Buscando activamente

Capítulo 29

Ania

Casi medianoche. Ni rastro de sueño. ¿Y por qué? Pues porque arruiné el sueño con la siesta de la tarde. Me revuelvo en la cama y pienso. Y cuanto más le doy vueltas, más irreal me parece toda esta historia. ¿Y si en realidad lo soñé? ¿Podría algo así pasar de verdad? Y más aún… ¿conmigo?

Cojo el teléfono y me meto en internet a leer las últimas noticias. ¿Para qué lo hago? Pero no tengo ganas de dormir. ¿Y quién puede hacerme compañía en horas de soledad? Exacto: internet.

23:35, mensaje de Katia.

«¿Por qué no duermes?»

«No quiero».

«Entra en tu perfil de Mamba. A lo mejor encuentras un digno interlocutor de medianoche».

«No quiero».

«¿Has entrado alguna vez desde que te registraste?»

«No».

«Pues entra. Puede que ya tengas un montón de mensajes. O puede que no. Compruébalo. A veces hay confesiones tan graciosas que te mueres de risa. Lo mejor para subir la autoestima y, de paso, el ánimo. Lee lo que la gente piensa de ti. A lo mejor tú tampoco eres quien pareces ni quien dices ser».

Katia no espera mi respuesta. Sale de Telegram.

Toda esta conversación huele a provocación. Pues no, no voy a picar. ¿Y para qué quiero saber lo que piensan de mí personas que nunca he visto y que, con mucha probabilidad, nunca veré? ¿Para qué me sirve su opinión?

La cabeza piensa una cosa, pero las manos van por libre. Deslizo la pantalla buscando el icono. Levanto el dedo… Se queda suspendido sobre el teléfono apenas una fracción de segundo, como si lo pensara… y pulsa.

Por alguna razón siento nervios, como si abriera la puerta a un mundo desconocido. Qué ingenua soy… Me tomo demasiado a pecho cosas que a otros no les provocarían ni la más mínima emoción.

Y aquí está mi perfil.

¿Esperaba yo tal cantidad de comentarios? Claro que no. Hay flores, corazones, emoticonos. Algunos proponen amistad, otros simplemente conversar. Paso y paso mensajes… y me doy cuenta de que no conozco a ninguno de ellos. Además, la geografía de quienes quieren ser “amigos” es asombrosa. Está claro que no puede hablarse de encuentros en persona: algunos viven demasiado lejos.

Lo más curioso es que no solo escriben hombres, sino también mujeres. Mmm… parece que la soledad ha mordido fuerte, si la gente busca interlocutores a miles de kilómetros.

Algunos escriben lo más básico: «Hola»… Otros se explayan contando por qué no pueden encontrar a alguien con quien hablar fuera de línea. Hay incluso quienes, según la sociedad, son “felices en su matrimonio”, pero tras muchos años de convivencia han perdido la capacidad de hablar entre ellos. Los temas de conversación se han agotado.

Y así llego a los mensajes enviados hoy. Leo sin fijarme en el remitente. Para mí, es solo otra historia real de la vida.

«Cuando tenía cinco años, montaba en bicicleta y los chicos del barrio se reían de mí. Era una bicicleta vieja. Primero la usó mi hermano, luego mi hermana, y por fin llegó el momento en que me tocó a mí, como herencia. No éramos muy ricos; mi padre y mi madre apenas empezaban un negocio y todo el dinero ganado se reinvertía, a veces ni alcanzaba para lo más básico. Y entonces aposté con un chico de siete años que cruzaría con mi bici un enorme charco. Tomé carrerilla y, con la cara llena de determinación, me lancé. Entro en el charco, salpica por todos lados… y bajo el agua había ladrillos rotos. La rueda delantera se atascó, salí volando por encima del manillar y caí de lleno en el charco, sobre esas piedras. Chichón en la frente, sangre por la nariz… y la bici, para tirar. Corrí a casa llorando, pero sin soltar la bicicleta. Mi madre, al verme, se quedó en shock. Y yo, como lo recuerdo ahora, empecé a gritar que odiaba a mi hermano, a mi hermana y a mis padres… A los primeros, por haber destrozado la bici, y a los segundos, por no poder comprarme una como la de Stepka, del séptimo piso».

El relato termina y de verdad me entra curiosidad por saber cómo acabó la historia. ¿Le compraron al final una bicicleta nueva? Me fijo en el avatar del remitente. Decir que me sorprendo es poco… Frunzo el ceño, intento mirarlo mejor para asegurarme. No, no hay duda: es Maxim. Sin su encantadora sonrisa abierta, como la que yo estaba acostumbrada a ver, pero sin duda él. La mirada es demasiado seria, pero sí, es él. Y además, está en línea.

Me lo pienso. ¿Escribirle o no? La curiosidad me empuja. Además, él ha dado el primer paso. ¿No fui yo quien le reprochó no conocer a su “verdadero yo”? ¿Y qué mejor manera de saber algo personal de una persona? Antes se enviaban diligencias y palomas mensajeras; lo que se me pide a mí es una minucia. Me decido.

«¿Y entonces, te compraron una bicicleta nueva?»

La respuesta tarda en llegar. Parece que será larga.

«No. Me limpiaron, me cambiaron de ropa y me dieron un balón de fútbol igual de viejo y gastado. Por la noche, mi padre me sentó frente a él en la mesa de la cocina, desplegó delante de mí, como si fuera un adulto, todos los ingresos y gastos de la familia. Me explicó a dónde iba el dinero y qué perspectivas nos esperaban».

«¿Y lo entendiste y lo aceptaste?»

«Ni de coña entendí nada. Me limité a alegrarme de que mi viejo hablara conmigo en vez de darme una paliza».




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.