Buscando La Paz (terminada)

BUSCANDO LA PAZ

Aquel lago de Melirst, ubicado en medio de un pequeño bosque al este de la ciudad, a unos 5 kilómetros del centro, guardaba una oscura historia. Las personas entran allí para correr, andar en bicicleta, y otras tantas actividades, pero nadie se atrevía a asomarse demasiado al lago.

Se decía que, en él, una chica llamada Kate murió ahogada. Sobre ello hay muchas hipótesis: algunos creen que ella no sabía nadar, otros que la mataron, otros que se suicidó, y así una gran cantidad de otras historias. 

Pero todo cambió para Dylan. Las hipótesis se borraron y llegó a la verdad detrás de lo que mantenía a Melirst como “La ciudad de la chica muerta”. El chico de 20 años, cabello rubio, piel blanca y ojos verdes, venció su miedo a los prejuicios del lago y fue a nadar, en un día de mucho calor. 

Ese día salió de su casa seguro con lo que iba a hacer. Con la mochila en su espalda fue al garaje a buscar su bicicleta y casco y tomó rumbo. Viniendo del oeste de la ciudad, pasó por el centro y compró algo para comer después. Pedaleaba por momentos más lento, por otros más rápido. Le faltaban un par de cuadras para llegar al bosque y sus nervios comenzaron a florecer, a medida que se iba acercando, éstos aumentaban. Al entrar por fin, tuvo que detenerse a descansar un poco, beber agua, retomar fuerzas y, luego de eso, continuar. Sus manos temblaban, pero decidió que no iba a frenar, que no iba a dar marcha atrás y sólo pedaleó. 

Llegó al lago y estaba mojado por la transpiración de la mala combinación de bicicleta, calor y nervios. 

Observó por varios minutos el lago, lo analizó, tocó el agua, la cual estaba muy fría, se sentó por un momento en la orilla, se sacó su remera y sus zapatillas, las guardó en la mochila y se recostó a tomar sol mientras reflexionaba sobre lo que haría. 

Por fin se puso de pie y caminó agua adentro. Era un lago medianamente pequeño en el que podía nadar de un extremo al otro sin perder de vista sus pertenencias en la orilla. Entró en calor dentro de él y luego se detuvo en medio del estanque para admirar su alrededor. Los árboles que lo escondían se veían sorprendentemente hermosos. Volvió a adentrarse en el agua y cuando sintió un extraño frío abrió los ojos, ahí, debajo del agua, y la vio. Una mujer hermosa, de cabello negro, tez blanca y ojos tan azules como el agua de ese lago, pero sus labios estaban morados y le llamó mucho la atención su vestimenta: vestido largo, tapado, bufanda y gorro, todos ellos de un color blanco brillante y perfectamente limpio. La cabeza de Dylan pensaba rápidamente, sus latidos aumentaron notablemente y todo su cuerpo temblaba, por frío, por nervios, por miedo, o todos juntos, y de repente descifró lo que estaba viendo… La chica muerta del lago. Intentó nadar lejos de ella, pero su tembloroso cuerpo no le permitía moverse tan rápido como quería. 

“Mi nombre es Kate, Kate Martin, fallecí hace 20 años, en ese entonces tenía 18 apenas. No pude retroceder en mi decisión. Cuando me di cuenta de lo que hacía, no tuve tiempo para volver, ya era tarde, el error ya lo había cometido y éste fue mi castigo. Mi cuerpo fue hallado, pero yo aún permanezco en este frío lugar. No pude ser capaz de encontrar al culpable y dudé de mí… La duda me trajo aquí.

“Crecí en una familia muy amorosa, cálida y podía confiar todo con ellos. Mi mamá y mi papá se conocieron en el colegio, se casaron, tuvieron a mi hermano Liam, a mí y después de unos cuantos años, a mi hermana Marley. Teníamos una casa muy acogedora: 4 habitaciones, patio grande, una cocina impecable que daba directo con el comedor y un living donde nos sentábamos a hablar de lo que se nos ocurriera, bailábamos, jugábamos, éramos tan felices… “Un día fui a pasear con mi hermano, yo quería comprar ropa con mis amigas y él tenía una cita. Mi familia estaba en casa y como no tenían nada que hacer, vinieron al lago. Esto antes era un lugar al que venían las personas a pasar el día, organizaban un picnic, acampaban, nadaban... Ninguno se imaginaba lo que iba a pasar. “Volvimos a casa con mi hermano, cociné algo para la cena, puse la mesa y me senté a esperarlos. No llegaban. Hablé con mi hermano, que comenzó a preocuparse también. Pero seguimos esperando y nos dormimos. Al día siguiente preparé el desayuno y me alistaba para ir al colegio. Cuando estaba por salir de casa, llamaron a la puerta. Fui aliviada a abrir porque seguro eran mis papás que se habían quedado sin combustible en el camino y recién ahora llegaban. Pero al descubrir a quien tocaba, me di cuenta que algo no andaba bien. La policía estaba ahí. Mi hermano bajó al oírlos y nos dieron la noticia: mi familia había muerto. No fue un accidente, no chocaron contra un árbol, ni se desviaron, ni nada parecido, los mataron.

“Hallaron sus cuerpos sin vida dentro del auto con perforaciones de balas. Dicen que la única marca que había en el asfalto era de una frenada brusca y que los disparos fueron de frente.

“Fue sorpresivo para ellos, para mi hermano, para mí.

“Mi hermano se hundía en un mar de lágrimas y dolor. La policía dijo que no fue robo, fue un acto de odio. ¿Odio de qué? ¿Odio a quién? ¿A nosotros, una familia que no le haría daño a nadie? Imposible. Tanta ira tenía que le prometí a mi hermano que iba a encontrar al responsable de todo esto. Sin importar las consecuencias. Lo quería preso… o muerto… lo que pasara primero.

“Pasaron los meses y no dormía pensando, intentando unir cabos, buscando información, contactos. Mi hermano me ayudaba bastante pese a que tenía que estar al día con la universidad y tenía que trabajar para poder sostener lo poco que nos quedaba. Me estaba dando por vencida, no encontraba nada que tuviera sentido o que al menos despertara sospechas. 

“Llegó el invierno y estaba tan enojada conmigo que entré en depresión. Mi familia muerta, yo sin poder encontrar al asesino y ni siquiera pude despedirme de ellos. Los extrañaba tanto…

“Hasta que un día no lo soporté más. Me vestí con lo que me ves usando ahora y vine al lago. Pasé el nevado bosque y cuando llegué vi el lago congelado, entonces caminé sobre él intentando no resbalar en el hielo. Cuando llegué a la mitad vi que el agua corría por debajo, entonces me saqué mi zapato, me arrodillé y comencé a golpear el hielo con el taco. No sabía lo que hacía, mi cuerpo se manejaba solo, yo no tenía el control, mi mente estaba en blanco. El hielo se agrietó y fue en ese momento que me di cuenta de lo que había hecho y entré en pánico. Quise pararme e irme corriendo de ahí, volver a mi casa calentita y tomar un chocolate caliente, abrazar a mi hermano y decirle cuánto lo quiero, pero en cuanto apoyé mi pie, el hielo se rompió, se rompió justo debajo de mí y yo caí. El agua estaba tan helada que podías sentirla hasta en lo más profundo de tu cuerpo, buscaba el hoyo desesperada, no podía respirar y sentía que cada vez estaba más lejos de donde caí y me desmayé a causa de retener el aire durante tanto tiempo. Y desde entonces acá estoy.



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En el texto hay: cuento, aventura fantasia, alma perdida

Editado: 01.11.2020

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