Ania
Bogdán cuenta algo con tanta emoción, ríe abiertamente, mostrando y desnudando sus sentimientos, que yo, sin querer, entro en una especie de trance. No capto del todo lo que dice, pero me contagio de su buen humor y le sonrío de vuelta. Estoy como una gata en celo de marzo, dispuesta a agitar la cola delante del gato que me gusta, solo para llamar su atención. Lista para cumplir cualquier capricho suyo, para dar un salto mortal con tirabuzón si hace falta, con tal de convertirme en la única e irrepetible para él.
No, no… ahí asoma la voz de la razón, recordándome que todas estas cursilerías no son nada propias de mi carácter. ¿Yo, mirando embobada a un hombre? ¡Jamás! Pero basta con que esa voz se calle un segundo para tomar aire, y yo cierro todas las puertas virtuales con cerrojos de granero… y vuelvo a derretirme con la voz de Bodia.
Bogdán se calla y dirige la mirada a la silla junto a mí. Sigo su ejemplo y… me sobresalto. La sonrisa bobalicona se me borra lentamente de la cara.
—Joven, ¿no se habrá equivocado de mesa? —pregunta Bodia.
—No, no me he equivocado. ¿Verdad, Ania? —la media sonrisa torcida de Max no augura nada bueno. ¡Ah! ¡Motín a bordo! Se descorren todos los cerrojos virtuales y el monstruo‑Ania sale al exterior.
—¿Quién es? ¿Lo conoces? —pregunta, con lógica, Bzdashek alias Bogdán.
—Eh… sí… este es mi hermano Maximka, no le hagas caso. Está un poco… —me doy vueltas en la sien con el dedo—. Tiene un trastorno obsesivo‑compulsivo, y además le encanta controlarlo todo y meter las narices donde ni el perro las mete.
Max me mira como si estuviera a punto de convertirse él mismo en perro y morderme en la parte trasera.
—No se parecen mucho… —duda mi acompañante, alternando la mirada entre él y yo. Claro, yo también lo dudaría. Es que Max y yo no nos parecemos en nada: nacimos de madres de alquiler distintas en continentes opuestos.
—No es hermano de sangre, es primo —Max me mira expectante, como diciendo: “a ver, a ver, ¿qué más te vas a inventar?”. Y yo me lo invento a lo grande; total, ya no hay nada que perder, la velada está irremediablemente arruinada—. Es hijo de la segunda esposa del hermano de mi padre… y, según los rumores, hasta adoptado.
—Me das justo en el corazón, qué cruel eres… En cambio, tu madre es un ángel… te está buscando, por cierto —niega con la cabeza, en tono de reproche.
—¿Y por qué te llama a ti? —me sorprendo. ¿Y cuándo les dio tiempo a intercambiar teléfonos? Se han confabulado a mis espaldas…
—Supongo que porque piensa que estás conmigo. Somos tan unidos como gemelos idénticos…
—¡Anda ya! Ni lo había notado… ¿Y desde cuándo eres mi tutor legal? —alzo las cejas y, con la mirada, le indico la salida. Vamos, vete ya, hermanito. Con familiares así, seguro que me quedo soltera si se presentan en los momentos más inoportunos.
Por alguna razón, me viene a la cabeza una escena: mi noche de bodas y, de pronto, una horda de parientes irrumpiendo para darle consejos a mi marido sobre qué y cómo hacer… Brr… se me eriza la piel.
Una sonrisa taimada ilumina el rostro de Max. Se recuesta en la silla, cruza los brazos y se pone a examinar a Bzdashek. Por alguna razón, incluso mentalmente, en presencia de Max no puedo llamarlo Bogdán. Es como si sintiera que es un engaño, una sustitución…
Tras observarlo detenidamente, Max suelta:
—No nos sirve. —De pronto cobra vida, dictando su veredicto.
—¿¡Cómo que no!? —exclamo indignada. Paso la mirada de Bzdashek a Max y lo evalúo críticamente. ¡Pero si es el señor Perfección, no hay por dónde pillarlo, y punto!
—A mí también me intriga por qué no le sirvo a tu hermano —dice él, sonriendo de forma impecable.
—Ahora te lo explico —Max acepta encantado entrar en el diálogo—. Primero: es demasiado empalagoso. Seguro que ya te ha susurrado al oído que eres única e irrepetible… Ningún organismo soporta tanto “jarabe de azúcar”, la diabetes está garantizada. Segundo: es un egoísta. Míralo, no hay manera de encontrarle un defecto, tan perfecto que da hasta rabia. Y lo más importante… estoy convencido de que trabaja como actor en películas para adultos, de esas con la etiqueta 18+.
—Maxim, esto ya es pasarse —frunzo el ceño con severidad—. Perdona, Bogdán —lo llamo así a propósito, para no darle a Max otro motivo para burlarse. Estoy segura de que, si oyera su nombre y apellido completos, se pondría a declinarlos en todos los casos “para alegría” del candidato a doctor en Filología.
—No pasa nada, Ania, entiendo que esto es pura envidia humana —Maxim pone los ojos en blanco de forma teatral y suelta una risita—. Si no te importa, te llamaré mañana. Gracias por la velada. Ha sido un placer conocerte. —Saca la cartera, deja unos cuantos billetes grandes sobre la mesa y se levanta para irse.
—Gracias a ti por la agradable compañía. Estaré encantada de volver a verte —le sonrío amablemente al despedirme.
—“Estaré encantada de volver a verte… bla‑bla‑bla” —me imita Max con sorna.
Enfurecida, le doy un puñetazo en el hombro.
—¿¡Pero qué ha sido eso!? —siseo como una cobra de anteojos desplegando el capuchón—. ¿Estás loco? ¿O se te volvió a olvidar ponerte el casco cuando te subiste a tu moto?