Sentía el agua tranquila entre sus dedos, eran una sola, se movía con rapidez y delicadeza entre las corrientes, visitaba todo tipo de agua clara, hermosas playas, majestuosos arroyos, termales extremadamente calientes, pero lo que más le gustaban eran los lagos, eran mucho más que simple agua estancada, el simple hecho de ver los patos la tranquilizaba, esos hermosos patos la animaban a salir, a mostrarse, en especial uno, de un blanco puro inigualable, belleza extrema imposible de describir.
Aquella ninfa pasaba mucho tiempo en ese lago y cada sábado por la tarde venia siempre una madre con su hija, la cual traía una hoja negra, pan y una caja de crayones de todos los colores, aquella criatura también se había enamorado de aquel pato de blanco perpetuo, pidiéndole a su madre que le comprara hojas negras para poder dibujarlo y, por primera vez, plasmar en el papel con una crayola blanca la inmensidad de aquella hermosura. La ternura de aquellos dibujos y el amor con el que fueron hechos los convertían en los únicos capaces de lograr tal imposibilidad.
La ninfa, maravillada y algo celosa de los retratos de esa niña, le otorgo el honor de verla, era la primera y probablemente la única humana a la que se le presentara jamás. Desde entonces cada sábado por la tarde se hecha en el pasto junto a aquella ternurita para admirar su arte, y de vez en cuando llevarse un recuerdo de aquella niña y aquel hermoso pato.