Buscando activamente

Capítulo 27

Ania

—¿Ania? ¿Has vuelto a casa? ¿Olvidaste algo? —mi madre me mira sorprendida, intentando entender por qué aparezco a las once de la mañana.

—No, no he olvidado nada —dejo el bolso sobre el puf junto a la puerta. «Simplemente me he perdido a mí misma». Claro que no lo digo, pero lo pienso—. Me he sentido un poco mal. El jefe me dejó ir…

—¿Te has enfermado? —la sorpresa se transforma en preocupación. Se acerca y me pone la mano en la frente—. Parece que no tienes fiebre… Andas sin gorro, y yo te decía: “Cuando llega marzo, no te quites los calzones”.

Me quito los zapatos y el abrigo, murmurando:

—Sí, sí, algo así decías… Me voy a mi cuarto, a buscar vendas para los pies… —cierro la puerta y me dejo caer en la cama, sin quitarme la ropa.

El tiempo pasa sin que lo controle; solo noto que avanza hacia la tarde. Primero, el sol llenaba mi habitación, dibujando reflejos en el techo; luego se desplazó a la pared, y ahora se ha escondido tras la esquina del bloque vecino.

Mi madre llamó un par de veces, preguntando si quería medicina; luego trajo té y quiso saber qué me pasaba… No abrí la puerta, solo dije que todo estaba bien.

No mentía. No me duele nada, salvo cierta inquietud en el alma. Y para eso no hay medicinas… o, si las hay, están prohibidas por la ley. Así que lo único que me alivia son los suspiros profundos.

En algún momento, con los ojos cerrados, caigo en un sopor ligero. No sueño nada, solo una neblina sin respuestas.

La situación es rara. Nadie me ha engañado, ni presionado, ni obligado a aceptar reglas ajenas… Y no me siento traicionada, pero queda un poso.

Supongamos que mañana decido pasar por alto todo y digo: “Vivamos el día a día, construyamos algo, o simplemente seamos amigos. Punto y aparte, empezamos de cero”. ¿Qué me asegura que pasado mañana no adoptará otro papel? ¿O que ayer estaba actuando y hoy es el verdadero?

Yo, ayer y mañana, seguiré siendo la misma pesada insufrible. Pero ¿y él? ¿Cuál es su verdadero yo? No estoy segura de que sea el mismo Max que corría conmigo por la sala de escape con un brillo de locura en los ojos, que miraba el cielo estrellado, bailaba hasta caer rendido y me besaba… tan dulcemente.

Hoy, en la reunión, vi en sus ojos la firmeza de un jefe, la mirada aguda de un profesional… y ninguna ligereza ni chispa juvenil. Frente a mí estaba un hombre, no un chico.

Del golpe repentino en la puerta doy un respingo. La habitación está en penumbra. Miro el reloj: las siete. Me duele la cabeza como si fuera una olla de hierro.

—¡Anka, abre! Sabes que no me voy a ir —sí, yo no soy un regalo, pero Katia es un regalo al cuadrado. Me levanto y abro la puerta.

—¿Y bien? ¿Qué te ha pasado? —entra, examinando la habitación como si pudiera encontrar aquí la causa de mis penas.

—No me ha pasado nada —frunzo el ceño por su voz alta, que retumba en mi cabeza como un martillo. Mi madre, la espía… Apenas asomé la cabeza y ya me mandó a Katia, mientras ella escucha desde la cocina.

Katia se deja caer en mi cama y enciende la lámpara. La luz me molesta; entrecierro los ojos. Ya que me han sacado del letargo, me quito la ropa de trabajo y me pongo la bata.

—Ania, cuéntame rápido por qué tienes esa cara de luto. No tengo tiempo. Saltémonos las frases de “me preocupo por ti, tú sufres”… Ya sabes que de psicóloga no valgo nada. Así que vamos directo al problema —cruza una pierna y los brazos. Katia está lista para escuchar. ¿Y yo para contar?

Saco una pastilla para la cabeza, me la echo a la boca y la trago sin agua. Mejor que me duela el estómago a que me siga doliendo la cabeza.

La miro con ojo crítico. Ella arquea las cejas, como diciendo que ya es hora de hablar. Bueno, Katia es como una hermana; ¿a quién más voy a quejarme? Además, tiene un bono: tres maridos. Si alguien sabe lo que pasa por la cabeza de un hombre, es ella.

—He conocido a un chico en el trabajo nuevo…

—Ya sabía yo que era cosa del corazón… Bueno, continúa, me encantan estas historias. Todas mis amigas ya han llorado en este pecho —empuja su busto hacia delante—, ahora te toca a ti… —y sonríe con ternura.

—Pues… él trabajaba de mensajero. Nos hicimos amigos… Me llevaba en moto, me invitaba a sitios interesantes…

—¿Tiene esposa y tres hijos? —Katia y la paciencia no se cruzan jamás. Pongo los ojos en blanco.

—No. No tiene esposa… aunque… no lo sé. No la he visto. Simplemente no era quien decía ser.

—¿Cómo? ¿No era un hombre, sino…? —si sigo rodando los ojos, se me van a escapar—. ¿O qué?

—No, es un hombre. Y… normal, en fin…

—¡Dios mío! No me digas que tú… con él… —me pongo roja. Mala idea contárselo a Katia—. ¡Por fin! ¿Y qué tal? ¿Te gustó? —me llevo la mano a la cara.

—Kat, yo no te pregunto cómo te va con tu marido en la cama…

—Perdona, me pasé… pero da curiosidad. Entonces, ¿qué pasa con él?

—Es hijo del director general —ahí se calla, mordiéndose el labio.

—Juegos de ricos… ¿Te dejó? —en su mirada asoma enfado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.