Cada Verano Sin Ti

23: Calma

 

Sentados en el pórtico mientras bebemos dos sodas de limón con mucho hielo, dejamos que el sonido característico del verano nos rodee. Esos insectos que jamás he descubierto cuales son pero que hacen un sonido particular, algunos autos a lo lejos y música. Siempre hay música en Pearl.

—Juguemos a veinte preguntas —le sugiero a Sam.

Se mueve un poco para verme. —Claro, empieza tu —sorbe un poco más de su bebida.

Veo como algunas flores de enfrente se sacuden con el viento. — ¿Te harías un tatuaje?

Sam lo medita y luego asiente. —Creo que sí, siempre he querido hacerme uno —me señala—, ¿te lo harías tú?

—No lo sé —me gustaría mucho pero luego pienso en que quizás con los años no me guste tanto como al principio—, bien, de nuevo yo. ¿Qué es lo más loco que has hecho?

Sam suelta una carcajada. — ¿Cuenta decir que leer dos libros en un solo día? —Se quita las gafas—, no soy una persona alocada.

Yo suelto una carcajada. —Pero eso es genial, dos libros en un solo día. Ojala yo pudiera.

Sam estira sus piernas. — ¿A que le tienes miedo? —pregunta inclinando el rostro.

Las respuestas son muchas. —Pues, depende —digo—, ¿miedos físico o más profundos?

Sam sonríe. —Ambos.

Antes de responderle tomo un sorbo largo de mi bebida dejando que el sabor azucarado me refresque. —Pues miedos físicos digamos que le tengo miedo a la sangre y a las alturas —hago mi cabello a un lado—, miedos más profundos serían muchos.

Sam asiente esperando que siga. —Dime.

Trago saliva. —Me da miedo tomar las decisiones incorrectas —afirmo moviendo la mirada hasta el otro lado de la calle—, tengo miedo que al final de mi vida vea hacia atrás y me arrepienta de muchas cosas.

Sam estira su mano y la coloca sobre mi brazo. —Equivocarse es parte del camino, Marie.

Sonrío y regreso mi vista hacia él. —Hablas como un hombre sabio de ochenta años.

Sam retira su mano y baja la mirada. —Lo siento.

Dejo mi vaso a un lado. — ¡No! No es malo, en realidad eres genial —le digo y él sube sus ojos—, de verdad lo creo. Me gusta escuchar tus consejos y de cómo te expresas de la vida, eres bastante… ¿sensato?

—Gracias Marie —Sam me mira y deja escapar una sonrisa.

— ¿Me toca preguntar? —Pienso un momento—, Si pudieras hacer cualquier cosa ahora mismo sin ningún tipo de consecuencias, ¿Qué harías?

Sam sonríe y su mirada se ilumina. —Nadaría con tiburones —responde sin pensarlo—, toda mi vida he querido hacerlo pero mamá tiene miedo de eso. Sé que es posible, hay lugares con tiburones más tranquilos pero, no sé, espero hacerlo algún día.

—Suena arriesgado —admito.

Sam suelta una risa. —Pues sí pero… —baja la mirada hasta su brazo, con la otra mano sube la manga y muestra su cicatriz—, ahora tengo muchas ganas de vivir y he comprendido que la vida está llena de riesgos pero no por eso es mala.

Veo su cicatriz y pienso que es asombroso como él no se acobarda de mostrármela. Sam cada vez más, me parece aún más asombroso. — ¿Te dolió mucho? —pregunto y luego me arrepiento.

Sam me molesta. —Era mi turno de preguntar —sonríe—, pero te responderé. Pues no sé, ese día solo quería que todo acabara y el dolor dentro de mí era más fuerte que cualquier otro —admite bajando la voz—, también había tomado unos somníferos y… desperté en este mundo aun.

Es una larga cicatriz que resalta. — ¿Cuántos años tenías? —pregunto ignorando el turno de él.

Sam responde. —Dieciséis.

Suspiro pensando en todo lo duro que tuvo que pasar, en lo mal que se sentía como para creer que esa era su última opción. Es una lástima que hayan tantas personas con esos pensamientos, con tanta desesperanza y tanto dolor que consideren el suicidio como la mejor opción.

— ¿Has pensado de nuevo en suicidarte? —pregunto viéndolo a los ojos, esperando examinar su honestidad.

Sam asiente. —Después que desperté quise hacerlo de nuevo y luego, al volver a la escuela y todos sabían lo que había hecho. Los pensamientos siguieron, pero después comprendí muchas cosas —me explica y le da un sorbo a su bebida—, ¿sabes? No fue fácil y aun no lo es. Hay días donde siento que muchas cosas se acumulan y por supuesto que los pensamientos vuelven a mí pero he aprendido que lo que no te mata, no solo te hace más fuerte sino más sabio —Sam pasa sus dedos por la cicatriz—. Ahora yo soy más consiente sobre las enfermedades mentales, ahora yo sé que es la depresión porque viví con ella por años. Eso solo me inspira a buscar a todas las personas que no tienen esperanza, verlas a los ojos y asegurarles que todo mejora.

—Eso es hermoso —respiro profundamente—, de verdad. He escuchado historias duras, ¿sabes? Bueno, a ti también te gustan los casos criminales y sabes que la mayoría de ellos han pasado por situaciones dolorosas pero luego hay personas como tú, que deciden no seguir con todo eso y buscan crear bien.

Sam se encoje de hombros. —No ganaría nada acosando a otras personas, causándoles dolor —asegura—. Al final, todos somos víctimas de víctimas y todos necesitamos ayuda. Ahora ya no veo las cosas como blanco o negro, bueno o malo. Ahora comprendo que todos tenemos historias y lo más importante es el camino que tomaremos, lo que haremos con nuestra existencia —sonríe y levanta su mirada al cielo—, tengo la certeza que alguien allá arriba me quiere vivo en este planeta para reconfortar a las personas que no tienen a nadie.

Mis ojos se nublan por las lágrimas que se han acumulado. —Eres demasiado… bueno. Demasiado.

Sam niega con una sonrisa. — ¿Sabes? Solo quiero ser la persona que me hubiera gustado encontrar.  Quiero ser el amigo que cruza la calle por ti, quiero ser el desconocido que se sienta contigo cuando estas llorando. Quiero defender al chico que un grupo de adolescentes están intimidando. —Sam vuelve a mirar su cicatriz—, quiero darlo todo en este planeta y aportar lo más que pueda para hacerlo un lugar mínimamente mejor. —Me mira—. Se trata de abrir los ojos, todos necesitamos a alguien.




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