En el momento que la sangre de Oscuridad llegó al agujero, un enorme pilar de luz violácea se elevó hasta el cielo. Allen se detuvo a mitad de camino, observando la luz elevarse mientras, a su vez, nueve gigantescas colas negras emergían del torrente lumínico.
<Allen, tú eres el único ser vivo que nunca debería existir.>
Apretando los puños, Allen vio cuatro hilos que atravesaban el pilar, cada uno de ellos pertenecía a seres que ya había visto, como el Fimus, el Aranea, el Vulpes, e incluso el Humanus, siendo consciente de lo que hizo Vulpes en el bucle de Ciudad P, y los retazos de Humanus que no había observado en el bucle de Archibald en su hilo.
<¿No lo entiendes? ¡Ejércitos enteros huyen en el momento que te ven! ¡Solo tu presencia hace temblar el propio espacio-tiempo continuo! Eso no debería poder hacerlo un simple humano como tú... ¡eso es algo reservado a los dioses!>
Sin responder a Oscuridad, Allen seguía observando el hilo del Humanus, viendo cada pocos segundos un reinicio completo del bucle hasta el momento que Archibald, en su forma de monstruo Vorax Cetus, volvió al pasado junto a su yo del bucle. Allen tuvo que respirar varias veces para asimilarlo todo.
Un rugido seguido de un aullido empezó a resonar en toda la Ciudad F, y cuando terminó, en lo alto del pilar se abrió un ojo rojo con la pupila sesgada que miró a todas partes hasta que vio a Allen.
<¡No es justo que tú sigas vivo y tus amigos me mataran, Allen!>
Allen dejó de observar el hilo y miró al ojo, sabía de quién era esa voz.
Moira y el Fimus seguían observando el dibujo, sintiendo lo que ocurría fuera de la cárcel en la que se encontraba. Moira sonrió, acariciando la pintura de Allen.
—Quizá sea algo bueno, ¿no?
Fimus negó, tocando con un tentáculo que creció de su cuerpo el dibujo de Allen al igual que Moira.
<Un poco, puede. Pero Allen ha desequilibrado la línea temporal de demasiados seres vivos y objetos inertes usando su nuevo poder, está creando paradojas una y otra vez sin percatarse de ello. Incluso ha eliminado su amor por Rita. Y ha matado a Payaso... eso no es bueno, Moira...>
—¿Lo que dijiste es real?
<Tanto como tú o como yo. Oscuridad y Luminoso creen que son dioses, por eso comenzaron esa guerra estúpida por el trono de Dios sin saber realmente lo que era. Pero eso ya deberías saberlo ¿no? Eres la antigua sacerdotisa del Dios de la Creación al fin y al cabo.>
Moira sonrió, viendo como el registro empezaba a arder en llamas.
—Hacía muchas eras que no escuchaba ese título...
<Y respecto a tu pregunta... sí, el Antiguo Dios tenía hermanos que puso a dormir él mismo. Pero uno de ellos se escapó, uno muy peligroso. Y desde el origen de la realidad, estuvo presente, fortaleciéndose hasta que el Antiguo Dios se percató de su existencia y desapareció. Solo dejó tras de sí su trono, y sus dos dones, el don de la evolución y el don del crecimiento, con el objetivo de matar al Destructor...>
—Ahora existe un tercer don...
<Uno que ha sido creado por un humano, y un humano que es capaz de enfrentarse al universo entero nada menos.>
Mirando el mural donde Allen se enfrentaba a miles de monstruos y seres, Moira sonrió y, Fimus, asintió.
<La realidad está a salvo con él incluso si aparece el mismísimo Dios de la Creación.>
—Porque él es el Dios del Sol y el Amor.
Mirando fijamente la imagen de Allen en el mural, Moira sonrió y se giró para mirar a Fimus.
—¿Haremos eso?
<¡Jum! La duda ofende querida, si Payaso quiere poner al mundo en su contra, ¡nosotros haremos que toda la existencia, incluso esos dioses, recuerden contra quién se están enfrentando!>
Girándose, Fimus reventó los candados y mostró su verdadera forma, una gigantesca esfera de limo negro palpitante.
<Aunque solo podamos ayudarlo al principio, el resto dependerá de él.>
Allen miró al Vulpes, que ahora era negro con las puntas de sus colas de tono violeta. Reflejados en su cuerpo aparecían asteroides y cometas así como supernovas y agujeros negros, sin embargo, seguía con ese vestido de sacerdotisa blanco.
—Diría que me alegro de verte Vulpes, pero la última vez me cortaste la cabeza y no fue una buena sensación la verdad.
Vulpes se reía relamiéndose los bigotes y mirando a Allen.
<Tu armadura es diferente... ¡pero no cambia el hecho de que te mataré de nuevo!>
Allen apretó los puños y dejó salir su miasma azul en respuesta al miasma negro del Vulpes, aunque parecía que el miasma de Allen retrocedía ya que Vulpes usaba tanto el miasma negro del Destructor como el miasma rojo de la divinidad cristalizada.
Sacando su katana, Vulpes lamió la hoja, cortándose la lengua mientras sus mitades se volvían a unir a la misma velocidad con la que se la cortaba, dejando la hoja con un rastro de sangre negra en el filo.
<Si antes mi poder radicaba en la luna, ahora reside en los astros del universo. Al igual que tú, he sido capaz de evolucionar mas allá.>
—¿Vulpes Astrum?
Sonriendo, Vulpes desapareció y, a su vez, comenzó a caer desde el cielo un meteoro gigantesco.
—¡¿Estás de broma?! ¡¿Cómo es tan rápida esa zorra?!
Tras su última palabra, Allen se tapó la zona del casco donde tenía la boca. Mirando al grupo de Shinobi aún protegidos por la barrera que dejó Destino, así como a Oscuridad, se inclinó.
—Perdón por la grosería... aunque en un espectro más amplio y tomando en cuenta su género así como su aspecto, es un zorro femenino.
—¡Déjate de gilipolleces, Allen! ¡Ese meteoro está viniendo y tiene malas pulgas!
Allen asentío a Titán, mirando el meteoro que se acercaba. Por el hilo que atravesaba el meteoro pudo ver que Vulpes estaba tras el mismo.
<¡Cripta Derruida: Fulgor del Fin!>
Allen saltó hacia el meteoro con dos espadas de cristal azul en sus manos, frunciendo el ceño bajo el casco. A su vez, el meteoro, que ardía en su caída, comenzó a arder en llamas negras, haciendo que Allen se sintiera incómodo.
Las espadas en manos de Allen estallaron en chispas y una luz fulgurante las impregnaba.
—¡Origen Temporal!
La espada en la mano derecha de Allen impactó contra el meteoro, pero no hubo mucha diferencia en lo que ocurrió, ya que el meteoro seguía bajando y empujaba la hoja de Allen.
—¡Joder!
Allen apuñaló la punta de la espada en su mano izquierda al meteoro, y aún así, el meteoro seguía bajando hacia el suelo.
—¡A la mierda las espadas! ¡Usaré mis manos!
Tirando las espadas, Allen retrajo sobre sus dedos las garras y comenzó a escarbar en el meteoro hasta que el agujero fue lo suficientemente grande como para que pudiera introducir el cuerpo en su interior.
Editado: 10.11.2024