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Horas después, la joven muchacha había comenzado espabilar, removiéndose entre las finas sabanas que protegían su débil cuerpo del frió. 

Un suave gemido de molestia broto de entre sus rosados labios, le dolía la cabeza, sentía como si la martillaran desde dentro. Al cabo de los minutos abrió sus ojos, dejando al descubierto su bello color, eran grises, como las nubes antes de llover.

Tomo las sabanas y las envolvió a su desnudo cuerpo, para así comenzar a pasearse por la delicada habitación. Era sencilla, pero hermosa, las paredes eran de un tono beige y el suelo de una refinada cerámica. Había una cama matrimonial y en frente una ventana.

Al terminar de admirar el lugar, pudo localizar una puerta. Se acerco y tomo la perilla, abriéndola con cuidado. De forma prudente salio de la habitación, comenzando a vagar por el pasillo, hasta que una voz interrumpió sus pensamientos.

-Hola, veo que ya despertaste. -Musito una mujer que aparentaba unos treinta años. Su voz era suave, le transmitía calma y confianza.
-Oh, lo lamento.. -Dijo refiriéndose a que se encontraba vagando como si nada por su casa.-
-Querida, no te preocupes, ven, te daré algo de ropa y luego hablaremos, ¿Si? 
-Claro, muchas gracias señora... 
-Neels. -Completo con una sonrisa amable. Luego de eso comenzó a caminar hasta una habitación, al parecer la principal.

Se acerco a un bonito armario y saco algo de ropa, que luego le tendió a la menor.
-Esperare fuera para que puedas cambiarte tranquila. -Dijo saliendo del cuarto, con una amplia sonrisa.

"Vaya, ¿No le dolerá sonreír tanto?" Penso la joven, comenzando a colocarse la ropa ajena.
Al cabo de unos minutos ya estaba vestida, por lo que salio del cuarto. La señora Neels, al notar su presencia, hizo un ademan para comenzar a caminar hasta la estancia, la cual lucia rustica.
Se sentó en un sofá y palmeo a su lado, para que así pudiesen entablar una conversación.