Buscando Ayuda En El Silencio

Depresión

Esto no es fácil de escribir. Pero necesito hacerlo. Necesito sacarlo. Necesito que, por una vez, alguien lo lea con el corazón abierto. Porque estoy cansada. Porque estoy dolida. Porque me siento incomprendida.

Hay algo que la mayoría de la gente no entiende, o no quiere entender:

Vivir con depresión no es estar triste un rato. No es tener un mal día o una mala racha.

No es algo que uno “elige” sentir. No es algo que se puede “sacudir” con fuerza de voluntad o frases bonitas.

Es más que eso. Muchísimo más.

La depresión es una sombra silenciosa que se instala sin pedir permiso. Es una carga que te acompaña desde que abres los ojos en la mañana hasta que logras dormir —si es que logras dormir. Es esa voz interna que todo el tiempo te dice que no eres suficiente, que no lo estás haciendo bien, que estás fallando, que estás decepcionando a todos. Es ese nudo en la garganta constante, esa presión en el pecho que no se va ni aunque el día esté soleado o tengas gente alrededor.

Y lo más duro de todo es que desde afuera, todo parece normal.

Porque aprendemos a fingir. A sonreír. A decir “todo bien” cuando por dentro estamos gritando. A seguir con la rutina, a hacer lo que se espera, a cumplir con lo mínimo… aunque eso nos esté drenando por dentro.

Y entonces, cuando alguien se da cuenta de que algo no anda bien y se atreve a preguntar, muchas veces lo que recibimos es una serie de frases que, en lugar de ayudarnos, nos hacen sentir aún más solas:

“Pero tú tienes todo para estar bien.”

“Échale ganas.”

“Todo está en tu mente.”

“Hay personas que están peor.”

“No seas negativa.”

“Haz ejercicio, eso te ayuda.”

“Deja de pensar tanto.”

“Es que te enfocas solo en lo malo.”

“Ya supéralo.”

Y con eso, boom: nos terminan de encerrar en esa jaula invisible donde ya no queremos contar nada, porque sentimos que nadie lo entiende. Porque nos sentimos juzgadas, como si sentirnos así fuera nuestra culpa. Como si estuviéramos fallando en ser “normales”.

Pero lo que muy pocos saben es que, cuando una persona está en un estado depresivo, incluso lo más básico se vuelve cuesta arriba:

Levantarte. Bañarte. Comer. Respirar.

Contestar un mensaje. Poner atención. Sonreír. Mirar a los ojos. Pensar en el futuro. Imaginar algo bonito. Tener esperanza.

Todo eso, que para muchos es parte del día a día, para mí y para otros como yo se convierte en una lucha constante.

Y lo peor es que uno se siente culpable por sentirse así.

Yo me he preguntado tantas veces:

¿Por qué me siento así si tengo personas que me quieren?

¿Por qué no puedo disfrutar lo que antes me hacía feliz?

¿Por qué siento que no valgo nada, aunque racionalmente sé que no es cierto?

¿Por qué me siento sola si tengo gente cerca?

¿Por qué me cuesta tanto vivir?

Y esa culpa, esa autoexigencia, esa sensación de “no debería sentirme así”, solo hace que el peso sea más grande. Porque me juzgo yo, me juzgan los demás, y entonces me aíslo. Me apago. Me encierro en mí misma. Me guardo el dolor hasta que explota por algún lado: en forma de llanto, en forma de ansiedad, en forma de cansancio extremo, en forma de silencio.

Esto que estoy escribiendo es mi verdad. Es mi experiencia. Y la comparto porque sé que no soy la única.

Porque hay muchas personas como yo que están sonriendo en redes sociales, que hacen su trabajo, que cumplen con sus responsabilidades… y que por dentro sienten que se están hundiendo.

Que no saben cómo pedir ayuda.

Que tienen miedo de ser vistas como “exageradas”, como “locas”, como “débiles”.

Que no quieren ser una carga para nadie.

Y que muchas veces solo quieren que alguien se siente a su lado y les diga:

“No tienes que estar bien. Estoy contigo. Aquí me quedo, aunque no digas nada.”

No estoy escribiendo esto para dar lástima.

Lo escribo porque me cansé de callar. Porque me cansé de fingir que todo está bien cuando no lo está. Porque quiero que las personas que me rodean y las que me leen entiendan que la salud mental importa, que no se ve a simple vista, y que no se soluciona con consejos vacíos.

A veces no quiero que me den soluciones. Solo quiero que me escuchen.

A veces no necesito que me “animen”, sino que me validen.

Que me digan: “Entiendo que te duela. Está bien que te sientas así. No estás sola.”

Eso tiene un poder enorme.

Y si tú estás leyendo esto y también te sientes así, quiero que sepas que te entiendo.

Que no estás rota.

Que no eres menos por sentir lo que sientes.

Que tu dolor es real, aunque otros no lo vean.

Y que vivir con depresión no te hace débil.

Te hace valiente. Porque sigues aquí, luchando, respirando, intentándolo.

Estoy aprendiendo a tratarme con más ternura. A dejar de castigarme por cada recaída. A entender que no tengo que demostrarle a nadie que estoy “bien”.

Estoy entendiendo que pedir ayuda no es rendirse, es ser valiente.

Y que mi proceso no tiene que ser lineal, ni rápido, ni perfecto.

Solo pido esto:

Si conoces a alguien que esté pasando por algo así, no lo empujes a estar bien rápido. No lo minimices. No lo hagas sentir culpable.

Escúchalo. Abrázalo. Sé compasivo.

Tal vez no puedas quitarle el dolor, pero sí puedes acompañarlo a llevarlo.

Y eso, créeme, puede marcar la diferencia entre rendirse o seguir.

La empatía no es un lujo, es una necesidad.

Y más en un mundo donde tantas personas caminan rotas por dentro sin decir una sola palabra.

Así que si alguna vez te pareció exagerado lo que alguien contaba sobre su salud mental, tal vez era que tú no estabas viendo todo el dolor que estaba cargando en silencio.

Ahora lo sabes.

Y si llegaste hasta aquí, gracias.

Gracias por tomarte el tiempo de leer lo que muchos callamos por miedo, vergüenza o costumbre.



#259 en Paranormal
#89 en Mística
#3149 en Otros

En el texto hay: aprendizaje, autoayuda, valoracion

Editado: 24.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.