EL USUARIO Y CONTRASEÑA NO CONCUERDAN. INTÉNTELO NUEVAMENTE.
EL USUARIO Y CONTRASEÑA NO CONCUERDAN. INTÉNTELO NUEVAMENTE.
EL USUARIO Y CONTRASEÑA NO CONCUERDAN. INTÉNTELO NUEVAMENTE.
Me estoy impacientando.
Tengo dos semanas tratando de acceder a mi correo electrónico para revisar mis notas del semestre que ya acabó y no puedo ingresar. No me da miedo perder alguna recuperación porque soy una excelente alumna. Aunque si soy sincera, me resulta extraño, no siento que esté aprendiendo a desarmar una bomba y salvar al mundo como lo cuentan mis compañeros que respiran y adoran la música.
Me gusta la música, de verdad. Ella está presente desde mi primer recuerdo. Lo juro. Pero levantarme para ir a la universidad no es un deleite y no lo digo por madrugar, lo digo porque no anhelo cada día. No siento que me espera la más grandiosa de las aventuras en cada amanecer.
Mi vida es un constante ciclo de repeticiones. Levantarme, ir a la universidad, regresar a casa, practicar piano dos horas con papá, pelear una hora con Drew por no ser considerado y cumplir con sus obligaciones en casa, excepto los martes y viernes que son los días asignados para la limpieza de la casa de los O’Connell. Tengo entendido que no visitan la hacienda desde hace 12 años o algo así. Es lo que me dice Philip, capataz de la hacienda desde que la construyó Charles Miller, padre de la actual dueña Sandy Miller, quien le heredó la administración de la misma a su marido, el señor George O'Connell.
Ingreso la dirección de correo nuevamente con la millonésima opción posible de clave y sale esa frasecita de mierda que me ha sacado de mis casillas durante el último tiempo.
EL USUARIO Y CONTRASEÑA NO CONCUERDAN. INTÉNTELO NUEVAMENTE.
Suspiro. Miro nuevamente las letras en rojo al fin dandome por vencida. Cierro la página y me acerco hasta la caja para pagar la hora que desperdicié con el maldito correo.
-Hola Amelie. Vengo a pagar una hora- sonrío de manera forzada mientras busco moneditas en el bolsillo delantero de mi morral donde solo hay 3p.
-Son 4p para ti, Sienna-la chica frente a mí ni siquiera alza la mirada. No me molesta porque me da tiempo de sacar el penique que falta de mi billetera que está en el bolsillo principal de la mochila.
Extiendo las monedas y la chica castaña frente a mí alza la mirada, cuenta las monedas y me sonríe curiosa–Oye, deberían encerrarte por el crimen de ponerte esas gorras que ocultan todo allá arriba- señala mi cabeza y yo trato de reírme. En serio, lo hago pero no me sale. Hace mucho tiempo muy pocas cosas me causan gracia.
-Ten un buen día.
-Igual tú, Sienna.
Salgo del local, uno de los cinco centros de cómputos existentes en las Islas Malvinas. Somos casi 4.000 personas en esta porción de tierra rodeada por agua y como era de esperarse, todos conocen a todos. Todos saben cuándo es tu cumpleaños, todos conocen a tus padres, todos conocen a qué escuela fuiste, todos saben si vas de vacaciones. En fin, todos pueden ver tu vida.
Mi único consuelo es que nadie puede ver mi interior. Aunque no habría problemas porque no hay nada que ver.
Está vacío. Así me quede desde ese maldito mes.
Lo peor de todo es que está aquí nuevamente y siento que ahora puede destrozarme aún más.