Buscándote

2. Al verte

Y sin nada que decir se quedaron ahí sentados. Observando todo a su alrededor como si la naturaleza escondiera algún secreto que estaba deseando contar.

Mil preguntas acechaban en la mente de Evans que no se atrevía a disparar por miedo a asustarla.

¿Quién era ella? ¿Por qué soñaba con ella? ¿Todo era casualidad?

Sin embargo en la mente de ella solo había conversaciones que nada tenía que ver con él.

Ella estaba acostumbrada a hablar con extraños, formando conversaciones profundas.

Y mientras ellos navegaban a la deriva en sus propios pensamientos un chico preocupado y jadeante se acercaba hacia ellos corriendo.

—¡Sarah! —Gritaba el chico entre respiración y respiración.

Era jóven, como ellos, era rubio con unos grandes ojos miel, labios finos y pequeñas pecas alrededor de su nariz.

Vestía ropa al azar, como si se hubiese vestido a oscuras o con prisas.

—Sarah...Joder...Me tenías asustado… —Decía agitado.

A pesar de las diferencias como el cabello o el color de ojos los parecidos eran increíbles así que Evans llegó a la conclusión de que serían parientes.

Sarah, sin perder la sonrisa en ningún momento, se levantó con delicadeza y se entrelazó las manos a la espalda. Luego caminó con calma hacia el camino que unos momentos antes había recorrido el chico.

Éste miró a Evans unos segundos mientras estabilizaba su respiración.

Sus ojos se endurecieron, y su boca se volvió una línea recta por la fuerza.

Uno de sus dedos índice apuntó hacia él con ceño fruncido y con voz ronca lanzó una advertencia:

—No te acerques a ella. Déjala en paz. No te vas a aprovechar de ella —Le dijo, como si ya hubiese pasado otras veces.

Sin darle tiempo a reaccionar se giró sobre sus talones y andó con rapidez para alcanzar a Sarah.

Y aunque le hubiese dado tiempo, tampoco hubiese sabido que decir, esa situación fue totalmente surrealista y no sabría por dónde empezar.

Evans observó cómo desaparecía entre el camino rodeado árboles.

Entonces, cuando volvía a estar solo, analizó la situación.

Ella era igual a la chica de sus sueños.

Había estado con ella.

Ese chico le había prohibido volver a verla.

Solo sabía su nombre.

Un montón de interrogantes volaron sin control por la cabeza de Evans pensando en las breves palabras del desconocido.

Concluyó que era demasiado temprano para pensar y que no le iba a dar muchas vueltas.

Se levantó y, con las manos en los bolsillos, caminó de vuelta a casa.

Había transcurrido dos horas y media y los madrugadores ya empezaban a dirigirse al trabajo.

Evans saludó a un par de vecinos por costumbre y siguió su camino con la mente en blanco.

Cuando entró en casa se descalzó de inmediato y se dirigió a su habitación mientras se quitaba los pantalones.

Se puso unos más cómodos y empezó su día.

Su mente seguía en blanco.

Se hizo un buen desayuno a base de un tazón de leche, cereales y fruta.

Recogió todos los enredos y ordenó su habitación.

Se preparó la mochila y salió de casa.

Evans no sabía que estudiar cuando terminó la ESO así que se decantó por un grado medio de Imágen y sonido y descubrió que le gustaba así que siguió formándose en un grado superior en Sevilla.

Se dirigió a su moto, se subió y puso rumbo hacia el instituto como si estuviera en piloto automático.

De repente y sin previo aviso los recuerdos de los momentos que habían ocurrido horas antes se agolparon en su cabeza.

Como escenas de una película a cámara rápida, las conversaciones resonaban con eco.

Y se dio cuenta.

No volvería a verla.

No sabía dónde vivía, ni su apellido, ni quien era y su nombre era de lo más común.

La frustración se hizo dueña del corazón de Evans y por un momento se olvidó de que conducía.




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