Cadenas De Seda Y Fuego

Cocina

Melissa

..............................................................................................................................................................................

El día siguiente empieza con un silencio pesado. No quiero hablar con nadie, pero siento que necesito contarlo, aunque sea un poco. Tomo el teléfono y marco el número de mi prima Sofi.

—Hola, Mel —su voz es cálida, como siempre—. ¿Cómo estás?Hace tiempo que no hablamos.

—Sí… —traté de sonar tranquila, pero mi voz traicionó un poco mi cansancio—. He estado… ocupada, ya sabes… con la cabeza llena y todo.

—Mel… —su tono cambió a suave y preocupado—. Sé que has estado pasando por cosas difíciles. Cuéntame, ¿cómo te sientes de verdad?

—No sé… —suspiré—. No es fácil explicarlo, algunas cosas me agotan, y otras me hacen sentir como si estuviera atrapada.

—Lo sé, prima. Y sé que no tienes que decirme todo, pero quiero que me escuches, debes cuidarte, Mel. Tú sabes que tu salud es importante, y que no puedes dejar que nada ni nadie te haga descuidarte, ¿verdad? Tú sabes lo que puede pasar si no lo haces.

Asentí, aunque ella no podía verme. Su voz tenía esa mezcla de calma y fuerza que siempre lograba tranquilizarme un poco.

—Sofi… a veces siento que todo está fuera de mi control. —Lo confesé con un hilo de voz—. Que no puedo hacer nada bien y que todo lo que haga podría empeorar las cosas.

—Mel… no digas eso. —Su voz se llenó de firmeza—. Eres fuerte, más de lo que crees. Solo recuerda que no estás sola. Siempre tienes gente que se preocupa por ti, aunque tú no lo veas en este lugar.

—Lo sé… —dije, intentando sonreír aunque un nudo se formaba en mi garganta—. Gracias por recordármelo.

Sofi suspiró, con esa mezcla de paciencia y cariño que siempre me hace sentir protegida.

—Mel, quiero que hagas algo por mí hoy. Cuida de ti misma. Haz algo que te guste, aunque sea pequeño. Cocina, dibuja, haz manualidades… cualquier cosa que te haga sentir viva y tranquila.

—Eso intento… —respondí, sonriendo un poco más—. Hoy pensé en hacer algunas manualidades, figuras de arcilla. Ya sabes, como mi pasatiempo favorito.

—¡Eso suena perfecto! —exclamó Sofi, animándome—. Hazlo, Mel. Sumérgete en ello y no pienses en nada más por un rato. Y por favor, come algo, aunque no tengas hambre.

—Intentaré… —dije, agradecida por su preocupación y por la normalidad que trataba de darme—. Gracias, Sofi. De verdad.

—Siempre, prima y recuerda, estoy aquí para ti, aunque sea por teléfono. No olvides lo importante que eres.

—Gracias.… —susurré, conmovida y con un poco de lágrimas contenidas—.

Colgué con el corazón un poco más ligero. Saber que alguien de fuera del mundo al que me había visto arrastrada se preocupaba por mí me hacía sentir menos atrapada, aunque solo fuera por un momento.

Respiré hondo y decidí bajar a la cocina. Quizá si mantenía mis manos ocupadas podría alejar esos pensamientos que me perseguían desde hace días.

El aroma a pan recién horneado y a café llenaba el aire cuando entré. Beatrice estaba en la encimera, cortando verduras con una destreza que me hacía pensar que nunca podría igualar.

—Buenos días —dije con una voz más suave de lo que pretendía.

Beatrice levantó la vista y sonrió, siempre con esa calidez tranquila que tenía para todo.
—Buenos días, señorita Melissa. ¿Durmió bien?

—Más o menos —me encogí de hombros—. Beatrice… ¿puedo ayudarte con algo?

Ella arqueó una ceja, sorprendida.
—Claro, pero… ¿quiere cocinar?

—No exactamente… —miré las verduras—. Tal vez cortar algo, o… no sé… poner la mesa.

Beatrice soltó una pequeña risa.
—No es común que usted baje aquí a estas horas. ¿Se le antojó algo?

Negué con la cabeza, bajando la mirada.
—No… en realidad no tengo hambre, no es que no quiera comer… es que no puedo, no se me apetece.

Beatrice dejó el cuchillo y se acercó un poco.
—Melissa… sé que no me corresponde meterme, pero debe comer algo. Aunque sea poco. Usted no está tan fuerte como cree.

Sus palabras me hicieron recordar las de Sofi y sentí un nudo en la garganta.

—Lo sé… —murmuré—. Intentaré. Solo… déjame ayudarte mientras. Así al menos me distraigo.

Beatrice sonrió, asintiendo, y me pasó una tabla con unas frutas para cortar.
—Entonces, empiece con esto. Y no se preocupe… yo me encargaré de que coma algo, aunque sea a escondidas.

No pude evitar sonreír un poco. Esa mujer sabía cómo cuidarme sin que me sintiera presionada. Me puse a cortar, intentando concentrarme en el sonido del cuchillo sobre la madera y no en todo lo que pasaba en mi cabeza.

Mientras cortaba las frutas con torpeza —porque, admitámoslo, mi pulso no es el mejor cuando estoy distraída— escuché pasos firmes acercándose.

—Vaya, vaya… —dijo una voz con un tono burlón—. ¿Y yo que pensaba que las princesas no bajaban a la cocina?

Levanté la mirada y vi a Giovanni apoyado en el marco de la puerta, con esa sonrisa que mezcla picardía y complicidad.

—No soy una princesa —contesté sin dejar de cortar—. Y no estoy “bajando a la cocina”, estoy… colaborando.

Giovanni arqueó una ceja.
—Colaborando… ¿o evitando comer?

Beatrice, que estaba detrás, soltó una risita disimulada.
—Yo no dije nada —dijo ella, levantando las manos como si se rindiera.

Rodé los ojos.
—Estoy ayudando, Giovanni. Y si te vas a quedar, puedes ayudar tú también.

Él se acercó despacio, como si la idea de poner las manos sobre algo que no fuera un arma o un vaso de whisky le diera alergia.
—Lo siento, señorita Melissa, pero mi contrato no incluye cortar fruta.

—Tampoco el mío —le respondí, y eso hizo que Beatrice soltara una carcajada de verdad.

Giovanni me miró con una sonrisa torcida.
—Bien, ya veo que se está adaptando al humor de la casa… o que empieza a tenerme demasiada confianza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.