Cabita. Entre el deber y el amor

Capítulo 4

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Un par de horas después, cuando habían terminado de decorar todo, Cabita estaba sentada a la sombra de un árbol descansando mientras la mayoría se despedía. Erik se le acercó llevando un par de botellas de agua y le ofreció una en silencio. La joven la tomó agradeciendo con un gesto. 

— ¿Puedo sentarme? — Preguntó él. 

— Adelante. — Dijo ella con una sonrisa 

— ¿A qué hora será el festival?  

— Inicia mañana a las 10 de la mañana. ¿Vas a venir? 

— ¡Por supuesto! No pienso perdérmelo. — Dijo él con una sonrisa. 

— Será divertido. — Dijo Cabita. — Hay jóvenes muy talentosos que se han ofrecido a actuar. 

— ¿Puedo hacerte algunas preguntas? — Dijo Erik poniéndose serio. 

— Si está en mí responderlas… 

— ¿Por qué Cabita? — Inquirió Erik. — ¿De dónde salió ese nombre? 

La joven soltó una pequeña carcajada y luego empezó a explicar. 

— Tenía poco menos de 2 años de edad, y tenía un vestido color naranja que simplemente me encantaba. — Dijo con una sonrisa nostálgica. — Exigía que me lo pusieran lo más seguido posible. Así que, en casa, casi siempre lo usaba. Gracias a ese vestido, mi padre empezó a llamarme “Mi pequeña calabacita” 

Erik sonrió. 

— Todos tenemos alguna prenda favorita cuando somos niños. 

Cabita asintió sonriendo. 

— Un día, hubo un evento en la ciudad, era algo local, no había prensa ni nada, acompañé a mi familia, y alguien se dirigió a mí como “la pequeña princesa Romina” y, según me cuentan, yo me enojé y respondí muy indignada. “¡No! ¡Soy Cabita!”. Y desde entonces, la gente de Lunuavia me llama así. 

— Así que ese fue el nacimiento de una leyenda. — Dijo Erik antes de dar un trago a su botella de agua. 

— No me considero una leyenda. — Respondió la joven encogiéndose de hombros. 

— ¿En serio no te has dado cuenta? — Preguntó él con los ojos muy abiertos. — Eres una especie de leyenda urbana aquí en Lunuavia, incluso en el extranjero se han escuchado rumores sobre lo que haces, pero nadie está seguro de nada. Supongo que por eso estaba aquí el reportero de ayer. 

— ¿Quién es tu familia? — Preguntó ella con curiosidad. — ¿Los conozco? 

Erik soltó un suspiro. 

— Quizá. — Dijo encogiéndose de hombros. — Pero ellos no me conocen a mí. 

La joven levantó una ceja y lo miró en silencio esperando que él continuara. 

Luego de meditar un momento, él continuó. 

— Mi madre era norteamericana, vino a tu país de vacaciones y conoció a alguien de quien se enamoró profundamente. Aparentemente él también se enamoró de ella, pero las cosas no funcionaron. 

— ¿Se acabó el amor? 

— No. La familia de él se enteró y la amenazaron. 

— ¿Cómo? — Dijo Cabita abriendo mucho los ojos. 

— Mamá era una turista norteamericana, él era un noble. Los padres de él, cuando se enteraron de la relación impidieron la boda y obligaron a mi madre a alejarse, la amenazaron con encarcelarla o expulsarla del país. Ella nunca tuvo oportunidad de decirle que estaba embarazada.  Bueno, sí, le escribió, pero no obtuvo respuesta. Se mantuvo aquí en Lunuavia en una pequeña aldea, oculta durante varios años, esperando poder contactarlo y hablarle de mí, pero temiendo que la familia de mi padre la encontrara. Al final se rindió y nos fuimos a Estados Unidos. 

— Oh Dios. — Musitó Cabita tristemente. — ¿Regresaste al país a buscarlo? 

— No precisamente. — Aclaró Erik. — Él se casó y tiene familia. Aparecerme ante ellos quizá arruinaría sus vidas y... ¿Qué caso tiene?  

— ¿Entonces para qué regresaste? 

— Curiosidad. — Dijo él mirando al vacío. — Mi madre falleció hace un par de años y, no sé, al final de cuentas también soy Lunuavienense. Quería conocer el país donde nací y donde pasé mi infancia; conocer mis raíces y todo eso, ya sabes. 

— Comprendo… 

Sergei, el secretario de Cabita, se acercó discretamente a la pareja. 

— Lamento interrumpir, alteza. — Dijo formalmente. — Tiene un compromiso ineludible en su agenda y me temo que se le está haciendo tarde. 

— ¡La cena! — Dijo Cabita poniéndose de pie rápidamente. — ¡Dios Santo lo había olvidado! ¡Te veo mañana en el festival, Erik! 

El joven sólo asintió y permaneció sentado sobre el pasto, mirando alejarse a Cabita, quien iba a toda prisa hacia un auto que la esperaba. 




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