—¡No me jodan! — Gritó Apo dándole un golpe a la tierra con su pie desnudo — Tienen diez segundos para decirme dónde diablos esta Mile.
Los cuatro hombres miraban con ojos abiertos a la lindo chico de metro setenta, ojos color miel al cielo despejado, y cabello castaño, de no ser por el vientre redondito de nueve meses, cualquiera abría apostado que era uno chico súper tierno y que no rompía ningún plato. La mayoría de los machos en la manada pensaban eso hasta que lo veían cabreado.
—No sabemos dónde esta— se atrevió a responder Earth. Era un hombre de metro ochenta y cinco de alto con musculatura de boxeador peso completo, al igual que los otros tres guerreros de la manada que temblaban bajo la mirada del gatito.
—Él dijo que vendría a la tienda de la aldea a traerme unas fresas y no regreso— el pucherito le arranco un suspiro involuntario a los terribles guerreros— Yo de verdad quería probar unas cuantas.
—Nosotros lo buscaremos—, se ofreció Pit, aún a pesar de que acababan de llegar de su vigilancia nocturna—. Regrese a la cabaña.
La sonrisa del gatito ilumino la mañana de los feroces guerreros. En la manada todos preferían buscar al joven felino para hablar de cosas que harían que el Alfa pateara sus culos. Cuando Apo era quién daba las noticias, tanto Mile como Phakphum se tomaban las cosas con bastante más calma.
Apo suspiro, tal vez lo mejor sería dejar el trabajo de búsqueda para los lobos, él ahora se sentía demasiado pesado para andar rastreando a su pareja fugitiva. Pateando las hojas secas que tapizaban el camino de grava, comenzó a caminar rumbo la acogedora cabaña que compartía con Mile.
La brisa fresca del otoño mecía las ramas de los grandes árboles que flanqueaban el camino, dejando caer sobre Apo las hojas, como si se tratara de nieve dorada. Respirando profundo lleno sus pulmones comprimidos con el aire puro de la mañana. Por lo visto sus cachorros también se sentían con ánimos para jugar, ya que comenzaron a patear desde dentro a su padre sin ninguna contemplación.
—Calma, niños— trató hacer entrar en razón a las crías no nacidas— Dejen de patear a papi. Necesitamos regresar a la cabaña, tal vez papá ya está allí con las deliciosas fresas.
Desde el día anterior no quería más que comer frutas y beber agua. La comida le caía pesada o definitivamente no le apetecía. Al sentir que las crías dejaban de jugar a la pelota con sus riñones, continuo con su caminata matutina.
Tardando tres veces el tiempo normal que le llevaría en llegar a la cabaña, alcanzo su meta. Sentándose con cuidado en la banca que tenían en el porche, suspiro cansado. A veces todo era demasiado para él. Apenas si había llegado a la mayoría de edad y ya estaba emparejado y con crías en camino, porque su lobo fanfarrón no podía hacer nada más que preñarlo con gemelos.
Secándose unas gotas que se le resbalaron por las mejillas, se dio cuenta de que estaba llorando. Bien era cierto que era feliz, muy feliz al lado de su pareja, pero la herida en su corazón sangraba de vez en cuando. Ya habían pasado ocho meses desde que su padre lo sometiera a la prueba ante el Consejo para saber si estaba esperando bebé, todavía le daba escalofrío recordar como palparon su vientre, como estrujaron a sus cachorros sólo para comprobar algo que él había gritado que era verdad. En las noches a veces despertaba llorando como un cachorro, de no ser por los mimos de Mile, estaba seguro no podría volver a conciliar el sueño nunca más.
El bosque era hermoso, desde el porche tenía una gran vista del lago rodeado por frondosos árboles, ahora pintados de dorado, como si un artista invisible se hubiera tomado el tiempo para alegrarle la vista a los mortales. La brisa fresca levantaba la hojarasca que cubría el patio frente a la cabaña, llenando con sonidos musicales el ambiente. Cuando Apo estaba afuera, se sentía solo, aunque esa sensación duraba poco, ya que siempre algún miembro de la manada llegaba con la excusa de "pasaba por aquí", o la que más le gustaba a Apo: "traje algo para que meriendes".
Los cachorros en su vientre dejaron de moverse, al parecer se quedaron dormiditos, Apo estaba seguro que esos pequeños revoltosos pondrían la manada de cabeza apenas nacer, empezando por su pobre abuelo que ya se soñaba malcriando a sus nietos.
Apo bostezo, la banca cubierta de cojines era muy cómoda, recostando la cabeza se acomodó para descansar un ratito. Las imágenes regresaron, resbalando lentamente hasta invadir el sueño tranquilo del gatito. Otra vez estaba acostado sobre la camilla médica, las manos duras del médico estrujando su vientre, el miedo insano impidiéndole respirar.
—Amor—, una voz susurró en su oreja— Despierta... ¡Es solo un sueño!—El felino abrió los ojos, sus hermosos iris color miel anegados en agua, sentándose de golpe se abrazó al cuerpo tibio que lo envolvía—¡Estoy aquí contigo! — Las palabras consoladoras acompañadas con el contante golpeteo del corazón de Mile, hicieron que poco a poco la respiración de Apo regresara a la normalidad.
—Estoy bien— sonrió sin mucho éxito el gatito—Yo siempre estoy bien. Soy un gatito feroz... ya sabes...
—Lo sé, corazón, eres una fiera—estuvo de acuerdo Mile—. ¿Te había dicho cuanto amo a mi gatito?
Esta vez la sonrisa de Apo fue genuina.
— Lo dices solo para meterte en mis pantalones, eres un perro caliente, eso es lo que eres. Ya me tienes pareciendo una pelota y no te conformas.
—La verdad es que no— mordió la oreja del felino, sólo para recalcar—Eres demasiado rico para ser comida de una sola vez.
Ya más repuesto de la pesadilla, Apo se puso de pie, no logrando salvar su trasero, el que sufrió por un cruel pellizco de parte de su golosa pareja.
—¡Hey! —Gritó golpeando la atrevida mano— Deja de maltratar la mercancía.
—No maltrato la mercancía— se encogió de hombros, pareciendo todo un decente esposo allí sentadito en el corredor de su casa— Yo solo compruebo que ese culo sigue igual de bueno que la última vez que lo use.