—¡Es hora de la gran subasta! —anunció el anfitrión con voz animada.
La habitación se llenó de aplausos de los espectadores antes de quedar en silencio. Las cortinas de terciopelo rojo se abrieron, y mis ojos se toparon con una criatura mística.
—Es lindo... —murmuré con una sonrisa entre los labios.
Me senté en una mesa apartada de la multitud de personas, observando con determinación el espectáculo, acompañada de una copa de vino entre mis dedos.
—¡El día de hoy vamos a finalizar esta subasta con un producto gordo! —el anfitrión animó a la multitud.
—Les presento un bello producto, con el cual podrán ser la envidia de sus amigos y compañeros de trabajo.
La atención fue dirigida al centro del escenario, donde se encontraba un hombre lobo. Desde hace mucho, ellos son simplemente productos para nosotros los humanos. ¿Quién no querría una bestia mística propia?
La subasta empezó pronto. Todos los presentes ofrecían más y más dinero por esta criatura, pero las cifras no eran la gran cosa: 100 o 500 mil dólares. Eso es poco, en realidad.
Me tomé un momento para analizar a este hombre lobo. Era muy atractivo, debo admitir: su cabello blanco hasta los hombros, ojos profundos y llenos de furia plateada, pero no lograba ver mucho de su físico aparte de eso por las cadenas que lo sujetaban.
Las cifras siguieron en ascenso. Estas personas solo buscaban a esta criatura para convertirla en su esclavo o juguete propio. Ridículos.
—¡Es hora! —anunció el anfitrión—. ¡925 mil dólares por este bello hombre! ¿Alguien ofrece más?
No lo puedo creer. ¿Solo 925 mil dólares? Eso es raro. Es imposible que estén vendiendo a un hombre lobo tan barato. El hombre lobo se ve en perfectas condiciones. ¿Por qué lo venderían tan barato? Debe haber algo más en esto...
Antes de que el anfitrión anunciara que el producto ya había sido vendido, levanté mi brazo con calma.
—Dos millones de dólares en efectivo ahora. Tómalo o déjalo —propuse desde mi esquina solitaria.
—¡¿Dos millones?! —gritó sorprendido el anfitrión—. ¿Está segura de eso, señorita?
—¿Me oye tartamudear? —le contesté con una mueca molesta.
La multitud se quedó en silencio. Solo se escucharon leves murmullos entre ellos.
—¡Muy bien! ¡Dos millones de dólares! ¿Alguien ofrece más? —preguntó el anfitrión a la multitud, pero esta permaneció en total silencio.
—¡Vendido a la dama de rojo!
Cuando el anfitrión anunció esto, la multitud empezó a levantarse. Unos decepcionados, otros molestos y algunos neutrales. Allá ellos que no pueden pagar más de dos millones. Me levanté con elegancia de mi asiento, dejando la copa de vino en la mesa. Acomodé mi vestido rojo escarlata y empecé a caminar en dirección al escenario.
—¿Qué tal, señorita? Estamos preparando su producto para usted —me recibió el anfitrión con una sonrisa satisfecha.
Probablemente era por la cantidad de dinero que ganaría con esto. ¿Quién no ama el dinero?
—Se lo agradezco, caballero —murmuré ante su bienvenida.
Metí mi mano en mi bolso y saqué un par de fajos de billetes.
—Aquí está lo que prometí: dos millones en efectivo.
Podría jurar que vi los ojos de ese tipo volverse signos de dólares al ver el dinero. No tardó en tomarlo y guardarlo en una caja cercana.
—No sabe cuánto agradecemos su compra, señorita. Cuando quiera, con gusto la recibimos —dijo el anfitrión con una gran sonrisa de oreja a oreja.
Qué ridículo.
—Ya veremos —murmuré.
Antes de que este tipo pudiera decir algo más, aparecieron dos hombres con una carreta donde estaba el hombre lobo atado con cadenas y con un bozal.
—Aquí está, señorita —me habló uno de los hombres que sujetaba la carreta—. Espero que sea de su agrado. Pero recuerde, señorita, estas bestias son peligrosas y...
Lo interrumpí.
—Descuide, esta no es mi primera vez comprando hombres lobo. Sé lo que hago, pero le agradezco su preocupación.
—Muy bien... Entonces disfrute su compra... —se despidió con un apretón de manos.
Los otros dos hombres, junto a la criatura, se quedaron esperando indicaciones de mi parte. Me quedé un momento observándolo. Se notaba que estaba sedado, y mucho, ya que intentaba mantenerse despierto, pero le costaba. Era una lástima.
—A la limusina blanca en el estacionamiento, número 54 —les indiqué a los hombres.
—Sí, señorita.
Ambos se apresuraron a llevarlo. Yo no tenía tanta prisa, así que los seguí de lejos. El único ruido que se escuchaba en el estacionamiento eran las ruedas de la carreta y mis tacones chocando contra el suelo con cada paso que daba.
Los hombres se despidieron, y yo me subí a mi coche. El hombre lobo estaba sentado frente a mí, en el suelo del vehículo.
—A casa, Alfred —le indiqué a mi chófer, y el coche empezó a moverse.
Mis ojos se centraron en el hombre lobo en el suelo. Me acerqué a él, coloqué una mano bajo su barbilla y levanté levemente su rostro para poder observarlo. En medio del silencio, un gruñido de disgusto se escuchó.
—Jiji, tranquilo, cariño... No te haré nada... Aún no —dije en voz baja.
Él solo me dedicó una mirada molesta y disgustada. Seguí mirando su rostro: su piel era pálida como la nieve, sus ojos profundos parecían dos pequeñas lunas. No tenía tanto pelaje, sorprendentemente, ya que normalmente los hombres lobo tenían bastante, pero este no. Raro. Sus orejas eran peludas, suaves, pero no las toqué mucho, ya que cada vez que lo hacía, este me gruñía molesto. Tenía buenos colmillos, afilados como cuchillos.
—No me quejaré, eres una joya, pero... —lo analicé un poco más—. Tienes un defecto... Uno grande... —lo confronté.
—Yo... Estoy perfecto —habló con dificultad por el sedante, pero su voz sonaba profunda y ronca.
No sabía si esa era su voz normal o era efecto del sedante, pero lo sabría pronto.
—Mientes —dije firme—. Y yo voy a descubrir de qué se trata.