Los cachorros se lanzaron sobre Egon con una energía desbordante. Con reflejos agudos, se obligó a salir del estupor y los atrapó por el pelaje de la nuca.
Adele dio un salto, sobresaltada por el repentino ataque.
Los pequeños se revolvieron entre gruñidos, intentando zafarse. Kiyomi le mordió cerca de la muñeca con fiereza.
Egon la sujetó con más firmeza, pero entonces fue Warren quien hundió sus garras en su brazo.
Apretó los dientes. No podía ser real.
En un parpadeo, esos gemelos de apenas cuatro años se habían transformado en lobos.
¿Cambiaformas? ¿Como él?
¿Podía ser posible...?
¿Eran realmente sus hijos?
—No lo entiendo yo... —murmuró Egon, aún aturdido.
—Sé que es algo impactante, pero te ruego que trates de mantener la calma —dijo Adele con prisa, tratando de leer su expresión. Parecía desconcertado, confundido... incluso horrorizado.
Pensó que tal vez él no tenía idea de esa condición. Y eso la puso aún más ansiosa.
Si él no podía darle una explicación lógica de por qué sus hijos podían transformarse en lobos... ¿quién podría?
—¡Ustedes dos, basta! —gruñó Egon a los pequeños, que seguían forcejeando con toda la terquedad del mundo para liberarse—. ¿No piensan hacerme caso?
Los cachorros lo miraron desafiantes. Kiyomi mostró los colmillos. Warren le gruñó con la intensidad de un alfa... de guardería.
Egon resopló, exasperado.
—He dicho que basta.
Fue entonces cuando los ojos de Egon cambiaron de color. Un destello eléctrico cruzó por su mirada.
Adele, que hasta ese momento comenzaba a creer que Egon era solo un humano más, ahogó un grito al ver la sombra de la bestia que él trataba de contener bajo la piel.
Los cachorros, valientes hasta hace un segundo, aullaron al unísono y bajaron las orejitas, encogidos como si acabaran de recibir el peor de los regaños.
—No. Ahora no —dijo Egon, todavía tratando de controlar a la bestia que habitaba su interior, pero su cuerpo ya no respondía del todo a su voluntad.
Dejó caer a los cachorros al piso, que no dudaron en ponerse una vez más frente a su madre para protegerla de la amaneza. La electricidad que chispeaba en los ojos de Egon se expandió por su piel, recorriendo sus venas como fuego vivo. Cayó de rodillas, con un gruñido que hizo temblar las paredes de la oficina.
—Espera... —susurró Adele, dando un paso adelante, guiada por su instinto maternal rodeó a los gemelos.
El crujir de huesos llenó la sala. La espalda del detective se arqueó y sus músculos se expandieron de forma antinatural. Garras reemplazaron sus dedos, el rostro se alargó hasta formar un hocico, y un espeso pelaje plateado brotó por todo su cuerpo.
En cuestión de segundos, el hombre de más de dos metros ya no estaba allí.
En su lugar, un lobo colosal de tres metros y medio se alzaba en medio de la oficina, su pelaje brillando como acero bajo la luz tenue. Sus ojos azul eléctrico atravesaban todo a su paso con una intensidad feroz.
Adele se quedó paralizada.
Una cosa era convivir con dos cachorros adorables que aullaban cuando no les daban dulces, y otra muy distinta era tener enfrente a una criatura que parecía capaz de arrancar puertas de una mordida.
—Dios santo... —murmuró, atrayendo a sus pequeños contra su pecho, con el corazón retumbando en los oídos.
El gran lobo levantó la cabeza hacia ella. No había humanidad en esos grandes ojos azules, sino algo Salvaje y ancestral.
Adele estaba nerviosa, intimidada por la imponencia del lobo.
Los cachorros, en cambio, ya no parecían asustados, lo observaban con curiosidad, incluso con admiración. Kiyomi dejó escapar un pequeño aullido emocionado. Warren meneó la cola.
—¿A esto... salieron mis hijos? —susurró Adele, tragando saliva.
Ya no había duda, Egon Langford también podía transformarse.
¡Él era el padre de sus pequeños!
¡Él tenía que aclarar muchas cosas!
Los pequeños se soltaron de su agarre y dieron un paso hacia el gran lobo plateado, olfateandose mutuamente.
Egon giró la cabeza hacia Adele y lentamente se fue acercando a ella.
Qué locura. Antes de verlo con sus propios ojos, ella no estaba segura de que él también podría transformarse. Lo peor de todo era que no consideró que tan peligroso podía ser en ese estado.
—Por favor... No me comas —dijo con los nervios a flor de piel—. Al menos hablemos sobre lo que está pasando aquí.
Las palabras apenas salieron de su boca y no estaba segura de que él comprendiera, pero para su sorpresa, le respondió:
—No tienes idea del problema en el que te has metido, humana.
—Mis hijos pueden transformarse en lobos, dudo que haya problema peor que ese.
El lobo la observó en silencio por unos segundos. Esperaba una reacción diferente por parte de ella. Más terror en sus ojos. Pero fuera de los nervios normales, parecía manejar muy bien la situación.
Al menos no estaba gritando como una posesa. Aunque claro, tampoco le convenía.
Qué desastre que alguien lo hubiera visto transformarse en una bestia. Era la primera vez que ocurría… y se aseguraría de que también fuera la última. Nadie más debía conocer su secreto.
¿Qué iba a pasar ahora con Adele Hayes?
Egon dio un paso atrás, enredándose con los cachorros que se movían entre sus patas, inquietos como si trataran de cazar un conejo invisible.
—Les dije que se quedaran quietos, pero es más fácil que un cocodrilo me haga caso —murmuró apretando los dientes.
—Warren y Kiyomi, por favor vuelvan a su estado original. Ya es suficiente. Nos vamos a calmar todos y hablaremos —les pidió Adele, arrodillándose frente a ellos y acariciando sus orejas en un gesto tierno.
Sus lobitos eran unos traviesos sin remedio, pero lindos y adorables.
Egon volvió a su forma humana sin problema, pero los gemelos no mostraron ningún cambio de transformación.
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Editado: 25.06.2025