JAMES
Después de tres semanas el trabajo en la haciendo sigue igual de pesado. Llamar a papá y a mamá antes de dormir me anima a seguir, a pesar de que los extraño mucho.
Trabajar con Philip es realmente agradable, aunque sea un poco callado.
Ahora, Sienna es diferente.
Parece que la guerra de comentarios listillos, sarcásticos e irónicos se ha acabado, pero eso le dio paso a la guerra fría.
“Buenos días, tarde, noches” “¿Hay de cenar?” “Sí” “Hasta mañana”
Nuestras conversaciones no pasan de eso. Y lo triste es que está empezando a irritarme.
Mi personalidad parlanchina se está sintiendo asfixiada. Me incomoda estar en el mismo lugar que una persona y sentirla tan lejos. Como si no fuéramos simples mortales con virtudes y defectos.
Justo ahora mientras ella ve los estantes del centro de comercios de la isla lo noto. En las contadas conversaciones largas que hemos tenido ella siempre, siempre, deja entrever que por alguna estúpida razón se siente menos.
Si trato de ser serio para ganarme su respeto, ella cree que soy un arrogante estirado. Si trato de ser accesible y bromista para conectar con su sentido del humor, ella cree que soy un imbécil que no puede tomar nada en serio. Así que optaré por mandar todo al carajo y ser quién soy. Es mi última estrategia.
Mañana es Nochebuena por lo que la gente está aglomerada en esta zona consiguiendo los últimos detalles para lo que esperan de la cena perfecta. Y caigo en cuenta de algo; es la primera vez que pasaré una Navidad sin mi familia y mis amigos, mi primera Navidad sin Benny. De manera inmediata se va el buen humor y optimismo que poseía frente a las compras de hoy. Necesito salir de aquí.
Empiezo a caminar muy rápido, puedo notar que Sienna me sigue con dificultad, pero todas estas personas felices y rodeadas de ambiente familiar me están empezando a asfixiar.
-Espérame.
No me detengo.
-James, por favor- su voz suena agitada. Me volteo y efectivamente, ella está detrás de mí. Aún no está sudada pero sí tiene las mejillas rojas debido al esfuerzo. Necesito cualquier cosa para distraerme de lo mucho que me hace falta mi familia.
-Vaya que eres lenta, mujer- Sí, picarla para que se enoje no fue lo más inteligente.
Alzo la mirada y veo donde me encuentro. Llegamos a la zona donde vende alimentos, no es un mercado porque no hay puestos ambulantes, pero sí hay pequeños locales donde venden cosas específicas. Lácteos, verduras, frutas, carnes y en el centro de todo hay una gran panadería donde parece que no haya pasado el tiempo. Incluso tienen estas enormes cestas que parecen entretejidas de donde sale el olor característico a pan delicioso.
Justo enfrente de ella hay lo más parecido a un hipermarket aquí, contrastan de manera increíble
Sienna se para a mi lado y me mira con cara de fastidio –No soy lenta, usted salió corriendo de manera desaforada.
-Soy veloz o tú eres muy lenta.
-Tal vez no sea lentitud, tal vez tenga un jefe que no me dé tiempo para desayunar por las mañanas y me haga falta el aporte calórico para perseguirlo cuando se le dé la gana.
Lo siguiente es que no puedo controlar la carcajada que sale de mí. Sí, me está diciendo tirano y bipolar, pero cuando está chica saca las garras también resulta graciosa.
-Debería pagarme por mis servicios comédicos, James.
Sigo riéndome con fuerza, tanto que tengo que apoyar mi peso en un poste. Ella solo está ahí, envuelta en su amargura y eso me causa más gracia.
Empiezo a reír nuevamente y Sienna solo rueda los ojos y camina hasta la panadería. No sé si realmente no ha desayunado o solo se quiere alejar de mí pero cuando la risa empieza a morir decido acercarme a ella –No te enojes- es la primera vez que la tuteo – ¿De veras no has desayunado?- ella solo me mira con cara de soslayo.
-No, James, resulta que aparte de payasa soy mitómana. Aunque siendo sincera, no estoy segura de que le importe mi hambre.
Aquí vamos de nuevo. Bien, yo también puedo jugar este juego.
-Yo tampoco he desayunado, Sienna- sin más entro a la panadería. No llamo de manera inmediata, me detengo a observar y deleitarme en el olor de los manjares que están en exhibición. Puedo ver unas galletas con chispas de chocolate, panes con el perfecto tono dorado que se ven realmente buenos, incluso croissants. Cuando me paro frente al mostrador para hacer mi pedido alcanzo a ver a una anciana sentada frente a un escritorio hablando por teléfono. Se ve que está demasiado triste como para notar mi presencia. No suelo ser chismoso, pero ver su pena me obliga a quedarme ahí escuchando.
-Cariño, ya no me queda nada para vender. Solo la casa y la panadería, de eso estamos subsistiendo.
Maldición.
-Habla en el hospital, explícales nuestra situación. No pueden quitarle las medicinas, así como así.
Su interlocutor dice algo grave durante unos minutos.
La anciana lleva su mano libre a la boca como para contener un sollozo –Está bien, dile a tu padre que lo amo. Dile que es el hombre más fuerte que he conocido y que en cuarenta años de matrimonio nada nos ha podido separar- acaricia la banda de oro que lleva en su anular –Una enfermedad no lo hará, porque incluso si se lo lleva, mi corazón siempre estará con él.