El símbolo de la familia Pridh se forma por encima de la arena. Todo parece indicar que algo será revivido, pero entonces se escucha un golpe en algún lugar no visible por los presentes. Todos voltean a cada rincón posible del coliseo para ver de dónde había provenido tal ruido, mientras se guarda silencio.
Una segunda vez se escucha el fuerte golpe, como si algo azotara la tierra con una fuerza descomunal, al igual que todos sentimos como la fuerza de dicho impacto se esparce cerca de la zona. Nadie tiene idea de lo que pasa, ni siquiera los miembros de la familia D’Arc.
De repente el símbolo de los Pridh desaparece y da lugar a un golpe más que abre una fisura en la pared de la realidad que se rompe a lo alto de la arena, en medio del coliseo. Todos miran atentos a la fractura que está en medio del aire, hasta que esta misma se abre lo suficiente y deja caer una gigantesca placa rectangular de color gris oscuro al campo de batalla. Dicha crea un gran estruendo al momento de impactar contra el suelo.
Todos emiten una onomatopeya de sorpresa, al mismo tiempo que los miembros de la familia D’Arc se inclinan hacia adelante para ver de cerca lo que ha traído el coliseo.
—¿Qué demonios es eso? —pregunta Xeneilky anonadado de ver aquel ser que acaba de ser invocado.
—No puede ser… ¿Teraseena? —dice Joseph asustado gracias a este poderoso enemigo que tengo enfrente.
—Es un monolito, ¿no? —pregunta Santi desde su asiento en las gradas, corregido por su rey.
—No es sólo un monolito. No puedo creer lo que estoy viendo —dice Parada impresionado y a la vez temeroso.
—¿Usted sabe lo que es mi rey?
—Sí, es un arma construida miles de años atrás con tecnología mágica perdida. He leído que este tipo de monolitos tienen la propiedad de reconocer la energía «karmática» que dejan tus enemigos o aliados sobre ti y la pueden transformar dentro de sí mismos para utilizarla como arma —explica Parada a Santi, mientras todos escuchamos esas palabras, con mis ojos puestos sobre Teraseena, confundida.
Tengo muy vagos recuerdos sobre este ser. Ni siquiera tenía idea de que se tratara de un objeto tan antiguo que posee tecnología mágica. Aparte, no sé cómo fue que lo vencí en el pasado. Mis memorias sobre aquella pelea están un tanto confusas. Sólo sé que, gracias a él, descubrí que soy una piromante púrpura.
—¿Hace cuánto que no se sabe sobre esta arma? —pregunta Santi, mientras que el rey pensaba un poco.
—No lo sé, pero como la mujer debe destruirlo, usará la energía «karmática» de ella para transformarse en una forma agresiva. Es aquí donde las cosas se pondrán muy interesantes —contesta parada y le nace una leve sonrisa oscura en su rostro.
Varias líneas brillantes de color verde aparecen sobre Teraseena, la cubren casi por completo. Estas raras formas van por todo su cuerpo, en cualquier dirección horizontal o vertical, la hacen ver como si fuera una especie de «chip» gigante antiguo. Luego, de repente, las líneas se vuelven rojas, después azules y por último amarillas, a la par que se escuchan raros sonidos parecidos a los de un videojuego de ocho bits. Pronto se apagan y se vuelven a encender, pero de color morado.
Teraseena se transforma en una verdadera aberración de pesadilla conformada por los enemigos más poderosos que he enfrentado en Gaia II. Frente a mí, la quimera de todos mis antiguos oponentes se revela para marcar el encuentro final de este coliseo. Ésta va a ser, sin duda, mi batalla más complicada, y ahora, más que nunca, temo por mi vida.
Teraseena no espera un momento más y agita las cuchillas que lleva por brazos desde arriba hasta el suelo, aquello provoca que de éstas emerjan feroces pilares de fuego y gigantescas estalagmitas de hielo, brotando como una ola asesina de frío y calor en mi dirección.
Creo el escudo anillar y me transformo en albatros para volar por encima; no obstante, mi enemigo ya está arriba esperando. Teraseena escupe de su boca una gigantesca cantidad del veneno de las Missanrae que cubre gran parte del cielo. Por suerte mi escudo me defiende hasta que logro apartarme del ataque al descender para poder llenar mi espada de fuego púrpura ya una vez transformada de nuevo en humano.
Lanzo dos medias lunas contra el monstruo y éste abre su boca, de donde salen una basta cantidad de murciélagos de un sólo ojo que lo protegen, expulsadas más de estas criaturas voladoras, pero de color rojo, los cuales vuelan hacia mí.
Repelo a esas horridas criaturas con mi látigo púrpura sin quitar la vista de Teraseena, quien crea una esfera de energía láser por encima de su cabeza y de ella lanza largas balas luminosas por todo el campo. Me transformo en zorro y esquivo todo, viendo cómo la destrucción provocada por este ser está azotando el coliseo de manera formidable. Cada uno de los espectadores está emocionado viendo cómo combatimos.
El fuego se apaga y la mayoría de las estructuras de hielo son derrumbadas por el láser que les cae encima, mientras que el otro lado de la arena sigue cubierto por un mar de veneno ácido, el cual despide un humo que sisea a cada segundo.
Salto para convertirme en albatros y así acercarme a mi objetivo. Éste no desiste y expulsa de su cuerpo varias llamas fantasmales que bailan por todo el cielo de la arena, lo que me hace imposible alcanzarlo sin tener que dejar que algunas de estas manifestaciones de ectoplasma golpeen mi escudo.
Estando enfrente, la monstruosidad se ilumina y me dispara a quemarropa el láser de Gkenex, el monstruo de luz que vi en el laboratorio de Maynard, cuyo nombre encontré en su diario. Este ataque destruye mi escudo, alcanza a golpearme poco, hace que choque contra varias llamas fantasmales y al final contra uno de los muros del coliseo. Todos emiten un sonido de asombro y preocupación al ver esto, Xeneilky se levanta de su silla al igual que Joseph, pues da la impresión de que ya he sido derrotada. Pero no es así. Pongo mis pies en el suelo del coliseo, cerca de la pared donde he chocado.