Cadena de Batalla

4. El baile

La noche fue volviéndose más y más desagradable a medida que avanzaba. La cena empezó satisfactoriamente. Comida deliciosa y conversación decente. Puesto que presidía la mesa, quienes la rodeaban eran aquellos a los que ya conocía, todos ellos prácticamente desde que era una niña. El clérigo mayor Hoken, líder de la religión en la nación, el consejero militar Turok y el general Maniren, que a pesar de que no se llevaban demasiado bien eran un buen tándem en cuanto a estrategia militar se trataba; y la ministra Jaba, ama de la economía territorial. El dinero sí podía ser cosa tanto de hombres como de mujeres, pero el poder militar y la realeza, hasta ahora, había estado reservada a los hombres. Xhadara no había nacido con la idea de reivindicar un mundo más justo, simplemente le había tocado mantenerse firme para obtener el lugar que le pertenecía por nacimiento. Claro que, hasta ahora, había peleado con el beneplácito y los consejos de su padre. Ahora estaba sola, y tan rodeada y asfixiada por la gente al mismo tiempo.

Aunque no tenía por qué hacerlo, porque el sentía la conexión a través de su muñeca, giró ligeramente la cabeza hacia atrás para comprobar que Aike seguía allí, tras su asiento. Inmutable, rígido, vigilante. Como si siempre estuviera esperando a que sucediese algo. Sólo se movía cuando ella lo hacía y la miraba cuando ella se giraba para asegurarse de que no requiriese nada de él. Aquello era gracioso de alguna forma, como un animalillo pendiente siempre de su amo que menea la cola al verle.

Sentado junto a ella, después de los hombres y mujeres más poderosos del reino se encontraba el aristócrata de mayor influencia, el duque Gorton. No sólo era mucho mayor que ella, sino que era incapaz de encontrarle ni un solo atractivo físico. Parecía no haber echo deporte en su vida y estaba entrado de peso, aunque nada demasiado exagerado, por suerte. Tenía una calvicie no completa pero sí bastante mal llevada que se peinaba de forma horrible para intentar ocultarla. Para completar la combinación tenía un extravagante sentido de la moda que Xhadara, acostumbrada a llevar ropa cómoda en la intimidad y dejar que otros eligieran sus vestidos en ocasiones como aquella, no entendía.

Rodeada de estrategas y más personas que la conocían bien, la conversación era cómoda y agradable para ella. Parecía una reunión más como las que tenían casi a diario. Por su lado, el duque parecía perdido. Sólo cuando la conversación se volvía aburrida y se hablaba de negocios él tenía la suficiente confianza para intervenir tratando de mostrar lo útil que era. Xhadara evitaba chasquear la lengua molesta por educación. Se suponía que tenía que llevarse bien con ese hombre. Se suponía que era la mejor opción con la que casarse. Era por el bien de su reino.

Tras la cena llegó el baile. Era el momento de buscar algo en común con aquel hombre, sólo una señal que les diera una vía de escape para ese desalentador destino. Él ansiaba la corona de consorte y ella necesitaba su influencia aristocrática. Si la aristocracia la apoya, el pueblo haría después. Esa era la idea. Pero si encontraba algo que tuvieran en común. Tal vez una pasión que compartir y desarrollar juntos, o quizá, siendo más realistas, un tema de conversación con el que sentirse unidos, sería un comienzo.

A Xhadara, reina de Turmalina, los soldados con los que había entrenado siempre no la llamaban "la danzante" por nada. El baile era para ella una gran afición. El juego de pies en una batalla era tan importante y no tan distinto a un baile. En su juventud, ella había ido a bailes en la que aristócratas de todas las regiones del reino la invitaban a bailar. Algunos de ellos eran realmente habilidosos y habían sido amables con ella. Pero esa noche, como estrategia, sólo podía dejar que el duque la invitara. Esperaba que, siendo un aristócrata que asistía habitualmente a eventos como ese, el baile fuese una disciplina que manejara. Era su mejor oportunidad para buscar algo en común.

Cuando el sexteto de cuerda y viento ya tocaba su tercera canción cuando los pies inquietos de Xhadara empezaron a impacientarse por querer bailar. El duque Gorton se mantenía en una silla mirando hacia la pista de baile pero sin parecer tener la intención de invitarla a bailar. ¿Sería más tímido de lo que le había parecido a Xhadara? Se levantó del trono desde el que observaba y atravesó la estancia como un huracán haciendo ondear su brillante vestido dorado. Apareció tras el duque posando una mano en su hombro.

—Tenía entendido, duque, que estaba usted interesado en mí —pronunció repentina y descarada—. Sin embargo, debo decir que me siento desairada puesto que aún no me ha sacado a bailar.

—¡Oh! Majestad. —Se levantó de la silla y con gran torpeza se inclinó—. No se trata nada de eso. Es sólo que me avergüenza reconocer que soy un inepto en cuestión de baile. No me atrevería con alguien a quien llaman "la danzante".

Su mayor esperanza, derruida por completo. Por el bien de su pueblo era la mejor opción, pero ella aún tenía una vida que vivir. Su padre no había insistido demasiado en que engendrara un hijo pronto y que ocurriera antes de fallecer él, pues es común sentirse inmortal con un poder como el suyo. Y ahora todo se precipitaba y se respiraba la urgencia en el palacio. Trató de hacer tripas corazón, sonreír y mantener la esperanza. Tenía que haber algo, cualquier cosa a la que aferrarse para poder sentir alguna conexión con ese hombre. Sencillamente se negaba a pasarse la vida con un hombre al que detestaba.

—¿Cómo es posible? Un hombre como usted estará acostumbrado a eventos como este. Me niego a creer que no haya aprendido a bailar —le tendió la mano. Si él no le invitaba, ella lo haría. Era la primera reina de Turmalina y de los ocho reinos, a decir verdad, ¿por qué no ser también la primera en invitar a bailar a un hombre y no al revés?

No supo descifrar la mirada confusa del hombre frente a ella que lanzaba hacia todos lados como buscando la aprobación de alguien más. Eso enfadó a Xhadara. ¿A quién tenía que pedir permiso o tenía miedo de que le juzgaran? Una vez más no demostró nada y esperó a que tomara su mano para arrastrarlo a la pista.




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