Despertó cuando el Sol ya hacía horas que había salido y aún así la habitación estaba a oscuras. Las cortinas habían sido bien cerradas para que la luz no la despertara. Hacía mucho que no dormía hasta tan tarde. Nadie se había atrevido a despertarla. Estaba tan cansada que se había quedado dormida en la bañera y no recordaba nada más.
—Mi señora, ¿desea desayunar? —preguntó su cadena de batalla desde el otro lado de la puerta.
Gimoteó dando vueltas en la cama.
—Quince minutos...
—Sí, mi señora.
Xhadara sabía que en cuanto saliera de la cama tendría mucho que hacer y mucho a lo que enfrentarse, sólo estaban siendo benévolos con ella por ser su primer día como reina. Quizá debiera aprovecharse de ello. Después estaría inundada de responsabilidades.
Se estiró y se levantó. Llevaba el pijama completo. Se colocó un batín y salió a su sala de estar personal.
—Así que fuiste tú quien me sacó de la bañera, me secó cuerpo y cabello y me vistió de nuevo para meterme en la cama —comentó a su cadena de batalla mientras este servía el desayuno sobre la mesa principal— ¿No te parece demasiado para un primer encuentro? —preguntó divertida.
—¿Disculpe, mi señora? —respondió levantando la mirada con gesto preocupado—. No estoy segura de entenderla.
—No importa —negó ella rindiéndose—. No es justo. Eres demasiado inocente. Demasiado divertido —dijo tomando asiento.
—¿Necesita algo más?
—No, retírate.
—Iré a recoger su habitación, si me lo permite.
Hizo un ademán con la mano en respuesta mientras masticaba una tostada con huevo.
—Cuando acabe de desayunar quiero ir a probar estos poderes nuevos —le advirtió antes de que marchara a la habitación—. Tenemos que dominarlos antes de ir a la Hendidura. En este momento de transición nuestro país está indefenso.
—Lo comprendo, mi señora.
—No te permitiré quedarte atrás, así que más te vale aplicarte.
—¿Atrás? —sencillamente inconcebible para él—. Yo estaré donde usted esté, mi señora.
Esa seguridad hizo sonreír a Xhadara.
—Bien. Prepara mi uniforme entonces.
Su abuelo había despejando el inicio de un bosque cercano como zona de entrenamiento hacía ya décadas. Habían colocado dianas, postes de entrenamiento y objetivos con sacos de arena y troncos. Su cadena de batalla le entregó su arma. La observó antes de tomarla de sus manos y la rozó con los dedos. Cuando era pequeña, se empeñó en decirle a su padre que esa era su cadena de batalla, que no necesitaría a nadie más. Su padre sólo rió.
Recordó aquella mesa larguísima llena de armas y a su padre pidiéndole que escogiera una. No tenía más de diez años. Quería demostrar su valía, así que escogió la más complicada de utilizar y aprendió. Una cadena. En un extremo una hoz como la de un Kusarigama y en el otro una bola de hierro con pinchos, como de una maza que hacía las veces de martillo meteoro. Habilidad y brutalidad combinadas en una sola arma.
Xhadara la tomó en sus manos diestras. Tomó el mango de la hoz y dejó caer la maza al suelo para comenzar a hacerla girar. Era hora de calentar un poco.
Su cadena de batalla quedó petrificado al verla moverse. El arma y ella eran una. Comprendió al instante porque la llamaban Xharada la danzante. Descubrió también con asombro que no le costaba seguir el paso de sus movimientos. Sintió la cadena anclada a su cuello vibrar... de poder. Cruzó la mirada con ella un instante y comprobó que también podía sentirlo.
El poder de cada familia real, enviado y reclamado para vencer a los figurantes, era distinto. Todos aumentaban su habilidades físicas en general, pero una de ellas se disparaba de forma inimaginable. En la casa de la reina Xhadara de Turmalina su poder era la agilidad. No podía haber elegido mejor arma. Se movía con la determinación de una fiera, la fuerza de una guerrera y la precisión de una bailarina. Girando, brincando, fintando. Uno a uno, derribó todos los objetivos. Podría haberlo hecho también sin su nuevo poder, pero no de esa forma, tan rápida e irreal. Empezó a ser consciente de ello y su poder, desbordante, comenzó a brillar en una luz negra y dorada como si ligeros rayos salieran de ella. La cadena fue visible para ellos dos desde su muñeca hasta el cuello de su cadena de batalla compartiendo su poder, invadiéndolos a ambos. Xhadara sonrió. Era tan fácil. El martillo golpeó de nuevo en otro objetivo y avanzó cada vez más cerca del bosque aún intacto. Cuando acabó con todos los objetivos, entró en él y danzó entre los árboles buscando nuevos objetivos. Buscando nuevos objetivos. Ramas y troncos casi al azar. Reía mientras danzaba de un lado a otro. Embravecida, imparable y sumida en su poder no se percató del daño que había provocado en el bosque. De repente, el poder la sobrepasó y la bloqueó por el agotamiento. Había sido tan abrumador y atractivo que había perdido por completo el control y ahora se encontraba ahogada y de rodillas. Alzó la mirada al oír multitud de crujidos a su alrededor. Un árbol enorme caía sobre ella y no podía moverse. Pero no tuvo tiempo de sentir miedo. El árbol se quedó petrificado en la caída. Su cadena de batalla estaba junto a ella y alzaba la mano sobre su cabeza creando un escudo para ambos. Nunca lo había hecho antes, pero de algún modo sabía que podría protegerla. Le habían criado para ello. El poder entraba por la cadena de su cuello y se desbordaba de él, dirigido hacia aquello que lastimaría a su señora.
—Así que es cierto, estarás a mi lado.
—Sí, mi señora. Hasta que muera.
—Aike. Llevo pensándolo toda la mañana. ¿Te gusta el nombre de Aike?
—¿A vos os gusta, mi señora?
—No me respondas con otra pregunta. Me molesta.
Empujó el escudo y el árbol tronchado cayó para hacia un lado.
—Lo siento, mi señora —Se inclinó y le tendió la mano para ayudarla a levantarse—. Nunca he tenido uno antes pero, creo que Aike es un buen nombre.
Los días se sucedieron tras ese primer día. Es curioso lo rápido que se acostumbra el ser humano a los cambios aunque sean tan drásticos. Entrenamientos al amanecer, papeleo, reuniones y tareas de gobierno durante el resto del día y más entrenamiento al anochecer. El poder era intrínseco en ella y para él era una continuación de la cadena en su cuello y del deber inculcado. Crearon entrenamientos más peligrosos a medida que eran más capaces de controlarlo. No importaba lo mucho que Xhadara se arriesgara, Aike estaba allí para protegerla. De alguna manera, encajaban, o simplemente Aike se adaptaba muy bien a ella. Para eso había sido bien educado y entranado. El resto del tiempo, se dedicaba a servirla en absolutamente todo lo que necesitara y, de no necesitara nada, sencillamente se mantenía a su lado, invisible y siempre alerta.