Joseph por fin da la cara en medio de todo el alboroto al posar una pierna sobre la orilla de su balcón allá en lo alto de las gradas e inclinándose un poco hacia adelante para recargar su codo derecho en su rodilla levantada.
No puedo evitar tan sólo sonreír al ver a mi amigo, al igual que él lo hace al darse cuenta que soy yo quien estoy aquí presente. Todos lo ven con bastante curiosidad, pero antes de alguien poder decir algo, él, como siempre, se adelanta.
—¡Esta mujer se ha declarado como la primer retadora! —explica Joseph a todos, mientras me señala—. ¡Con el poder que me ha otorgado la alianza, la familia D’Arc aquí presente y la familia Pridh ausente, doy por iniciado el torneo de la aniquilación! —dice Joseph, entusiasmado. Todo el público comienza a gritar de la emoción y el coliseo se llena del sonido de aplausos y gritos con mucha euforia. Jiovanni mira a Xeneilky a los ojos dándole a entender que no hay ya nada qué hacer.
—Pues yo difiero de esto. También deseo que la mujer no tenga oportunidad de participar en el torneo. La quiero muerta ya —reclama Nicolás desde su asiento, cerca de donde el coliseo está dañado; pero Joseph entonces baja a la arena y se dirige a él.
—Nicolás, tú sabes lo que el coliseo puede hacerte. Estás advertido, rey fantasma —amenaza mi amigo al soberano de 3akat sin un ápice de vergüenza y con una sonrisa confiada. El rey guarda silencio unos momentos observando con odio a Joseph.
—¡Como quieras! —replica Nicolás, molesto. Después Aldo, quien está a su derecha, emite una risita de burla hacia su rey.
Xeneilky, Jiovanni, Roberto y David se retiran a sus asientos. A su, vez Joseph se acerca a mí para decirme unas palabras antes de que todo este alboroto dé pie a comenzar.
—¡Escúchame bien! Por si no sabes las reglas, éstas son muy sencillas: el coliseo invocará a los enemigos más poderosos que has enfrentado; sin embargo, aquellos que hayan sido maldecidos no podrán aparecer en la arena. Cada vez que venzas a un oponente, podrás descansar en la recamara de los retadores un tiempo determinado por el coliseo, según tu raza y esfuerzo empleado en vencer al enemigo anterior. Desde ahora este lugar toma decisiones sobre ti y hasta que termine el torneo le perteneces. —Me explica Joseph muy alegre. Asiento con mi cabeza a sus palabras, a la par que una grata sonrisa se dibuja en mi rostro, llena de confianza.
—Entendido, no tengo miedo y estoy lista.
—Estoy más que contento de volverte a ver. Una vez que derrotes a este enemigo, conversaremos en privado en tu habitación. Así que termínalo rápido —continúa diciendo mi amigo, aunque luego se puso algo serio y me dijo unas últimas palabras—. Si ganas, obtendrás la protección del lugar y se te concederá un deseo; pero si pierdes, formarás parte del coliseo para siempre. —Me explica Joseph con una voz muy oscura.
—No te preocupes, daré lo mejor de mí. Tenlo por seguro —aseguro confiada. Joseph asiente y de un salto regresa hasta donde se encuentra su lugar en las gradas, lo cual me sorprende. No sabía que podía brincar así de alto.
—¡Qué comience el primer desafío del torneo de la aniquilación! —ordena Joseph haciendo qué todos los espectadores se emocionen incluyendo a los miembros de la familia D’Arc. Aunque John no lo expresa, puedo notar que está ansioso de que yo pierda.
El torneo inicia provocando que la tierra tiemble. Yo estoy algo nerviosa, pues se supone que el coliseo puede traer enemigos del pasado. Entonces, ¿es capaz de revivir a alguien quien yo eliminé? No tengo la más mínima idea de qué o quién podría aparecer ahora. He tenido gran cantidad de enemigos según recuerdo, tratar de adivinar me parece un tanto estúpido.
Pronto, estructuras hechas de roca brotan de la tierra. Éstas también me llevan con ellas hasta un piso más arriba de la arena, donde por fin el primer enemigo es revelado una vez que las construcciones dejan de emerger.
Un portal es abierto desde lo alto de la arena del coliseo, muy similar a una gran fisura en la dimensión, como las que uso para llegar al Lux mundi o al Tenebrarum mundi. De ahí brota no una, sino varias «mamás» insecto como las que ya había visto antes en la dimensión luminosa. Parece ser que éstas van a convertirse en mi primer enemigo.
Los esfuerzos de las criaturas por derrotarme son inútiles ahora que poseo muchas más armas y habilidades psíquicas. Con un simple golpe de cualquiera de mis armas envuelta en llamas sagradas es suficiente para pulverizarlos. No obstante, desde la dimensión oscura los turpificatus inyectaron el eleknis en mis rivales, levantados para continuar luchando. Es más retador, mas no suficiente, erigida como vencedora sin un solo rasguño.
—¡La retadora ha derrotado al primer enemigo! —grita Joseph a la par que se pone de pie y extiende los brazos de manera teatral, muy contento—. El coliseo le dará seis horas de descanso antes de su siguiente combate. Se les indicara cuando deben regresar para ver al siguiente retador —explica Joseph provocando que todos griten eufóricos por la emoción de lo que habían presenciado. Las construcciones de piedra comenzaron a desmoronarse y me dejaron caer. Al llegar al suelo, veo cómo una senda hecha de azulejos de piedra se forma, la cual decido seguir. Escucho al público alabar mis acciones hasta entrar a la edificación.
Llego a la habitación de la que me había hablado Joseph. El lugar es inmenso, contiene lo que parece ser un arenero con dos palmeras situadas una enfrente de la otra, mientras que a lado de cada una se encuentran las estatuas de Pridhreghdi y Arctoicheio, idénticas a las qué vi en el monte Fuchenest. Cerca de esto hay un estanque donde supongo puedo meterme a bañar, pues a los lados tiene algunas velas y jabones aromáticos que se ven de lujo. Más delante de eso hay una cama con un pequeño mueble al lado que tiene un cajón, y por encima de éste hay un vaso con agua y un plato con comida. El alimento que me sirvieron se ve recién hecho y delicioso.