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Capítulo 25

Maxim

Te contará todo desde el momento en que se conocieron hasta... el capítulo 24.

Aburrido. Nada interesante.

Estoy sentado en el alféizar, observando desde fuera a un grupito de señoritas que han venido a la entrevista para el puesto de asistente del jefe del departamento de relaciones internacionales. ¿Qué puedo decir? Desde el punto de vista estético, todas unas bellezas; en la práctica… Ojalá hubiera venido alguna mayor, de unos cincuenta años; estoy seguro de que sería mucho más útil que esta tropa de “modelos‑acompañantes”.

Por ejemplo, esa… la de piernas de dos metros. ¿Qué se hace con unas piernas así en una empresa constructora? Solo servirían para medir en la obra en lugar de una cinta métrica…

Escucho de qué hablan. Y eso, al menos, me anima un poco. Por cierto, en sus conversaciones no hay ni una palabra sobre habilidades o competencias profesionales. Solo un interés descarado por el posible jefe, chismes y suposiciones…

Se abren las puertas del ascensor y… no sale nadie. ¿Tenemos un fantasma aquí? Las hojas empiezan a cerrarse lentamente y, justo entonces, una mano —pequeña, así que femenina— las detiene. Sale ella… Hay algo delicado y ligero en su imagen… un toque de chic francés. Abrigo abierto, vestido de punto y… una expresión preocupada en el rostro. Las chicas examinan a la recién llegada, pero pronto pierden interés: no la ven como rival. Yo, en cambio, la observo sin disimulo, fijándome en los más mínimos detalles.

¿Qué puedo decir? Insegura, sin iniciativa, una especie de “diente de león” de Dios… Veo que no va a aguantar en este puesto; aquí hace falta carácter. Motivación: cero. Estoy seguro de que, si le levantas la voz, se pondrá a llorar y saldrá corriendo.

Nuestras miradas se cruzan. En la mía, el interés se apaga; en la suya… ¿un reproche? Sin querer, empiezo a sonreír. Y cuanto más amplia es mi sonrisa, más decisión aparece en su mirada. ¿Será que me equivoqué? ¿La pequeñaja es uranio oculto? Me intriga saber de qué es capaz. Decido empujarla a actuar. La provoco.

Con un gesto de la mano, le indico la puerta donde será la entrevista. Ella, en respuesta, pone los ojos en blanco y frunce el gesto, como si no fuera ese el motivo principal de su visita, sino que simplemente pasaba por allí. Sonrío con malicia y la miro con condescendencia, insinuando que es una cobarde incapaz de dar un paso. Pero no se rinde, la guapa… intenta convencerme solo con la expresión de su cara de que todo este lío le es absolutamente indiferente… Y yo casi me lo creería, porque tiene una mímica muy viva, pero la vi antes de que se descubriera, y allí había interés por la entrevista, seguro. Lo que no había era confianza en sí misma; pero interés, sí. Me juego lo que sea.

¡La pequeñaja no es ninguna ingenua! Aguanta el “golpe” con seguridad. No sabe exactamente qué hacer ni cómo actuar, pero está claro que no piensa rendirse. Y yo que pensaba que el gran provocador era yo… resulta que ella es toda una guindilla. Ahora me inclino a pensar que, detrás de esa imagen de pobre corderita, se esconde un lobezno gris. Solo le falta un poco más de experiencia…

Ja, ja… casi me río en voz alta cuando, con un gesto de la mano, intenta mandarme a MÍ a la entrevista. Giro un poco la mano para que pueda ver bien el emblema de la empresa.

—Nena, yo ya trabajo aquí —le respondo mentalmente, destrozando su intento con un argumento demoledor.

Podríamos habernos quedado así, comunicándonos solo con gestos, pero todo lo estropea Stanislav Alexéievich, nuestro director general. A voz en grito quiere saber por qué hay tanta gente amontonada en un metro cuadrado, y se queja de que la entrevista aún no haya empezado. Saludándome con la mano, el dire se dirige hacia el departamento de ventas. Ahora les va a caer una buena… porque él no baja del octavo piso por nada. Normalmente echa las broncas por teléfono; si va en persona al despacho, es que la cosa está muy mal.

La aparición de Stanislav Alexéievich se convierte en el detonante para que mi “candidata” tome una decisión crucial. Se levanta de golpe, camina con paso firme hacia el despacho y, apartando a las rivales con los codos, suelta:

—¡Chicas, chicas, pero cómo podéis estar pegadas así a la puerta!

¿Para qué negarlo? Las damas se quedan en shock, y yo también un poco sorprendido. No esperaba tanta iniciativa de su parte. Por supuesto, las aspirantes intentan armar jaleo, protestar y no dejarla pasar, pero… lo que les responde no lo oigo; solo veo cómo la puerta se cierra tras ella y las competidoras se quedan fuera…

Las chicas, desconcertadas, se quedan un minuto en silencio y luego, con cierta inseguridad, empiezan a dudar de la veracidad de lo que ella les ha dicho. Resulta que se presentó como empleada de esta empresa. Con valor.

No aparece en diez minutos, quizá un poco más. Tengo que irme a hacer unas gestiones, pero sigo sentado en el alféizar, esperando a que salga del despacho. ¿Por qué? No lo sé. Me importa ver su mirada triunfal. Estoy seguro de que así será.

Las chicas que están junto a la puerta han calentado el ambiente hasta nivel “tormenta”. Están listas para destrozar a esa competidora tan activa, solo necesitan una excusa. Yo, en guardia. Temo que la pelea acabe con tirones de pelo.

Mi pequeñaja sale del despacho. Una de las chicas, la que iba primera en la fila, le pregunta con cautela qué puesto ocupa en la empresa, sin atreverse a ir de frente. Sin pensarlo un segundo, con una voz que no admite discusión, responde:




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