Cabita. Entre el deber y el amor

Capítulo 2

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El equipo de seguridad corrió hacia ese lugar y detuvieron al sorprendido hombre que estaba sentado en el suelo, vestido con andrajos y portando un maltratado sombrero en las manos, el cual tenía algunas monedas. 

Lo revisaron meticulosamente, y de sus bolsillos sacaron tres teléfonos celulares y una cámara digital, una micro cámara colocada en su oreja y otros artefactos. Revisaron el contenido de los equipos y borraron todas las fotografías que había en la memoria de estos. 

Cabita no podía ver lo que sucedía, pues su salvador la mantenía oculta, bloqueándole la vista. 

— ¿Ya es seguro moverme? — Preguntó con cautela. 

— Parece que sí, Cabita. — El joven se hizo a un lado y empezaron a caminar hacia donde estaba su equipo de seguridad. 

Una vez que llegaron ahí preguntó al detenido. 

— ¿Para quién trabaja? 

El hombre, aún sorprendido, no atinaba a responder nada. 

Cabita soltó un bufido exasperado. 

— Es el peor disfraz que pudo haber elegido ¿Sabe? En Lunuavia no tenemos gente en situación de calle. La corona jamás permitiría que sus habitantes llegaran a ese extremo de pobreza. Trabajamos mucho para ayudar a que nuestros ciudadanos tengan una vida digna. 

— Pero… Alteza, la vi darle una moneda a una mujer hace un momento. — Balbuceó el hombre. 

Cabita sonrió.  

— Lázara no necesita el dinero. — Explicó encogiéndose de hombros. — Las monedas que junta, las utiliza para comprar flores y llevarlas a la iglesia. Ella no pasa hambre ni está en situación de calle, tiene una familia amorosa que la cuida y provee sus necesidades. 

— Entiendo. — Musitó el periodista. — Lamento esto pero... ¿Por qué oculta al mundo la increíble labor que hace con su gente? ¿Por qué no permite que vean cómo es en realidad la verdadera princesa Romina? Llevo varios días en este país y no he escuchado más que elogios para Cabita. ¿Por qué ese nombre? ¿Por qué usa esa máscara ante los demás y no se muestra tal y como es? 

— Porque me expone al peligro. ¿No se ha dado cuenta? — Explicó ella encogiéndose de hombros. — La princesa Romina, como tal, no puede andar en la calle como yo lo hago. Si el mundo se enterara que una princesa camina por las calles prácticamente sin escolta ¿Se imagina qué clase de gente podríamos atraer? Y mi pueblo perdería mucho si yo me encerrara en el palacio. Ellos confían en mí y, como se habrá dado cuenta, — dijo señalando al joven que la había advertido. — yo confío en ellos. Me protegen de intrusos como usted. No quieren perder el contacto directo conmigo. Darle a conocer al extranjero mis actividades, sería obligarme a cancelar todo esto. 

El reportero soltó un suspiro. 

— ¿Qué me va a pasar ahora? 

Sergei se acercó y le habló al hombre. 

— Será arrestado, saldrá de prisión mediante una fianza no muy onerosa, se le confiscará todo su equipo para asegurarnos que no haya enviado imágenes de su majestad a ningún medio, en caso de que lo haya hecho, enfrentará una demanda. Además, se le pedirá que firme un documento de confidencialidad con validez legal en todo el planeta, donde se le exige que respete la privacía de su alteza y no mencione a nadie la existencia de Cabita. Y, por supuesto se le pedirá amablemente que abandone el país y no regrese. 

Una patrulla había llegado, dos oficiales se bajaron de ella y esposaron al periodista diciéndole. 

— Queda usted detenido, en nombre de su majestad, el rey Armand Betancourt, por el cargo de espionaje, acoso y, sobre todo, poner en peligro la integridad física y moral de su alteza, la princesa Romina Betancourt de Lunuavia. 

La patrulla se alejó con el periodista, los guardias de Cabita desaparecieron y ella se quedó sola con su rescatador. 

— ¿A quién debo agradecer tan generoso acto? — Preguntó la princesa mirando con curiosidad al joven. 

— Mi nombre es Erik, majestad, a su servicio. — Dijo el hombre haciendo una pequeña reverencia, para luego alejarse caminando tranquilamente calle abajo. 

— En algún otro lado he visto esos ojos verdes antes. — Meditó Cabita en voz baja mirando al atractivo hombre mientras se alejaba. Luego de observarlo un momento, se encogió de hombros y se dirigió hacia el parque donde se reuniría con varios jóvenes para las actividades del día. 




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