Buscando al Padre de mis lobitos

10.

Esa noche, tal como Egon había dicho, sacó a los niños a cazar. Después de pasar el resto de la mañana y la tarde enseñándoles a controlar a su lobo —a pesar de las protestas e intentos de ambos por querer ir a conocer al abuelo y de que él siguiera negándose—, parecía que por fin estaban aprendiendo… aunque todavía no podía confiarse del todo.

En medio del bosque, los gemelos se transformaron en pequeños lobitos y lo siguieron, emocionados por la experiencia. Lograron rastrear a un zorro, pero al final se les escapó. Terminaron llenos de barro, con unos cuantos rasguños y riéndose a carcajadas. Fue una completa locura.

Mientras ellos se divertían en la cacería, Adele aprovechó para acondicionar la habitación de huéspedes, con los muebles que esa misma tarde Egon había comprado en una tienda en línea y que no demoraron nada en hacerle la entrega. Aprovechando que estaba fuera con los niños, ella junto a los encargados de la tienda se encargaron de subir los muebles. Quería tener todo listo para cuando sus pequeños regresaran darles la sorpresa.

Al mismo tiempo, en la manada Umbra Noctis, Valdimir ya había hablado con el alfa Druan, contándole con lujo de detalles todo lo que había ocurrido durante su encuentro con Egon. No tardó en convencerlo de que, aunque Egon no supiera quién era en realidad, eso no lo hacía menos peligroso. Incluso insinuó que, si no lo eliminaba a tiempo, llegaría el día en que querría ocupar su lugar como alfa. Eso solo avivó la furia de Druan.

Arista trató de hacerlo entrar en razón, pero fue inútil. Druan estaba cegado por el odio, por el resentimiento… y por los fantasmas del pasado. Sabía que debía deshacerse del hijo de Nerya y Kaelor antes de que alguien más descubriera que seguía con vida. Y con él, a su descendencia... Aquellos gemelos.

Decidió esperar unos días, hasta sentirse completamente lúcido, sin volver a ingerir una sola gota de alcohol, y entonces enfrentar a Egon Langford.

Los días siguientes fueron un verdadero caos para Egon. Tratar de convivir con esos pequeños monstruitos después del trabajo lo dejaba agotado. Aunque comenzaba a verlos con ojos diferentes y se esforzaba por conectar con ellos, seguía sin estar listo para reconocerlos oficialmente como sus hijos. Todavía no era el momento.

Adele, por su parte, se sentía más tranquila al ver que sus hijos empezaban a transformarse con más responsabilidad. Aunque no decía nada en voz alta, agradecía en silencio todo lo que Egon estaba haciendo por ellos.

Al pasar los días, él no volvió a mencionar nada sobre lo que ocurrió con su lobo. Como no recordaba mucho y no parecía importante, Adele prefirió no pensar más en eso. Se concentraba en sus hijos y en los quehaceres de la casa. Era lo mínimo que podía hacer.

Warren y Kiyomi, sin embargo, seguían con sus planes secretos. Como su padre seguía negándose a llevarlos a la fiesta de cumpleaños para conocer a su abuelo millonario, decidieron que irían por su cuenta. Después de todo, protestar no les había funcionando.

—¡Date prisa, Warren! Antes de que papá se vaya —lo apuró Kiyomi mientras se acomodaba el vestido frente al espejo de su nueva habitación. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios—. Ya quiero conocer a mi abuelito y decirle que me lleve de compras. La ropa que papá nos compró el otro día no me gusta, parece toda de niño.

—A mí la ropa me da igual —murmuró Warren, con una bolsa de papas fritas en la mano—. Lo único que quiero es que el chef del abuelo me prepare muchas cosas ricas.

Kiyomi puso los ojos en blanco, exasperada.

—Si sigues comiendo así, vas a parecer una ballena.

—Mamá dijo que no es cierto.

—Mamá dice eso para que no te sientas mal, pero sí vas a parecer una ballena —insistió, alzando una ceja con aire dramático.

Warren simplemente se encogió de hombros.

—No tienes remedio, hermanito —resopló Kiyomi—. Le diré a papá que en la próxima cacería te dé todo el ciervo a ti solo. A mí no me gustó el sabor de la carne cruda… sabe horrible —dijo arrugando la nariz con asco.

—Eres un lobo, Kiyomi. ¿Cómo puede darte asco? —preguntó él, sin entender nada.

—Pues no sé, solo no me gustó. Así que la próxima vez, te puedes comer mi parte también.

—Está bien —respondió él, como si le hubieran ofrecido un premio.

—Bueno, ya está. Vamos, rápido, a escondernos en el coche de papá —Kiyomi tomó la mano de su hermano con decisión y, con una sonrisa cómplice, lo sacó de la habitación.

.

Adele rozó accidentalmente el pecho de Egon mientras le ayudaba a hacer el nudo de la corbata. El traje le quedaba perfecto, como hecho a medida… marcaba sus hombros anchos, su pecho firme y esa cintura estrecha que no tenía derecho a lucir tan bien. Se veía peligrosamente atractivo, y ella no podía ignorarlo, aunque quisiera.

Desde su altura, Egon la miró en silencio, notando el leve temblor en sus manos y un sutil rubor en las mejillas. Pensó que quizá se sentía intimidada, como muchos. No sería la primera persona que se acobardaba ante su presencia.

Adele se mordió el labio inferior, distraída, y un pensamiento nada inocente le cruzó la mente. ¿Qué se sentiría volver a estar cobijada por ese gran cuerpo? Una sola mano de Egon cubría toda su cara… ni qué decir del resto de su anatomía. Solo de imaginarlo, sintió cómo una chispa le recorría la piel y tuvo que obligarse a sacudirse esa imagen de la cabeza.

—Creo que ya está —murmuró él, colocando su mano sobre la de ella, que se veía diminuta atrapada entre sus dedos grandes y cálidos.

El roce fue breve, pero suficiente. Sus ojos se encontraron. Y una corriente eléctrica los atravesó a los dos, innegable.

Adele tragó saliva, nerviosa, incapaz de disimularlo. Egon, en cambio, no dejó entrever nada. Pero por dentro, algo le quemaba la piel.

Era la tercera vez en la semana que sentía esa extraña punzada en presencia de Adele. Y lo peor es que no entendía por qué.




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