Mis brazos se sentían más ligeros de lo habitual, podía simplemente abrazar la almohada, pero por mucho que la aferrara, aún no era suficiente para aliviar el vacío que sentía en el pecho. Cerré los ojos en un intento desesperado por recordarla. Parecía que fue ayer cuando estábamos jugando con muñecas, un eco distante de la inocencia que ahora se desvanecía en el dolor presente.
¿En qué momento cambió todo?
Pasamos de ser niñas a adolescentes.
De ser pequeñas a tener que valernos por nosotras mismas.
De fiestas y bebidas a tener a nuestros propios hijos.
Sin duda, la vida fue inesperada, dio un giro de 360 grados, injusta, egoísta; así era la vida, incluso con las almas que menos lo merecían, solo sufrieron un castigo que no debían. La crudeza de las circunstancias se reveló, dejando cicatrices imborrables en aquellos que nunca buscaron más que la simple dicha de vivir.
—¿Sigues llorando
La señora Bell entró a mi habitación sin avisar.
—Esas personas dejaron de ser tu familia hace años, supéralos. No entiendo por qué todavía tienes contactos con ellos, solo te hacen daño.
La brusquedad de sus palabras resonó en la habitación, como un intento de desenterrar el pasado y liberarme de las cadenas que aún me ataban a aquellas relaciones tóxicas.
—Mama.... —supliqué en un chillido.
—Ella solo te miraba como si fuera superior al resto, se creía gran cosa solo por ser bonita, no lo voy a negar, era hermosa. —Bajó la mirada hacia mí, y me puse nerviosa—. Te hacían creer que eras menos, y te lo creías. Cuando siempre has tenido más, no te entiendo, Alicia, no entiendo la terquedad de seguir con ellos.
—No lo entenderías...
—Entonces explícamelo, para entenderlo. ¡Te hacían la vida una mierda! Debes alejarte, olvidar esa parte de tu vida para crear una nueva. Con gente que en verdad te ama.
—¡Ruth! —repetí, esta vez logré llamar toda su atención. Me dio una mirada de desaprobación, me arrepentí de inmediato.
—No me digas Ruth, soy tu madre.
—Perdón.
—Me faltas al respeto, a pesar de que intento hacerte entrar en razón. —salió de mi habitación, sin antes mirarme con un toque de superioridad. En esta ocasión, lo ignoré, mi cuerpo se sentía destrozado, incapaz de procesar las otras emociones.
Me acurruqué entre las sábanas y creé mi refugio. Así ha sido desde hace 7 años, cuando la señora y el señor Bell me adoptaron a la edad de 10 años. Nunca me hicieron sentir excluida ni un estorbo; al contrario, se aseguraron de que me sintiera parte de la familia, tanto que incluso cambiaron mi nombre.
Sinceramente lo agradezco mucho.
Sin importar lo que lograra, seguían mencionando a mi familia biológica, comparándome constantemente. Me empujaban a superarme, pero al mismo tiempo menospreciaban mis raíces, sembrando en mí un resentimiento profundo.
Cada vez que creía haber alcanzado un logro, algo emergía para recordarme lo contrario. Ella, la figura popular y hermosa, con ojos coloridos que reflejaban una felicidad aparentemente inalcanzable, se convertía en un espejo que reflejaba mis propias inseguridades.
Lia
La chica que todos querían ser, el típico estereotipo, rubia de ojos verdes, piel blanca como la nieve, rodeada de amigos, fiestas, siempre sonriendo, exhibiendo hoyuelos en sus mejillas.
Estuve con ella, analizando, observando su personalidad, actitud, todo. Queriendo descifrar su truco, ¿cómo era tan... ella? Cada detalle parecía encajar perfectamente en su imagen, y me preguntaba cómo lograba proyectar tanta autenticidad.
Estaba a su lado, siguiéndola en su rutina, pero no obtenía los mismos resultados. No podía ser como ella, no conseguí los mismos amigos, no obtuve la misma popularidad.
¿Qué me faltaba?
Nunca fue Alicia y Lia. Siempre era Lia, ella es Lia, todo ella. ¿Yo dónde quedaba? Solo era su prima.
La rubia es Lia, la otra es su prima. La sombra que siempre la acompañaba, pero que nunca lograba brillar con luz propia.
¿Envidia? Jamás la tuve, ¿debería? Éramos familia. Está bien, lo acepto, tal vez sí, pero muy poca. Envidia de la buena, ya que, a pesar de lo horrible que era su vida con padres irresponsables, abusos de todo tipo, y exposición a drogas, siempre parecía feliz, demostraba fuerza.
¿Cómo lo hacía?
Cada día ignoraba su realidad, tal vez por eso siempre estaba en fiestas; para huir. ¿No sufría? Nunca demostró frustración, estrés, tristeza. Siempre alegría, vibras altas, tenía una vida llena de aventuras donde fácilmente podría haber escrito un libro.
Cuando me enteré de su embarazo, supe que nada bueno la esperaba. Una chica de 17 años con un bebé, a primera vista no se veía bien, mejor dicho, en ningún sentido se veía bien. La admiración se había convertido en lástima. Tenía pinta de acabar mal, estaba prescrito. Parecía despreocupada, feliz con la vida; seguía viajando, incluso parecía más popular que antes, más amigos, más vida.
¿Pasó algo que no vi?
Pero ya no quedaba nada. No tenía familia, no tenía amigos, no tenía popularidad, no tenía vida. Ya no era nadie, solo una mujer más en una larga lista de personas asesinadas por su pareja.
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