Cadenas De Seda Y Fuego

Piezas en el tablero

.............................................................................................................................................................................Enzo Moretti

Las persianas estaban medio bajadas, como si la luz no tuviera permiso para entrar. Las facturas se acumulaban sobre el escritorio, pero Vittorio Conti ya no las miraba como un hombre desesperado.
Su mirada, hundida pero fría, estaba clavada en mí, como si calculara hasta mi respiración.

—Sabes por qué estoy aquí —dije sin rodeos, apoyando el vaso de vino sobre la mesa.

Vittorio asintió lentamente, sin fingir culpa ni pesar.
—Dmitry no tenía por qué enterarse aún —murmuró, como quien lamenta un error estratégico, no una desgracia.

—No se trata de Dmitry —respondí, directo—. Se trata de cumplir. Sabes que las reglas de la familia no admiten excepciones. Tú sabías en qué te metías cuando pediste dinero a los Romano. No hay préstamos sin garantías.

Vittorio hizo una mueca. Pero no de remordimiento.
Era la mueca de quien admite que llegó la hora de pagar, sin importar el precio.

—Podría darte algo más valioso que ese maldito dinero —dijo, su voz apenas tembló—. Mi hija.

Lo soltó sin miramientos. Sin la más mínima emoción en sus palabras.

—Melissa tiene veintidós años, es educada, bonita, sabe comportarse. Puede ser útil para tu hermano. Podría ser una esposa digna.

Lo dijo como quien ofrece un caballo de carreras. Ni un rastro de padre preocupado.
Solo cálculo.

—¿Estás dispuesto a entregar a tu hija como parte de un trato? —pregunté, recargando el vaso contra la mesa. Mi voz sonó más dura de lo que pretendía.

—Es una alianza —respondió él, con frialdad, casi fastidiado por mi pregunta—. Es lo que siempre hemos hecho: dar algo para ganar algo mejor. Mi hija siempre supo que llegaría el momento de servir para algo más grande.

—¿Y crees que casándose con Dmitry resolverás tus problemas? —inquirí.

—Resolverá algo más importante que mis deudas —respondió, inclinándose hacia mí—. Me dará un lugar junto a los Romano, y abrirá puertas que ni el dinero puede comprar. Melissa servirá mejor ahí que escondida detrás de mí.

Su descaro me revolvió el estómago. Pero no aparté la mirada.

—Melissa se casará con Dmitry —dicté, seco, dejando claro que no pedía su aprobación—. En dos semanas.

Vittorio asintió, casi satisfecho.
—¿Y él lo aceptará?

—No tiene opción —sentencié.

La villa estaba sumida en una penumbra casi pesada, interrumpida solo por el ocasional retumbar de truenos a lo lejos. Dmitry estaba en el salón principal, absorto en unos papeles, pero sabía que no podía postergar más la conversación. Me acerqué con los documentos firmados por Vittorio Conti, la deuda saldada con la única garantía que pudo ofrecer: su hija.

—Tenemos que hablar —le dije, dejando los papeles sobre la mesa.

Sus ojos recorrieron rápidamente las líneas del contrato, hasta posarse en la firma al final. Pude ver cómo su ceño se fruncía con fuerza, y un instante después estalló:

—¡No!

No me sorprendió su reacción, esperaba resistencia, aunque no esperaba que se alterara tanto. Dmitry siempre ha tenido ese fuego, esa rabia que a veces raya en la terquedad. Pero esto era más que una simple negativa. Era un choque entre idealismo y realidad.

—En este mundo, Dmitry, no hay espacio para sentimentalismos —le dije con voz firme—. Aquí se respetan las reglas y se mantienen las alianzas. Si quieres sobrevivir, debes jugar según cómo son las cosas, no como quisieras que fueran.

Él se levantó abruptamente, la silla cayendo detrás de él, y me respondió con voz cargada de frustración y desafío.

—¡No somos así! No podemos tratar a las mujeres como simples piezas en un juego de poder.

Sus palabras retumbaron en la sala, y aunque las entendía, yo sabía que el mundo en el que vivimos no es ni justo ni amable. Es despiadado y sin concesiones.

—Pero eres el jefe —insistí—. Y el jefe no puede rechazar un acuerdo así sin mostrar debilidad. Los ojos de las demás familias ya están atentos. Si no aceptas este matrimonio, la familia pierde respeto… y tú pierdes el control.

—Pero eres el jefe —insistí—. Y el jefe no puede rechazar una ofrenda sin parecer débil. Ya hay rumores. Ojos que nos observan. Si dices no, la familia pierde respeto y tú pierdes el control.

Dmitry apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron.

— ¿Qué esperas que haga? ¿Me case con alguien que no conozco?

—Eso es lo que hay —respondí con crudeza—. Poder y alianzas, nada más. Sentimientos no cuentan aquí.

—Para mí eso no es poder —replicó con voz firme—. Es traición a lo que quiero.

—Pero quieres el control, ¿no? —lo provoqué—. Y este matrimonio te lo asegura.

Me miró con dureza, como si lo que dijera quemara sus entrañas.

—No quiero convertirme en uno de esos hombres que venden a otros como mercancía.

—Entonces prepárate para la realidad —dije, dándole la espalda—. Aquí no hay espacio para sueños ni debilidades.

Hubo un silencio pesado, solo roto por un trueno distante.

—Mañana es la presentación formal —le recordé—. Tendrás que conocerla.

—¿Ella sabe algo?

—No. Melissa es inocente en todo esto. Una pieza más en este tablero.

—Eso no hace que esto sea menos injusto.

—No —concedí—. Pero es la única forma de mantenernos fuertes.

Lo dejé solo con sus pensamientos y salí, consciente de que en la mafia, la fuerza y el control siempre vienen por encima de cualquier otra cosa.

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Dmitry Moretti

Me quedé solo. Pensando. Resignado.

Giovanni se sentó frente a mí, cruzando las piernas, con esa expresión calmada y analítica que siempre lo acompañaba.




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