Era el cumpleaños de la abuela, y toda la familia se había reunido para celebrar, comer y beber. Con apenas 9 años, me encontraba en el patio donde ya se preparaba carne asada.
Decidí salir por la puerta trasera siguiendo a mis primas. Mientras ellas iban con su madre, yo me dirigí hacia la mía, que estaba conversando con mi abuela.
—Danna, ¿qué haces vestida así? No te vestí así. —Tiró del borde de la blusa en mi dirección —No puede ser, te ves horrible, Danna. Mira, Lia se ve bien.
La miré, tenía los mismos pantalones que yo y la blusa le quedaba como un guante.
—Ya no comas tanto, se ve tu estómago. —Con sus manos bajo mi blusa, intentando cubrir la piel que se podía ver.
Las palabras no salían de mi boca, estaba muda. Lo que provocaba más burla por parte de los adultos, que no estaban del todo conscientes por el alcohol.
Lia empujó mi hombro al pasar a mi lado. Miré y vi cómo ella, junto con su hermana Ana y otra prima, regresaban al interior de la casa.
—¿A dónde van? —pregunté.
Las tres se detuvieron, pero solo dos me miraron. Lia solo me dedicó una mirada corta de fastidio, como si se creyera superior a mí. La sensación de ser menospreciada se intensificó aún más, y me pregunté cuánto debía cambiar para ganarme su respeto.
—A ningún lado. — Respondieron, para después desaparecer entre la casa.
Leila, al frente. Tengo que aceptar que se veía increíble estando delante y más con esa actitud inquebrantable. Pero hubiera sido más grandioso yo estar ahí, adelante. Ella no detrás de mí, sino ella en mi lugar, mirándome como yo la observaba a ella. Deseando captar mi atención tanto como lo ansiaba yo. Aquel anhelo se sembró en mi corazón aquel día, marcando el inicio de una obsesión que crecería con el tiempo.
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