Cuando las últimas luces se apagan y el silencio se vuelve pesado, los lugares abandonados rebelan su verdadera naturaleza. Ya no son solo estructuras olvidadas, son tumbas de tiempo, mausoleos de recuerdos que no descansan. Las sombras bailan en las esquinas, susurrando historias de risas infantiles que se desvanecieron, y de tragedias que mancharon las paredes. El aire se siente frío y no por la ausencia del calor, sino por el eco de presencias que se quedaron atrapadas, esperando, con una paciencia que hiela la sangre. En la quietud de estos espacios no estás solo, estás rodeado de fantasmas del pasado que te observan desde el reflejo de una ventana rota, deseando que seas el próximo capítulo de su relato de terror.
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Editado: 11.09.2025