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[Hace varias horas
en las montañas Tok- Alaska]
Kaelor dejó caer el puño con fuerza sobre la mesa de su escritorio, haciendo que Arista diera un paso atrás.
—¡Ya escuché suficiente! —sentenció—. Mi hijo murió junto a su madre en el hielo. No puede ser verdad lo que dices. ¿Qué es lo que pretendes con todo esto?
—Alfa Kaelor —Arista levantó la mirada—. Lo que le digo es verdad. Hace aproximadamente una semana, un lobo de la manada Umbra Noctis lo descubrió.
Kaelor negó con la cabeza.
—Es un lobo plateado, lleva su sangre y la de Nerya. Además, su aura es idéntica a la de ella.
El ceño del alfa de los Lumen Glacialis se frunció con fuerza.
—Tiene que hacer algo. Por favor. Druan pretende ir a Toronto para acabar con él. No quiere que viva. Está enfermo de rabia y resentimiento.
Kaelor cerró los ojos un instante, tratando de asimilar aquella noticia que parecía imposible.
—¿Cómo puedo estar seguro de que lo que me dices es verdad?
—No tengo motivos para mentirle —respondió Arista con sinceridad—. Usted sabe mejor que nadie cuánto aprecié a Nerya. Además, fui yo quien la ayudó a escapar aquel día.
Kaelor abrió los ojos, sorprendido.
—¿Fuiste tú?
—Sí —confesó Arista—. Nadie más lo sabe, pero fui yo quien la sacó de las cavernas. —Hizo una pausa, dejando que el recuerdo la golpeara—. Desgraciadamente, no pude acompañarla hasta la frontera. Tuve que despistar a la jauría que la perseguía. Cuando descubrieron el engaño, la persiguieron hasta casi alcanzarla. Nerya tuvo a su hijo sola en el bosque, enfrentando el frío cruel. Nunca me he perdonado no haber llegado a tiempo. —Unas lágrimas surcaron sus ojos arrugados por los años. Tomó aire profundo y clavó la mirada en el alfa—. No sé cómo logró sobrevivir su hijo, pero es cierto: él está vivo y su nombre es Egon Langford. Así que, por favor, haga algo para salvarlo de Druan.
Kaelor se limpió una sola lágrima que rodó por su mejilla.
—Mi hijo… —murmuró, dando un paso hacia ella—. Por favor, júrame que no es una trampa. Que esto no es una ilusión.
—Por la memoria de Nerya y por mi propia vida, le juro que es verdad —aseguró Arista, con la voz firme.
El alfa tragó con dificultad. El corazón le latía con fuerza. La noticia lo desarmaba por dentro, pero si había una mínima posibilidad de que su hijo estuviera vivo, no iba a quedarse de brazos cruzados.
—¡Sylas! —llamó con fuerza, y su Beta apareció al instante.
—Mi Alfa —respondió, entrando con rapidez, alerta ante el tono de su líder.
—Que preparen el jet —ordenó Kaelor con firmeza—. Y que se alisten mis mejores deltas. Mi jauría debe estar lista para luchar. Nos vamos a Toronto.
Sylas, su consejero y Beta, lo miró con desconcierto por unos segundos. Pero al ver la determinación en los ojos del Alfa, no hizo preguntas. Asintió en silencio y salió de inmediato a cumplir la orden.
—Yo regresaré a Yukón —dijo Arista, ajustándose la capa—. Con algo de suerte, encontraré a Druan antes de que cometa una locura. Trataré de hacerlo entrar en razón… pero si no lo logro, dejo este asunto en sus manos, Alfa.
Así, sin más demora, Arista tomó un camino y Kaelor otro. El destino ya había comenzado a mover sus piezas.
.
Varias horas después, el jet privado aterrizó suavemente en una pista exclusiva, a una hora del centro de Toronto. Años habían pasado desde la última vez que Kaelor pisó suelo canadiense, y ahora estaba allí, listo para enfrentar una nueva batalla. Pero de todas las que había librado, esta era la más importante: salvar al hijo que jamás le permitieron conocer, al hijo que el destino —caprichoso como siempre— parecía devolverle.
Gracias a antiguos contactos, tres vehículos negros de lujo lo esperaban junto a la pista. El Alfa subió al primero, acompañado por su Beta. El resto de su jauría abordó los otros dos sin perder tiempo.
Dentro del coche, Sylas, ya al tanto de toda la situación, abrió una carpeta digital y comenzó a leer en voz alta:
—Según la información que conseguimos sobre Egon Langford, tiene 30 años. Es detective del departamento de policía de la ciudad. Fue adoptado por Marc y Eva Langford, dos humanos dueños de la fábrica de juguetes más grande del país. Oficialmente, es su hijo mayor. Tengo su dirección actual, además de otros datos importantes. Mi fuente también me dice que hoy celebran el cumpleaños de su hermano menor en la mansión familiar. Es muy probable que el señor Egon esté allí.
Kaelor frunció el ceño, apretando la mandíbula con fuerza. Le resultaba incomprensible… Su hijo, criado entre humanos, llamando “padres” a quienes no compartían su sangre.
Todo por culpa de Druan y su odio.
—Entonces no perdamos tiempo —ordenó, con voz grave y decidida—. Vamos a esa mansión. Solo espero no llegar tarde... otra vez.
***
La mansión de los Langford era, sin lugar a dudas, la más imponente de Toronto. Rodeada de extensos jardines y terrenos diseñados para el esparcimiento del patriarca, quien solía jugar golf cada fin de semana.
Esa tarde, en honor a su hijo menor, Lizandro Langford, el señor Marc había ordenado organizar una fiesta inolvidable. Todo debía estar a la altura del apellido que llevaban. Las amistades más cercanas llegaban con regalos de un valor incalculable, y la música envolvía el ambiente con una atmósfera alegre y sofisticada.
Cuando Egon se acercó en su coche, los guardias lo reconocieron y, sin demora, abrieron el portón principal. Él continuó avanzando por el largo camino privado, flanqueado de árboles ornamentales y pequeños bosques. Al llegar al área de estacionamiento, se detuvo junto a los autos de los invitados. El sonido de la música se filtraba a través de la vegetación.
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Editado: 20.08.2025