me dirijo a mi despacho. Ya he comido, y no tengo ganas de comentar la fiesta de empresa de ayer.
Es Liuda quien llama. A veces puede ser peor que un estafador telefónico o incluso que un sectario: sabe cómo sacarte de quicio de forma profesional. Pero ahora estoy dispuesta a perdonarle cualquier tontería, porque me ha ayudado a librarme de mis compañeras.
—Hola —atiendo la llamada.
—Hola, Ania, ¿cómo estás? ¿Ya ha aparecido tu misterioso jefe? —como hablamos hace un par de días, Liuda está al tanto de mi trabajo.
—El lunes debería llegar junto con el personal del departamento.
—¿Y qué se dice de él? ¿Las empleadas cotillean?
—Nadie sabe nada —y, para ser sincera, yo misma no me he interesado ni he sacado el tema. ¿Para qué? Difundir rumores y recoger chismes no es lo mío.
—Imagínate, ¡yo también me he puesto a buscar trabajo! Claro que el trabajo de oficina no es para mí; aún me sorprende cómo aguanté casi dos años en el instituto de investigación. ¡Un aburrimiento mortal!
—No deberías decir eso. En el trabajo de oficina siempre se puede encontrar algo positivo. Yo, por ejemplo, tengo una silla giratoria… el aire acondicionado no me da en la nuca… material de papelería bonito.
—Ji‑ji —ríe Liuda—, ¡eres toda una motivadora! No, yo he encontrado la profesión de mis sueños. Voy a ser merchandiser en una tienda de perfumería de marca. ¿Genial, no?
—Bueno… sí, una clara ventaja: siempre olerás bien…
—¡Exacto! ¿Y cómo van tus búsquedas del macho ideal?
—Por ahora, en nada —le conté sobre dos citas fallidas. Por alguna razón, de Max no digo ni palabra, como un partisano. ¿Y qué iba a contar? Pues que pasamos tiempo juntos, una vez dormimos en el mismo sofá, como que nos besamos… y ya. Nadie le juró amor eterno a nadie ni ofreció mano y corazón. Atribuyo mi estado de ayer a un arrebato: las burbujas me sientan mal. Y Max… me mandó un mensaje diciendo que hoy está de viaje. Lo enviaron a otra ciudad por trabajo. Así que, bueno… un descanso no viene mal.
—Si lo entiendo bien, lo que más te preocupa en una relación es si tu hombre te va a poner los cuernos —ah, Liuda, gran especialista en relaciones. ¿Por qué todo el mundo sabe todo de mí? Mis miedos, mis preocupaciones… si yo de ellos “ni mu”.
—Es un factor importante… —digo, pensativa.
—Entonces tienes que buscarte un hombre tacaño. Ese seguro que no se busca amante —chasqueo la lengua: vaya consejo del día. El problema es que, al principio, la gente muestra sus mejores lados y, después… su verdadero rostro.
Segunda llamada. Me llama Victoria. Como el Pato Darkwing: solo silba y aparece.
—Liuda, perdona, tengo otra llamada, te devuelvo luego —cambio de línea.
—Sí, Victoria, buenas tardes.
—Hola, Anna, tengo unas preguntas para ti. Como tenemos en el horizonte la organización de una tercera cita, me gustaría añadir un poco más de información a tu ficha. Quizá eso nos ayude a encontrar a “el indicado”…
—¿Y no podemos dejarlo? Mejor así…
—No, Ania, no…
—¿Qué es lo que quiere saber? —mi voz rezuma desesperanza.
—Tenemos bastantes extranjeros en la base, ¿sabes inglés?
—Sí, al nivel de un inglés mudo y tímido. En el colegio estudié alemán desde primero, y a partir de quinto añadí español.
—También está bien —oigo cómo Victoria teclea, seguramente añadiendo esa información a mi ficha—. Por lo que he entendido en este breve contacto contigo, eres una chica con carácter, no soportarías a un blandengue a tu lado. Así que… ¿qué te parece si añado la frase: “Busco un hombre con carácter”?
—Por mí no hay problema, siempre que no empiecen a mandarme fotos de sus “caracteres”. Nunca se sabe cómo puede interpretar uno lo escrito.
—Ay, qué cosas dices —ríe Victoria—, ese tipo de material no pasa aquí.
Me hace un par de preguntas más y nos despedimos, pero promete volver pronto con noticias.
En general, trabajar sin jefe relaja. Cuando no tienes una tarea clara y tienes que inventarte el trabajo tú misma, luego es difícil exigirte resultados. Y criticarte a ti misma… suena raro. Por eso, hacia el final de la jornada, voy a la secretaría del director general y le pido a su asistente que evalúe críticamente lo que he hecho. Para mi sorpresa, queda satisfecha. Me da un par de consejos para mejorar el despacho y… se le escapa algo.