Hoy es un nuevo día, el día donde luego de todos los rituales familiares, el acomodar mis prendas y actualizarme con mi madre sobre mi vida escolar, finalmente llegaré a experimentar la vida en Pearl Coast.
Hoy estoy decidida a visitar a mis amigas de temporada. Ester, Lea y Michelle. Ellas viven a unas casas de aquí y así como yo, acompañan a sus familias durante estas semanas calurosas.
Es interesante examinar nuestra amistad. Nosotras no hablamos mucho por teléfono después de regresar a nuestras ciudades respectivas, sí nos seguimos el rastro en las redes sociales y nos felicitamos para cumpleaños y celebraciones de fin de año, mas no es lo mismo.
En verano, renacemos.
Ellas ya están reunidas en el pórtico de Ester y cuando me ven, corren hacia mí para abrazarme y reír todas al mismo tiempo. Nos separamos y reímos de nuevo.
— ¡Marie! Cada verano te ves más linda —Ester afirma, con esa dulzura que la ha caracterizado desde siempre.
Conocí a Ester hace cinco veranos atrás, cuando su familia compró esta casa para sus vacaciones. Mamá, siendo ella, me llevó a conocer a los nuevos y así fue como ella y yo terminamos comiendo helado todas las tardes, caminando por el paseo marítimo y divirtiéndonos en la orilla del mar.
Ester es una chica bajita, delgada y que necesita llevar gafas pero que se las alterna con los de contacto. Sus padres son de Indonesia sin embargo, ella me dijo que jamás ha estado ahí. Ellos llegaron a este país cinco años que ella naciera, luego dos años después nació su hermano menor Charlie. Ambos tienen el cabello oscuro, hoyuelos en ambas mejillas y una risa contagiosa.
Luego conocimos a Lea y a Michelle. Primero fue Lea, estaba trabajando en la feria local con sus padres. Ester y yo nos hicimos amigas rápidamente de la chica que es un año mayor a nosotras y en lugar de atender el puesto que le correspondía, nos quedábamos paradas charlando de todo un poco.
A los pocos días mamá me presentó a la hija de los Canadienses que estaban alquilando una casa. Michelle.
Siempre he pensado que Michelle y Lea podrían ser hermanas. Ambas son de piel clara, rubias y altas. La única diferencia es que Michelle tiene el cabello rizado mientras que Lea lo lleva corto, cerca de la barbilla y es lacio.
Así nuestro grupo se formó y desde esos días, siempre nos unimos en verano y nada nos ha separado. Hemos compartido tantas experiencias, nuestros sueños y sobre todo, las cuatro hemos fantaseado sobre nuestros romances veraniegos. Queremos vivir historias dignas de adaptaciones cinematográficas, de esas que puedes ver una y otra vez sin cansarte.
Quiero eso, llegar a sentir por alguien algo tan especial que cada vez que le diera un vistazo al pasado, me hiciera sonreír. Que esos recuerdos se conviertan en medicina para los días solitarios y que las emociones alguna vez experimentadas, me recuerden que fui afortunada de sentir algo tan especial.
Es por eso que me encanta venir a este lugar. En mi ciudad, tengo personas conocidas pero no amigas. Nadie con quien tirarme en el suelo y hablar de chicos, nadie con quien meter los pies en el agua de la piscina mientras nos quejamos de nuestros padres.
Ahí estoy rodeada de personas que me hacen sentir muy sola.
— ¡Chicas, este verano será el mejor! —Lea afirma, sonriendo.
A pesar que lo dice para emocionarnos y crear expectativa del resto de estos días, me entristece un poco. Sé que el próximo año las cosas cambiaran, Ester y yo nos iremos a la universidad, Michelle se irá de intercambio un año a España y Lea puede que no regrese si no estamos aquí.
Sé que siempre podremos volver a Pearl Coast pero, ¿Lo haremos? Después de decir nuestro último adiós disfrazado de un “hasta pronto”, ¿Nos convertiremos en nada más que un recuerdo de nuestra juventud?
Alejo esos pensamientos tristes de mí y tomo la mano de Lea. —El mejor de nuestras vidas.
Ester sonríe. —Chicas, comenzamos con el pie derecho —se inclina para crear emoción—, hoy hay fiesta en casa de William, el chico pelirrojo que coqueteó con Michelle el verano pasado.
Michelle arruga la nariz. —Ni me lo recuerdes.
Ester suelta una carcajada y reímos a su ritmo. —Michelle, hazte la valiente y vamos a esa fiesta. Estarán sus amigos, los universitarios —afirma, sonrojándose un poco—. También estará Peter —le mete un codazo a Lea.
Peter es el amor de verano de Lea. Es un chico bastante común pero a ella le encanta. Tiene cabello rizado, un tanto largo, el cuerpo delgado y la piel como la de todos aquí, bronceada. Es de la misma edad que Lea.
En contraste a las demás, Lea no siguió en la universidad. Ella y sus padres se encargan de una compañía que instala los escenarios para espectáculos en su ciudad. Sus padres son estrictos en relación al trabajo pero no en los estudios, a ella la dejaron tomar sus propias decisiones y lo ha hecho así desde muy joven.
A pesar que Lea nos lleva un año de diferencia, ella no se siente como si fuera mayor. Reímos con las mismas comedias románticas, escuchamos a los mismos cantantes pop y compartimos los mismos sueños caracterizados por las altas expectativas que solo te permites tener cuando eres joven.
Lea sonríe. —Espero que este año si se atreva a dar el primer paso, tengo que tener mi romance de verano con él sí o sí.
Michelle niega, con una sonrisa. —Puedes darlo tú, el primer paso.
Ella hace un puchero. —No, así no funcionan las cosas para mí. No me gustaría que me rechazara, pero sé que le gusto. Solo está un poco inseguro de sí mismo, pero este verano él y yo seremos muy felices juntos.
Reímos de nuevo. Que linda es la vida cuando encuentras personas con quien reírte constantemente. Que desdicha es cuando esas risas no puedes hacerlas permanentes, sino se acaban más rápido de lo que te gustaría.
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Editado: 04.01.2024