El dolor era intenso, pero no tanto como para hincar la rodilla. Xhadara apretó los dientes con fuerza para resistir con firmeza. Decepcionada por la reacción del hombre que prácticamente se retorcía a sus pies, dirigió su mirada hacia el resto de los presentes comprobando que había miradas para todos los gustos. Indiferencia, tensión, preocupación, decepción e incluso lástima. Desvió de nuevo la mirada y observó su muñeca. Impresionada, contempló como el grillete y la cadena a la que estaba atado se desvanecían con un brillo oscuro y tenue. La turmalina se fundía con su piel dejando un tatuaje negro en su muñeca. Ella ya sabía lo que acabaría sucediendo, la Cadena de batalla era una magia ancestral dejada por sus ancestros y legada de padres a hijos, o hija en este caso. Se fundía con el cuerpo y unía al rey capaz de activarla con el siervo capaz de protegerle adquiriendo ambos así un poder para derrotar a los figurantes de la Hendidura. La cadena dejaría de ser física pero se grabaría en ellos permanentemente. Xhadara comenzó a sentir como el poder la inundaba e incluso como su piel clara empezaba a brillar. Ya quería probar ese poder. La cadena desapareció del todo y su muñeca dejó de arder. Jadeando, el hombre frente a ella empezó a levantarse poco a poco. Su piel también desprendía una ligera luz. El clérigo parecía muy sorprendido al verle aunque ella no sabía por qué. Una vez más él ya no la miraba y eso la enfadaba. El tatuaje que encintaba todo su cuello como un collar de filigranas negras entrelazas era más visible en él que el de la muñeca de ella. Ahora eran uno en la batalla y él la seguiría sin importar a donde fuera, incluso a la muerte.
Ella se dirigió hacia sus súbditos. Reina y poderosa finalmente, Xhadara alzó el brazo mostrando a todos su nueva marca y una vez más todos empezaron a gritar y vitorear. Tras terminar la ceremonia, ella salió entonces por la puerta al lateral del trono. Sintió como la magia tiraba de ella suavemente, miró hacia atrás y él la seguía manteniendo una prudente distancia pues los clérigos y otros militares estaban entre ellos dos. Ella caminó por el pasillo seguida por la comitiva pensando en que por fin podría descansar. Habían pasado casi dos días desde la última vez que había dormido. Se encaminó a su dormitorio de siempre, pero el consejero militar real, el señor Turok, la detuvo poniendo la mano en su hombro suavemente.
—Majestad. Han preparado una habitación más adecuada para una reina —explicó.
—¿La habitación de mi padre? —preguntó con desagrado.
—No, majestad. Pensaron que eso no sería apropiado, pero si es su deseo.
—No lo es —aseguró ella rápidamente.
—Entonces acompáñeme por aquí -dijo mostrando el camino con una reverencia.
Ella le siguió, y al cambiar el rumbo sintió otro suave tirón en la muñeca. Era como si de repente sintiera su presencia. Miró por encima de su hombro un instante para comprobar que él seguía allí, tras todos los demás, unos diez metros atrás, con la mirada clavada en el suelo. Xhadara se detuvo bruscamente sorprendiendo a todos, y tiró de su muñeca como si algo realmente les atara. Él se dio por aludido y levantó la cabeza espantado para bajarla de nuevo al cruzarse brevemente con su mirada.
—Ven aquí —ordenó señalando al suelo junto a ella—. ¿Si no estás a mi lado cómo vas a protegerme? —le regañó sin demasiada seriedad.
Él, sin embargo, pareció tomárselo al pie de la letra, atravesó el camino hasta ella como si no hubiera nadie más a su alrededor y se plantó justo donde le había indicado.
—Mejor —pronunció ella para girarse de nuevo hacia el consejero militar rea—. ¿Continuamos?
La habitación estaba un poco más apartada, pero era una de las más grandes y completamente adecuada. La primera estancia tenía la puerta de entrada en el lateral derecho. Una alfombra alargada de color granate se extendía hasta una puerta de la pared de enfrente formando un falso corredor pegado a una pared ornamentada de manera exagerada para llamar la atención de todo el que entrara en la sala y evitar conducir la mirada al resto de la estancia. Era una habitación construida para ser ignorada y atravesada con rapidez. La luz era tenue, los muebles escasos y sencillos y la decoración nula. Una cama decente, pero simple, con una sábana blanca y un edredón oscuro doblado a los pies. Una mesa básica para uno, colocada frente a una ventana pequeña de cristal traslúcido y rejas, y una silla a juego. El único mueble extra era una estantería vacía. Al fondo una puerta, apenas visible debido a la poca luz, que daría a un baño igualmente humilde, pero escrupulosamente limpio. Todos sabían para qué existía esa habitación tan austera y porqué se disponía justo antes de los aposentos del monarca, especialmente Xhadara. Ella tenía que cruzarla cada vez que quería llegar hasta el dormitorio de sus padres. La habitación de su cadena de batalla, a la que jamás prestó atención. El clérigo mayor, el consejero militar real, su cadena de batalla y la nueva reina cruzaron la estancia con la rapidez para la que estaba diseñada y entraron en la contigua, que era completamente distinta. Elegancia y ostentación en dorado y negro. Un salón amplio, con cómodos sofás y mesas de estilos varios con vistosos tapetes para comer en compañía o simplemente tomar un tentempié. Cuadros de retratos, cacerías o hazañas en las paredes y amplias ventanas con recargadas cortinas.
—Podrá descansar aquí o recibir visitar cercanas si así lo desea —comentó el consejero militar Turok.
Xhadara no respondió. Estaba tan cansada que sólo quería acabar con todo aquello y poder dormir. Hasta ahora había estado rodeada de gente, así que no se había permitido demostrarlo, pero ahora que le acompañaban sólo tres personas, dos de ellas los consejeros más cercanos de su padre, con los que se había criado y la tercera, un absoluto desconocido en el que se suponía que tenía que confiar y sin derecho ninguno a decirle nada, sentía que no podía aguantar por más tiempo. No había pegado ojo desde que había recibido la noticia del fallecimiento de su padre. La costumbre de su reino era pasar página lo más pronto posible, pero ella no podía soportar más el ritmo.