Cacería de Cenizas

Noveno Asecho: Retribución

La nieve cae suave, y al subir más, todo el lugar de forma tardía se comienza a llenar de ésta, mientras que el clima cada vez se vuelve más helado. No creo que esto sea síntoma de que estoy a punto de llegar a la cima del monte, pues he recorrido muy poco de éste a como se puede apreciar desde lo lejos. Seguro el clima cambió de buenas a primeras.

Al ya estar repleta de nieve la zona, dejo de ver arboles alrededor, aquí sólo hay una gruesa capa de hielo esparcida por doquier. La subida es aún más dificultosa gracias a esto, mis botas se hunden a cada paso. Por lo tanto, para acelerar, me vuelvo zorro y así me es un poco menos complicado trasladarme.

Al pasar el rato arribo a un lugar parecido a un gran cráter, mismo que dentro contiene un punto verde rodeado por la nieve, como si hubiera una zona con plantas al fondo de la chimenea.

Bajo con cuidado, todavía viendo como la nevada continua, a la par que siento los copos que caen sobre mi pelaje púrpura. Al acercarme al centro del lugar me percato de que éste tiene de otro torii igual de viejo que el primero qué vi al llegar a la montaña, y del otro lado se puede observar otro arco igual, ambos en las orillas de lo que parece ser un círculo perfecto de tierra y zacate.

El aparente jardín está tapizado de hierba verde corta, acompañado de dos hermosos arboles de cerezos, mismos que despiden flores rosadas. Dichos están floreciendo y dejan caer pequeños pétalos rosas al suelo gracias a una ligera brisa que proviene desde adentro de la extraña zona. En el medio de este sitio primaveral hay un templo japonés con dos lámparas enfrente de él, un lazo de cuerdas con papeles doblados cayendo justo por encima de la entrada del lugar, en donde hay una caja para las ofrendas, el cual se ve tan viejo como los torii que marcan la entrada al santuario.

Al acercarme, por alguna razón desconocida, siento una misteriosa fuerza que emana desde el interior del templo, ésta fluye y se esparce cerca del sitio. Me adentro usando el torii, y cuando puse una pata del otro lado, me vuelvo humana de manera involuntaria. Me impresiono un momento como respuesta, pues me tomó por sorpresa; aunque también me hace sentir la calidez del lugar, al igual que la sutil brisa que pasa por aquí.

Sigo mi camino hacia el templo, pasado el primer cerezo hasta la puerta de la construcción y noto que al lado derecho está atascada a uno de los postes una soga que da a una campana. Ésta se encuentra colocada en el techo del lugar por encima de la caja para las ofrendas.

En el pasado visité muchos lugares así y me pareció una falta de respeto no llegar a rezarle al dios del templo, por lo que hago una oración. No tengo nada que ofrecer, así que se me ocurre encender las linternas que están a los lados usando fuego púrpura, esto provoca que una débil luz salga por las pequeñas rendijas de madera de éstas. Una vez hecho esto tiro del cordón para hacer sonar la campana y choco las palmas de mis manos a la altura de mi rostro dos veces, uniéndolas y cerrando mis ojos.

Pienso en los buenos momentos que tuve en el pasado con mis amigos y deseo poder verlos vivos una última vez con todas mis fuerzas. No tengo idea de a qué dios se adora en ese templo, mas me da la impresión de que, tal vez, puedo ser escuchada si de casualidad se trata de Pridhreghdi.

—Aquellos deseos más profundos del corazón siempre serán escuchados —menciona una misteriosa voz entre ecos. Abro los ojos y doy unos pasos hacia atrás mientras veo cómo un fuerte viento reúne los pétalos de las flores de cerezo caídos justo enfrente de mí para formar una bella figura femenina con una radiante luz, parecida a la de una entidad divina.

Se trata de una mujer de unos tres metros de alto que lleva puesto un bello kimono rosado con dibujos de pétalos de cerezo, además de poseer una larga bufanda que cubre parte su boca y que le cuelga por detrás. Su rostro es muy hermoso, aunque posee dos enormes ojos de color rosados y su piel es muy blanca, tanto que parece estar maquillada. Su cabello está peinado en forma de diamante, parecido al de una gran noble oriental, además de que por encima de la frente tiene un adorno de oro ovalado, del cual sobresalen seis largas formas lánguidas parecidas a cuernos. Todos estos están dirigidos hacia arriba.

La misteriosa entidad me mira por encima del altar con sus grandes pupilas sin decir nada. Yo sólo quedo impresionada ante tal aparición decidiendo si tomar mi arma o esperar una reacción de aquel ser.

—Mujer humana, por fin has llegado a este templo. Puedo ver que el favor del Gran Amo Pridhreghdi está de tu lado —habla aquella hermosa entidad con una voz femenina muy suave, casi susurrante, la cual rebota en misteriosos ecos al aire.

—¿Quién eres tú?

—Mi nombre es Momoko, soy la deidad guardiana de este templo y representante de la fe que había en los antiguos lugares de rezo cercanos al ancestral monte que fue sacrificado para crear esta parte del coloso: Fuchenest —responde la increíble entidad. Aclaro que no puedo darle mi nombre y le pregunto sobre su declaración de que yo poseo el favor de Pridhreghdi, luego ella sin pensarlo responde—. Puedo ver el aura de luz que cubre tu ser. Ésta es muy poderosa, ya que has sido bendecida más de una vez con el poder del Gran Amo Dragón. Además, también posees el maravilloso don de la piromancia púrpura drakoniana, ¿no es así? —explica Momoko de forma serena. Es obvio decir que esta deidad en verdad es un ser superior. Creí que no existían seres como ella. Algo aquí esta raro.

—Así es, pero la piromancia la poseo desde siempre. Ésta es parte de mi desde que recuerdo. No ha sido algo que los dragones me dieron —aclaro a la deidad, quien se ve extrañada al oír esto último.

—¿Acaso no lo sabes? —pregunta Momoko con confusión en su bella voz—. Los fuegos sagrados fueron creados por el Gran Amor Pridhreghdi desde los tiempos inmemoriales —continúa la divinidad explicando, al mismo tiempo que mi imaginación se echa a andar al ser mecida dentro de la profunda y femenina voz de la deidad. Ella me cuenta lo siguiente:




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