— Si él quiere seguir con esto, pues no me queda más opción, jamas me alejaran de ti mi pequeño rayo de luna. —Susurra la joven sentada en el piso de la lujosa habitación vestida con un pomposo vestido color celeste mientras mecía de forma lenta y cuidadosa al bebe en sus brazos.
Había llegado a aquel reino como una esclava más, diferente a las demás, eso sí, por ser de tierras que jamas habian sido vistas por el hombre antes, “exotica”, logro escuchar hace algun tiempo atras.
Todo comenzó cuando era más joven de lo que era ahora, se encontraba a la orilla del océano, sintiendo la arena en sus pies y viendo hacia el horizonte como el agua y el cielo se convierten en uno, era en esos momentos donde sentía la conexión con la naturaleza, como si fuera un solo ente. Tan concentrada estaba en aquello que se espanto al oír el grito de voces masculinas, apresurada, creyendo que era alguien de su pueblo, se encaminó hacia donde se escuchaban las voces.
Y ahí fue donde vio el comienzo del fin de su vida, muchos hombres de ropas extrañas e igualmente facciones diferentes, estaban llegando a la orilla, algunos respiraban agitados, otros estaban aún en el vasto océano gritando por ayuda y mas atras un barco, no parecía estar roto, ya que no se hundia, pero si estaba convertido en un desastre, tal vez una tormenta se les atravesó en el camino, eso le pasaba a veces a sus barcos pesqueros.
Oculta detrás de unas plantas, aquellos hombres no la vieron, estaba por retirarse cuando escucho un grito infantil proveniente del agua, un pequeño niño de no más de 10 lunas, movía sus pequeños brazos, desesperado. No lo pensó dos veces, cuando ya estaba corriendo hacia el agua y empezando a nadar hacia aquel pequeño, escucho los ruidos sorprendidos de algunos hombres detrás de ella, los ignoró completamente.
Cuando llegó a donde estaba el niño lo sujetó fuerte contra su pecho y empezó a nadar hacia la orilla de nuevo. Cansada, esa era la única palabra que describe cómo se encontraba ahora, pero eso no evitó que viera primero por el niño, aunque se llevó una sorpresa al verlo bien, su cabello era como el color de los granos del maíz y sus ojos parecían ser hojas de árboles en pleno crecimiento, jamás había visto a alguien así. Al ver a su alrededor noto que varios hombres la miraban curiosos y todos eran tan diferentes a ella y su gente. Volvió su atención al niño y pronunció las palabras “¿Estás bien?”, pero él pareció no entender lo que decía.
Este le respondió algo en un lenguaje que no supo reconocer, al ver que ella no lograba entenderla, señaló a su pierna, ahí se podía ver una herida no tan profunda, pero que si estaba abierta. Se dio vuelta y le enseñó al niño su espalda, este pareció comprender lo que trataba de hacer, cuando ya estaba seguro en su espalda se giró para ver a las otras personas.
—Vengan puedo ayudarlos. —Pero otra vez no lograron entenderla, esto ya la estaba molestando. —Ayuda, a-yu-da. —Pronunció varias veces.
Todos ellos se miraban incógnitos hasta que uno dijo una palabra mientras la miraba dudoso, al ver que había captado la idea, sonrió feliz, y pronunció la palabra que ese hombre había dicho mientras asentía.
Así fue como terminó guiando por toda la flora del lugar a todos aquellos sujetos, cada cierto tiempo miraba hacia atrás para ver que no se perdieran, y a veces le sonreía al niño para que no se asustara. Estaban cerca de su hogar, había recorrido todos aquellos caminos desde que era una bebe, y ahí estaba, entre el manto de árboles y flores, se alzaba una gran ciudad brillante, solo debían de subir la colina y ya estarían en las puertas de la gran ciudad.
Unos hombres de piel trigueña se dirigieron corriendo hacia la chica mientras rodeaban a los demás y ponían cerca de sus cuellos lanzas afiladas,
—¿Se encuentra bien alteza?
—Yo estoy bien, pero este pequeño no, los encontré en la orilla de la playa, al parecer su barco estuvo en una tormenta. —Empezó a explicar mientras le daba al niño a uno de los hombres. —Quiero que el sanador los vea, yo hablare con mi padre sobre ellos.
—De acuerdo, princesa. —Se acercaron a los hombres para llevarlos dentro del pueblo.
Cuando por fin la joven de piel trigueña pudo hablar con su padre, ya el sol se estaba ocultando para dar paso a la luna. Su padre la esperaba en la Sala del Emperador, al entrar vio a su padre sentado en medio de la sala, su madre estaba a su lado derecho y su hermano mayor, estaba a su lado izquierdo.
—Hija mía, toma asiento. —Su madre se acercó hasta ella para tomar su rostro delicadamente y acariciarlo, guiandola luego hacia su asiento.
—Escuche que has dejado entrar a personas desconocidas dentro de nuestros muros… de nuevo.
—Si, lo siento padre, pero ellos necesitaban ayuda.
—Mi dulce hermana siempre tan amable, algún día eso llevará a tu destrucción.
—Que los dioses no lo quieran. —Susurro su madre.
—Killari ¿Quienes son? —Esta vez volvió a tomar la palabra su padre.
—No lo sé, al parecer se perdieron en el océano, sus ropas y rostros son diferentes, el más pequeño tiene el cabello del color del oro y sus ojos son similares a los de las hojas de un árbol.
Todos parecian sorprendidos ante este hecho, en toda la ciudad e incluso en pueblos cercanos, nadie poseia estas caracteristicas, todos tenian una hermosa piel canela gracias a los rayos del sol y la mayoria de las personas tenian el cabello de un color negro como la noche, junto con ojos del color de la tierra recien arada, algunos podian tener colores un poco mas claros, pero jamas con aquellos tonos que la joven describia.
—No hablan nuestra lengua, pero tampoco logre identificarlos con la lengua de alguno de nuestros vecinos.
—Luego de comer iremos a verlos.
Así fue como transcurrió la cena de manera calmada, al ya terminar se encaminaron a los aposentos del palacio de las estrellas, allí habían sido atendidos todos los hombres.