Cadenas De Seda Y Fuego

Entre Sombras y Tentaciones

Dmitry

...........................................................................................................No me suelta, por más que intento moverme, aunque sea un poco, sus manos siguen aferradas a mi camiseta como si eso fuera a protegerla del mundo y lo peor es que se está acomodando entre mis brazos como si fueran su maldito refugio personal.

No entiendo.No entiendo nada.

¿Acaso no se da cuenta de lo ridículo que es esto? ¿Que no es normal meterse en la habitación de alguien a medianoche solo porque está lloviendo? ¿Que no es normal acurrucarse así… conmigo?

Y sin embargo, ahí está, la escucho suspirar. Uno de esos suspiros profundos, largos, de cuando el cuerpo por fin se rinde al cansancio y de pronto… su respiración se vuelve regular, lenta.
Está dormida y yo… yo sigo aquí.

Con sus brazos enredados en mi costado, su frente apoyada en mi cuello, y su cuerpo completamente entre los míos. Como si esto fuera natural. porque cuando intenté moverlo, ella se encogió como si tuviera frío, como si yo fuera una especie de consuelo.

No lo soy y sin embargo…No la aparto, podría, debería y aún así, me quedo quieto.

Ella no me suelta y yo…no quiero que lo haga.

Y eso es lo que más me jode.

No sé en qué momento me venció el sueño, solo recuerdo haber parpadeado una vez, con el sonido de su respiración cálida en mi cuello… y luego nada, oscuridad. Silencio. Un descanso extraño.

Cuando abro los ojos, todo está quieto.

La tormenta parece haberse alejado, aunque todavía resuena un trueno lejano en la madrugada. La habitación está oscura, salvo por el tenue resplandor que entra por la ventana.
Melissa sigue ahí, aún más cerca.

Mi brazo está dormido bajo su cuerpo. Literalmente. Me arde hasta el codo. Y su mano está en mi pecho, respiro hondo.Me quedo mirándola unos segundos, me aparto con cuidado.

Con la misma precisión con la que desarmo un arma sin que suene, deslizo mi brazo, me incorporo. La muevo apenas, para no despertarla, ella se revuelve, murmura algo entre sueños, y se gira hacia el lado donde yo estaba, se aferra a la almohada, como si creyera que sigo ahí.

Camino hasta la puerta, la cierro sin hacer ruido, me rasco la nuca. Siento el cuerpo pesado y la mente revuelta.

Esto no puede repetirse, no debería haber pasado, no sé qué mierda fue eso, pero ya pasó y ella sigue dormida en mi cama.

Me largo a la cocina. Necesito café y aire.

La mañana es silenciosa. Al menos hasta que Giovanni aparece.

Estoy en la cocina, café en mano, repasando unos papeles mientras intento olvidar que hay una chica aún dormida en mi cama. Bueno, no cualquier chica: Melissa.

—Buenos días, cuore di pietra —dice Giovanni entrando como si el mundo le perteneciera, con esa sonrisa idiota que siempre trae cuando huele chisme.

Levanto una ceja, sin dignarme a responder. Sigo leyendo.

—¿Dormiste mal … o mal acompañado?

No necesito mirarlo , ya está en modo fastidioso.

—No empieces.

—¿No empiece qué? ¿A notar que esta mañana no hiciste tu ronda o? ¿O que saliste de tu habitación a las cinco de la mañana como si huyeras de un crimen?

Lo miro, solo lo suficiente para que entienda que está pisando terreno minado.

—Ajá… así que fue eso —sonríe aún más, con los brazos cruzados y los ojos brillando de diversión—. ¿Melissa?

No respondo y eso es peor.

—¡No me jodas que ella durmió en tu cama!

—No. Durmió. Yo me levanté —aclaro, seco, sin quitar la mirada de los papeles.

—Claro, claro, muy caballeroso tú. Pero dime, ¿cómo llegamos al punto en el que la princesita viene a pedirle ayuda al ogro?

—Le dan miedo las tormentas. Ya pasó.

—Ya pasó… ¿y te abrazó, o eso todavía lo estás procesando?

Le lanzo una mirada, no con rabia, sino con advertencia.

Pero Giovanni no se inmuta. Solo ríe. De esa forma que me dan ganas de partirle la cara.

—Esto es oro puro, hermano. Primero la arcilla, luego la decoración en la casa, y ahora… ¿una pijamada?

—Vete al infierno.

—No antes de decirle a Beatrice que tenemos nuevo huésped en tu habitación.

—Giovanni...

—Tranquilo —levanta las manos, teatral—, soy una tumba. Pero si Melissa sonríe hoy más de lo normal, ya sabré por qué.

Me levanto, dejo la taza sobre la mesa y camino hacia la puerta.

—Avisa si quieres que te lleve otro café esta noche —grita detrás de mí—. Por si el miedo a los rayos se vuelve costumbre.

No contesto, pero anoto mentalmente darle un golpe o dos.

Giovanni todavía sonríe como un idiota cuando cierro la carpeta que estaba revisando.

—Basta de estupideces —digo, en tono seco—. Tenemos trabajo que hacer.

Su sonrisa se atenúa, pero no desaparece.

—¿Qué hay en la agenda? —pregunta, sentándose frente a mí.

—Hay que revisar los informes de la semana, las cuentas y el movimiento de mercancía del puerto. Y quiero que confirmes la reunión con los de Milán.

Giovanni asiente.

—También tenemos que ver el tema del pago pendiente de los de Nápoles. Ya sabes que si se retrasan otra vez… —me mira, esperando que complete la frase.

—…no habrá próxima vez —respondo sin levantar la voz.

Durante un rato, el ambiente cambia, papeles, números, llamadas. Todo mecánico.
Es lo que me mantiene enfocado y lejos de ciertos pensamientos… como la imagen de Melissa entrando anoche a mi habitación.

—Te aviso que a mediodía tenemos que hacer una inspección en los almacenes —añade Giovanni.

—Perfecto. Quiero revisar todo yo mismo.

Sigo pasando páginas, marcando detalles con el bolígrafo, cuando Giovanni murmura, casi para sí:

—Aunque… no sé si la princesita va a estar contenta con que la dejes sola.

Lo ignoro o al menos eso intento.

Sé que si me enamoro, todo acabará mal.
No puedo darme el lujo de ser débil… no en este mundo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.