Valdimir, el lobo negro, se ocultó tras los árboles a una distancia prudente, confiando en que Egon no percibiría su olor, gracias al brebaje especiado con el que lo habían rociado para enmascarar su presencia.
Le había tomado tiempo seguir su rastro desde el parque, pero al fin lo había encontrado. Ahora observaba con atención una de las ventanas de la villa, donde los niños se habían reunido.
Adele bajó las escaleras con el cabello aún húmedo tras la ducha. Había preparado a los niños después de desayunar y ahora se reunían los cuatro en la sala.
Se sentó frente a los pequeños y les indicó con suavidad que prestaran atención. Su padre estaba a punto de hablarles en serio.
Egon se pasó la mano por el mentón, a ratos todavía se sentía extraño sin su barba.
—Muy bien —dijo mirando a los gemelos con seriedad—. Lo primero que deben entender es que son cambiaformas, como yo. Y bajo ninguna circunstancia deben permitir que otras personas lo descubran. Si eso sucede... estarán en serios problemas. Recuerden que ellos son humanos comunes y nosotros no —explicó con calma. Los niños ladeaban la cabeza, atentos. Egon se agachó frente a ellos, tratando de conectar con su mirada—. Para que me entiendan mejor: ustedes son especiales, y eso los hace diferentes del resto.
—Mami ya nos ha dicho eso —soltó Warren, claramente desinteresado. Egon rodó los ojos.
—¿Y entonces por qué siguen haciendo lo que les viene en gana?
—Porque es divertido —respondió Warren, encogiéndose de hombros.
—No será divertido si un humano malvado los descubre y los encierra en un lugar horrible para hacerles todo tipo de estudios... como si fueran monstruos de feria.
Kiyomi se encogió un poco.
—¿Nos pincharían con agujas?
—Harán más que eso, Kiyomi.
—No quiero —murmuró ella, con el ceño fruncido y la voz bajita.
—Entonces deben ser más cuidadosos. Nada de transformarse en lobos por capricho. Solo lo harán en casa, cuando no haya extraños cerca. ¿Me escucharon?
Kiyomi asintió rápidamente, mientras que Warren soltó un suspiro fuerte.
—¿Y de qué sirve ser lobos si no podemos transformarnos? Así no tiene gracia —dijo cruzándose de brazos con un puchero.
—Cariño...
Adele quiso intervenir, pero Egon alzó una mano en señal de que lo dejara continuar. Ella se hundió en el sofá, observándolo con atención.
—Tú amas mucho a tu madre y a tu hermana, ¿cierto? —preguntó Egon, con voz baja.
Warren asintió sin dudar.
—Entonces piensa en esto... Si revelas lo que eres, no solo te pones en riesgo tú. Ellas también correrían peligro.
Warren abrió los ojos con sorpresa.
—No quiero que les pase nada malo —respondió con rapidez.
—Por eso debes controlarte. Está prohibido transformarse en lugares públicos. Lo que pasó ayer, cuando salieron corriendo por las calles, fue una imprudencia. Deben evitar hacer ese tipo de cosas.
Kiyomi levantó la mano, con aire tímido.
—Lo que pasa es que cuando nos transformamos, sentimos muchas ganas de hacer cosas divertidas. Todo es más emocionante. No podemos evitarlo, por eso escapamos.
—Tampoco podemos evitar la transformación. A veces solo sucede —dijo Warren.
Egon bajó la mirada por un segundo, entendía bien lo complicado que era ese proceso. Lo vivió cuando era un niño. Incluso ahora, después de tanto tiempo le fue difícil mantener el dominio sobre su lobo y terminó convirtiéndose en la oficina. Fue muy extraño, pero confiaba en que no volvería a pasar. No tenía por qué pasar. Solo fue un desajuste, una reacción instintiva del lobo al percibir la sangre de su linaje en aquellos niños. Porque sí... A estas alturas, ya no podía negar que eran suyos.
—Sé que no es tan fácil como parece —murmuró—. Pero les enseñaré a controlar sus instintos. A reconocer cuándo su lobo quiere salir y ser quienes controlan, no al revés.
—Esto es muy aburrido —refunfuñó Warren. Aun así, como se trataba de proteger a su madre y hermana, apretó los labios y decidió seguir escuchando.
Egon comenzó a explicarles cómo identificar las emociones que podían activar una transformación. Era un primer paso, y aunque no sería fácil para unos niños, al menos empezaban a comprender el riesgo que implicaba mostrarse tal cual eran. Incluso un simple intento de escabullirse podía ser peligroso.
Pasaron veinte minutos. Egon les hizo una demostración, llevándolos al límite, pero siempre guiándolos. Parecían empezar a entender el truco de conectar mente y corazón. De sentir al lobo, sin dejarse dominar.
Era una buena técnica, aunque no definitiva. Reprimir el instinto animal era como pedirles que no respiraran.
En el bosque, Vladimir se movía entre las sombras de los árboles, inquieto. Su oído agudo captaba cada palabra que se decía dentro de la casa. Aún no estaba seguro de que Egon fuera realmente el hijo de Nerya y Kaelor, y sin esa certeza no podía regresar a la manada. Necesitaba llevarle una prueba sólida a su Alfa, Druan.
«Si tan solo pudiera verlo transformado… Eso bastaría para confirmar quién era en realidad Egon Langford».
Se detuvo, intentando trazar un plan. Fue entonces cuando Egon salió al jardín, acompañado de los niños.
—A petición de su madre, ahora les enseñaré un truco que ayudará a saciar su apetito. Lo digo especialmente por ti, Warren —agregó, alzando una ceja.
Kiyomi soltó una risita.
—La mejor forma de controlar nuestro apetito es... la caza.
—¿Caza? —preguntaron ambos al unísono, confusos.
—Sí. Cuando tengo hambre, salgo a cazar un ciervo. Eso me ayuda a saciar a mi lobo por al menos tres días. Pero ustedes no necesitan algo tan grande.
—Warren es un glotón. Creo que ni una vaca lo saciaría —dijo Kiyomi entre risas.
Warren la empujó con el codo.
—No digas esas cosas —refunfuñó.
—No peleen —intervino Egon con firmeza.
Adele los observaba apoyada a la pared, sin poder evitar sentirse atraída por la seguridad con la que Egon manejaba todo. Su energía masculina, su poder... lo hacían ver tan distinto.
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Editado: 25.06.2025