C. D. I

Capítulo II

Mientras tanto, en el lado opuesto de la construcción, donde la oscuridad era casi total, varios pares de pies se movían apresuradamente entre los escombros. El crujido de la grama y el espeluznante eco provocado por aquellos intrusos rompían el silencio, llamando la atención de quienes vivían cerca. Los pasos se desvanecieron al detenerse detrás de una de las mugrientas paredes, transformando su espera en algo interminable. El susurro del viento y el murmullo de las hojas caídas eran lo único que los acompañaba en su macabro escondite, anticipando el momento en que su presencia sería revelada.

-¡Creí que ese imbécil no vendría! -Susurró Carlos con los ojos clavados en la oscuridad.

-¡Ese idiota, realmente quiere ser uno de nosotros! -Rugió Abraham- ¡Pero no lo dejaremos!

-¡¿De qué estás hablando, Abraham?! -Carlos lo miró sorprendido- ¡Esa no es la finalidad con la que hacemos este reto!

-¡Carlos, realmente creíste que dejaría que Santiago formara parte de nosotros! -Una sonrisa llena de satisfacción se dibujó en el rostro de Abraham- ¡Esto es solo una escusa para meterlo en problemas! -Carlos lo miró con los ojos muy abiertos- ¡No permitiré que mi puesto de capitán se vea afectado por un estúpido citadino!

-¡¿Abraham, acaso tienes miedo de ser reemplazado por Santiago?! -Exclamó Carlos con un toque de duda en su voz.

-¡No digas estupideces! -Soltó Abraham con furia- ¡Solo que no permitiré que forme parte de nuestro equipo! ¡Lo quiero fuera de nuestro campo de futbol!

Carlos se limitó a observarlo con un semblante lleno de dudas, mientras un silencio incómodo llenaba el aire entre ambos.

La mente de Abraham se sumergió en una neblina de recuerdos, como si fuera un viejo proyector que de repente se enciende. La imagen de su padre, imponente y severo, dominaba sus pensamientos en todo momento, haciéndolo recordar la última vez que lo había gritado, mientras lo sostenía con fuerza por los hombros.

-¡Nunca serás un verdadero líder si no aprendes a ser un perro de ataque, un depredador que no tiene miedo a nada! -La voz de su padre era cortante y llena de desprecio.

El eco de su voz resonó en la oscuridad, convirtiéndose en una afilada espina que se clavaba sin piedad en lo más profundo de su orgullo.

El desafío a Santiago no era solo un juego. Era un acto de sumisión, un intento desesperado de complacer a su padre y de demostrarle que no era débil. El acoso, las burlas y el plan de humillación eran las herramientas que usaba para ocultar su mayor miedo: el de no ser suficiente, el de ser reemplazado por alguien nuevo. El crujido de la grama bajo sus pies era un recordatorio constante de que, en el fondo, él también era una presa, atrapado en un juego del que no sabía cómo escapar.

-¡¿Abraham, te encuentras bien?! -Cuestionó su amigo al notar aquel extraño cambio.

-¡Estoy perfectamente! -respondió con sequedad en un intento de ocultar su tristeza- ¡Es mejor que continuemos con el plan!

Mientras buscaban la sombra más profunda, Carlos resbaló sobre un trozo de ladrillo suelto. La caída fue repentina, un golpe sordo y contundente contra el hormigón. Un gemido, bajo y ahogado, se escapó de sus labios mientras un dolor agudo y punzante se extendía rápidamente por su pierna.

- ¡Shhh! ¡¿Estás loco?! ¡¿Quieres que Santiago nos oiga?! -Exclamó Abraham en un susurro áspero, agachándose sobre su amigo.

- ¡Ay! -Exclamó Carlos, mientras trataba de no gemir- ¡Mi pierna, creo que me la he doblado!

- ¡No hagas ruido, marico! -Siseó Abraham con los ojos clavados en la oscuridad- ¡El plan era ser sigilosos!

Carlos intentó levantarse, pero el intenso dolor lo hizo caer nuevamente.

- ¡No fue mi culpa! -Replicó Carlos con furia- ¡Había un montón de piedras sueltas! ¡¿O no te diste cuenta, imbécil?!

- ¡Es mejor que te calles, idiota! -Lo amenazó Abraham, mientras lo sostenía con fuerza por el cuello de la franela- ¡La idea es hacer que el imbécil de Santiago se meta en problemas por estar aquí! ¡No nosotros! ¡Y ya lo estás arruinando!

Con un suspiro de fastidio, Abraham se agachó sin hacer ruido. Sus ojos, ya acostumbrados a la oscuridad, escudriñaban la penumbra en busca de cada rincón y cada sombra que se proyectaba en el suelo irregular. Extendió un brazo y rodeó la espalda de su amigo para ayudarlo a levantar. Carlos, con el rostro pálido y los labios apretados, siseó de dolor al apoyar su peso en el hombro de Abraham. La punzada en su pie ya no era una simple molestia, sino un desgarrador choque eléctrico que le recorría toda la pierna, obligándolo a apretar los dientes con cada paso que intentaba dar.

- ¡Bram, no me siento bien! ¡¿Crees que esto me afectará como jugador?! -susurró Carlos, mientras cojeaba pesadamente.

- ¡¿A quién le importa eso ahora?! -Espetó Abraham al detenerse bruscamente, y soltarse del agarre de su amigo.

- ¡A mí me importa! -soltó Carlos con furia- ¡Se trata de mi pie, y de mi carrera!

- ¡¿En serio vas a empezar con eso?! ¡Te recuerdo que estamos aquí por otra cosa! ¡No para que te lamentes por tu estúpida carrera!

Carlos respiró entrecortadamente mientras se acercaba a una de las paredes para apoyarse.

- ¡Estoy preocupado, imbécil! ¡Si no juego con el mismo nivel…!




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