Santiago había llegado a Santa Cruz de Mora con la esperanza de que el fútbol le ofreciera un futuro mejor, una oportunidad para escapar de su antigua vida. Al principio, la promesa de una nueva existencia lo llenaba de optimismo, pero la realidad en el campo de juego rápidamente se transformó en la peor de las pesadillas. Lo que una vez fue su refugio, la cancha, su santuario, se había convertido en un campo de batalla emocional. Cada entrenamiento era un bombardeo constante, un asalto a su confianza. Abraham y Carlos, sus propios compañeros, se encargaban de recordarle a diario su insignificancia y la poca valía que tenía para el equipo. Sus palabras, como dardos envenenados, destruían su autoestima y lo dejaban sintiéndose más solo y vulnerable que nunca.
Las semanas pasaron lentamente, cada una más pesada que la anterior, y Santiago se sentía completamente agotado. No era solo la exigencia física del fútbol lo que lo estaba consumiendo, sino el constante asedio de insultos, frases humillantes, burlas y los empujones que se habían vuelto parte de cada entrenamiento. Lo que más le dolía no era el deporte que amaba, sino la inmensa presión de demostrar que merecía estar allí, de ganarse un lugar en un equipo que lo rechazaba de forma tan brutal.
Una tarde, al terminar la práctica, Abraham se acercó a él con una sonrisa que no les llegaba a los ojos, una máscara de falsedad que Santiago ya conocía bien. A su lado, como una sombra inevitable, estaba Carlos, con esa risa burlona y cínica que presagiaba una nueva ronda de tormento. El campo de juego, que debía ser su santuario, ahora, se había convertido en su peor pesadilla.
-¡Eh, novato! ¡¿Qué se siente ser un jugador de segunda?! -Le preguntó Abraham. Su voz destilaba burla.
-¡No sé de qué hablas! -Santiago con una furia acumulada en su interior, se obligó a responder con calma.
-¡Claro que lo sabes! -Soltó Carlos, en medio de una risa- ¡Todos te ven como el paquete del equipo! ¡Él que se arrodilla a todo lo que dice su papi! -La frase fue finalizada con un suave puchero.
-¡Ya basta! ¡Solo digan qué es lo que quieren?! -Dijo Santiago entre dientes.
-¡Una respuesta, Santi! -Abraham lo miró con frialdad.
-¿Respuesta? -Santiago lo miró fijamente- ¿A qué?
-¡Vamos…Santi, no te hagas el idiota! -La risa de Carlos desapareció en un instante- ¡No recibimos respuesta al mensaje que te enviamos!
-¡Y estamos ansiosos por saber cuál es tú decisión! -Lo motivó Abraham- ¡Ya que, para todos nosotros es muy importante!
Santiago observó, como el resto del equipo se acercaba al centro del campo.
-¡No estoy muy seguro, chicos! -Admitió- ¿Es necesario hacerlo? –Preguntó, mientras los observaba con atención.
- ¡Sí, es necesario! –Respondió Carlos con gesto divertido- además, si realmente quieres formar parte de este equipo, y ganarte nuestro respeto, tienes que hacerlo tal y como cada uno de nosotros lo hizo.
- ¡Pero…! –Comenzó a decir Santiago.
- ¡¿Acaso tienes miedo?! –Soltó Abraham.
- ¡No tengo miedo! –respondió con rapidez, en un intento de ocultar su nerviosismo.
El sol de la tarde se filtraba entre las nubes, proyectando largas sombras sobre el impecable césped del campo de entrenamiento. En el centro de todo, Abraham y Carlos se erigían como las figuras dominantes de Los Cafeteros, el equipo de futbol local. Sus compañeros, con una obediencia casi ritual, los seguían con la mirada, moviéndose como estúpidas marionetas cuyos hilos invisibles eran manejados por los dos líderes.
Santiago, sintiendo el peso de esa mirada colectiva, observó detenidamente a cada uno de sus compañeros. No había titubeo en sus ojos, solo una expectación silenciosa. Un instante después, la tensión se rompió y el equipo se dispersó por el campo, preparándose para continuar con la segunda parte del entrenamiento.
A pesar de la aparente sumisión de sus compañeros, Santiago sabía la verdad, él era el más consciente de que, si no cumplía con lo que los líderes del equipo le exigían, seguirían tratándolo como si fuera un jugador de segunda, lo ignorarían, fastidiarían y, en última instancia, le harían la vida imposible. Incluso, temía que pudieran convencer al entrenador de dejarlo en el banquillo, impidiéndole jugar en cualquiera de los próximos partidos.
-¡Lo haré! -Respondió Santiago con una aparente firmeza.
- ¡Bien, ahora, ya sabes lo que tienes que hacer! –Le dijo Abraham, mientras se daba la vuelta para alejarse.
- ¡Felicidades, estás a un paso de ser uno de nosotros! –Carlos le dedicó una burlona sonrisa, para luego alejarse y tomar su posición en el campo.
Santiago tomó una respiración profunda, permaneciendo inmóvil en el centro del campo, mientras sentía como un odio profundo hacia su padre crecía en su interior, ya que fue él quien, con las mejores intenciones, decidió que este equipo, con sus líderes tiranos y compañeros sumisos, sería el entorno ideal para su crecimiento deportivo y profesional.
La ironía, cruel en su mente, se manifestó con los rostros de sus amigos, ahora rivales en el equipo contrario. De inmediato, una terrible pero agradable mezcla de envidia y celos lo invadió, mientras deseaba estar con ellos, corriendo en el mismo campo y compartiendo la misma suerte. Con la nostalgia pesando en sus hombros, levantó la mirada hacia el horizonte antes de agachar la cabeza y clavar sus ojos en la hierba, como si en ella pudiera encontrar alguna respuesta.
#46 en Terror
#140 en Paranormal
terror gotico, demonios dos mundos reino oculto, demonios angeles pactos maldiciones
Editado: 11.09.2025