Buscando activamente

Capítulo 30

Ania

Todo el día me lo paso dando vueltas sin saber qué hacer. Mis padres se han tomado vacaciones y se han ido a su querida dacha para trabajar en el odiado huerto. Sí, así son sus contradicciones internas. Ahora entiendo de quién heredé yo esta naturaleza contradictoria: el parentesco salta a la vista, incluso sin prueba de ADN.

Llama Katia. ¿Cortar o contestar? Dudo, y el teléfono sigue sonando. Los nervios no aguantan y respondo. Débil. En vez de colgar o ponerlo en silencio… No me apetece mucho hablar ahora con Katia. Mi confesión de ayer podría interpretarla como una debilidad y pensar que necesito desesperadamente su ayuda, y no es así. Me distancio de mi hermana no porque no la quiera, sino por su carácter complicado. Sabe llegar hasta el fondo del alma, créanme.

—Sí, hola —me sale con un tono algo fingidamente amistoso.

—¿Cómo estás? —Katia, como una zorra. Una entrometida de primera.

—Bien. He comido, he dormido, y ahora estoy pensando en volver a comer.

—Veo que tienes un día lleno de acontecimientos. ¡Déjame adivinar! ¿Y después de comer, otra vez a dormir?

—Todavía no lo he decidido, pero no descarto esa opción —quiero quitármela de encima cuanto antes y ponerme a hacer cualquier cosa menos hablar con ella.

—¿Tu chico no ha dado señales? —empieza… Ella ya ha decidido que tiene todo el derecho moral a meter las narices en mi vida privada. Y da igual que yo no lo vea así.

—Ha escrito.

—Uuuh… bueno, eso ya es algo… Sabes, me has sorprendido gratamente.

—¿Y eso?

—Pensaba que ese tío… tu jefe… sería un pringado con galoshas o un viejo verde. Y resulta que no está nada mal… Me alegro por ti. De verdad. Tiene buena pinta y carácter… Al menos uno de los dos en la pareja debe tener carácter…

—Ni sé qué contestar. Los cumplidos no son lo tuyo.

—Ania… si piensas —y sí que lo piensas— que me da igual lo que te pase, te equivocas. Sí, admito que no soy la mejor hermana mayor del mundo, pero tampoco soy una criatura insensible.

Me quedo callada; ¿qué se puede decir? Los ataques de normalidad de Katia no son frecuentes.

—Bueno, espero que todo os salga bien. Chao.

En realidad Katia no ha dicho nada malo, pero por alguna razón me siento aún más triste. ¿Cómo animarme? ¿Llamar a Liudmila, quizá?

Esa trabajadora incansable contestó solo al tercer intento, y en susurros. Está en otro seminario sobre fundamentos de merchandising. Y le gusta… yo ni siquiera pude pronunciar la palabra a la primera, y ella es fan de nivel quinientos. La última vez que hablamos me repitió la conferencia entera, de principio a fin. Y no importaba que a mí no me interesara… lo importante era que mi amiga se desahogara. Se ha vuelto casi una sectaria… del merchandising.

Para entretenerme un poco, puse la serie Fringe y me sumergí en investigaciones de conspiraciones mundiales y fenómenos sobrenaturales. Pero, tras ver varios capítulos y comprobar la magnitud de los “problemas de la humanidad” —resulta que grabaron cinco temporadas—, entendí que tendría que pedirme otra semana libre para llegar al final.

El timbre de la puerta me devuelve a la realidad. Voy hacia ella, esperando que no sean más parientes con consejos… Hace tiempo que la tía Zina no aparece con algún pretendiente en cartera. Toco madera, escupo por encima del hombro izquierdo: que no sea ella, no soportaría su presencia sin el apoyo de mamá.

Abro la puerta de golpe, sin mirar antes por la mirilla, y me quedo con la boca abierta ante lo que veo. Maxim… guapísimo, con dos ramos de flores en una mano y una bolsa en la otra.

Y yo… tal como me levanté de la cama por la mañana, sigo en mi pijama de Pikachu, de una sola pieza, con cremallera en la parte trasera para ir al baño sin quitárselo entero. Menos mal que al menos me lavé los dientes…

—Hola… —digo, apenas moviendo la lengua. Me salva del desastre total el hecho de no llevar la capucha puesta; si no, ya sería el colmo del ridículo.

—Hola, bonito traje, ¿me dejas pasar?

—Es un pijama, pasa —doy un paso a un lado para dejarlo entrar.

—Esto es para ti —me tiende un ramo de rosas de un delicado color melocotón.

—Gracias, son preciosas. ¿Y el segundo, para quién?

—Para tu madre, ¿está en casa?

—No. Están en la dacha, gracias a Dios —añado más bajo—. Plantando plantones en el invernadero.

—Entonces el segundo también es para ti —ahora me entrega un ramo de clásicas rosas rojas—. Y aquí hay tarta y champán —levanta la bolsa que lleva en la mano—. Pensaba que sería una velada para conocer a tus padres, pero ya que no están, mejor vamos a algún sitio.

—Vale —acepto encantada, porque ya me siento mal de estar encerrada en el piso—. ¿A dónde?

—Vamos a ver una de miedo al cine.

—Vamos —acepto rápido—, pero soy una miedica supersticiosa, luego no podré dormir por la noche.

—De eso se trata —la sonrisa se extiende por la cara de Maxim—, espero que NO duermas… pero en mi cama —¡ay no! mejillas traidoras, por favor, no os sonrojéis ahora, os lo ruego. Pero son sordas a mis súplicas, porque son… mejillas—. Ahora me cambio rápido —retrocedo hacia mi habitación retrocediendo como un cangrejo—, y tú… espera en la cocina, o en el salón… vamos, donde quieras.




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