Los hermanos Matías, Julieta y Samuel eran inseparables. Trillizos idénticos, compartían un vínculo que parecía casi sobrenatural. Sin embargo, su lazo estaba a punto de ser probado como nunca antes.
Todo comenzó una noche tormentosa. Matías, el más callado y reservado de los tres, empezó a actuar de forma extraña. Al principio, Julieta y Samuel pensaron que simplemente estaba pasando por una fase adolescente. Pero pronto se dieron cuenta de que había algo mucho más oscuro en juego.
Una noche, mientras los tres estaban reunidos en la sala de estar, Matías se levantó abruptamente. Sus ojos, normalmente amables y tranquilos, ahora brillaban con una luz maligna.
-Matías, ¿estás bien? -preguntó Samuel, dando un paso hacia su hermano.
Matías no respondió. En lugar de eso, comenzó a murmurar palabras en una lengua desconocida, susurrando de una forma que hizo que la piel de Julieta se erizara.
-Esto no está bien -dijo Julieta, agarrando la mano de Samuel-. Tenemos que hacer algo.
Decidieron consultar al viejo señor Ramírez, un anciano conocido en el pueblo por sus conocimientos en lo oculto. Ramírez los recibió con una expresión sombría después de escuchar su relato.
-El demonio Astaroth -murmuró-. Es uno de los más poderosos. Si ha tomado a su hermano, necesitarán toda la ayuda que puedan obtener.
Ramírez les entregó un antiguo grimorio y les indicó que realizaran un ritual de exorcismo en la casa familiar. Esa misma noche, mientras Matías dormía, Julieta y Samuel prepararon el ritual en el sótano.
Encendieron velas negras y dibujaron un círculo de protección con sal. Cuando Matías despertó, ya no era él mismo. El demonio se había apoderado completamente de su cuerpo. Sus ojos ahora eran completamente negros, y su voz resonaba con un eco profundo y amenazante.
-No pueden salvarlo -rugió Astaroth-. Matías es mío.
Samuel tragó saliva, tratando de mantener la calma.
-Matías, hermano, tienes que luchar. Estamos aquí contigo.
Pero Matías parecía perdido. Astaroth reía, burlándose de sus intentos.
-No tienes poder sobre mí -dijo el demonio-. Su voluntad es débil.
Julieta, con lágrimas en los ojos, comenzó a recitar las palabras del grimorio. La voz de Astaroth se alzó en un grito desgarrador mientras Matías se retorcía en el suelo. La lucha interior era evidente en su rostro, que cambiaba entre expresiones de agonía y momentos de lucidez.
-¡No puedo más! -gritó Matías en uno de esos raros momentos de control.
-Sí puedes, Matías -insistió Samuel-. ¡Somos tus hermanos, no te dejaremos solo!
La determinación en los ojos de Samuel y Julieta parecía darle a Matías la fuerza que necesitaba. Con un último esfuerzo, Matías se incorporó y miró a sus hermanos.
-Julieta... Samuel... -susurró, con su voz verdadera.
Astaroth rugió de nuevo, pero esta vez, Matías no cedió. Los tres hermanos comenzaron a recitar juntos las palabras del exorcismo, sus voces unidas en un canto desesperado.
La sala se llenó de una luz cegadora, y un viento helado recorrió el sótano. Astaroth gritó en ira y dolor, pero su poder se debilitaba con cada palabra. Finalmente, con un último grito ensordecedor, el demonio fue expulsado del cuerpo de Matías, y el silencio cayó sobre ellos.
Matías, agotado y tembloroso, cayó en los brazos de sus hermanos.
-Lo lograste, hermano -dijo Julieta, con lágrimas de alivio corriendo por su rostro.
-No lo hice solo -respondió Matías, con una débil sonrisa-. Lo hicimos juntos.
Los tres hermanos se abrazaron, sabiendo que su vínculo había sido probado y fortalecido. La experiencia los había marcado, pero también les había demostrado que no había oscuridad lo suficientemente poderosa como para romper el lazo que los unía.
El señor Ramírez, observando desde la distancia, asintió con aprobación. Sabía que los trillizos habían enfrentado una de las mayores pruebas de sus vidas y habían salido victoriosos. Pero también sabía que la lucha contra el mal nunca terminaba realmente.
Con el tiempo, los hermanos recuperaron una semblanza de normalidad, pero siempre recordarían aquella noche y la fuerza que encontraron en su unidad.
Porque, aunque el demonio había sido expulsado, la verdadera batalla había sido ganada en el corazón de Matías, donde el amor y la voluntad de sus hermanos habían prevalecido sobre la oscuridad.
Las semanas que siguieron al exorcismo fueron difíciles para Matías. Por las noches, los recuerdos de la posesión volvían a su mente, reviviendo el terror que había sentido. Una noche, mientras estaba en su habitación, decidió escribir todo lo que recordaba. Las palabras fluyeron de su pluma, como si al hacerlo pudiera exorcizar los últimos vestigios del demonio.
El Primer Encuentro
Matías recordó el momento exacto en que sintió por primera vez la presencia de Astaroth. Estaba solo en su habitación, leyendo un libro, cuando una sensación de frío intenso lo envolvió. Sus ojos se fijaron en el espejo de la pared y, por un instante, vio un reflejo que no era el suyo. La figura en el espejo tenía ojos negros y una sonrisa cruel.
"Te pertenezco", susurró la voz en su mente. Matías trató de gritar, pero su voz no salió. Una fuerza invisible lo arrastró hacia el espejo, y sintió como si su propia alma estuviera siendo arrancada de su cuerpo.
La Lucha Interna
Durante los días siguientes, Matías se sintió como un prisionero en su propio cuerpo. Cada vez que trataba de hablar o moverse, sentía la presencia de Astaroth empujándolo hacia el abismo. Había momentos en que lograba recuperar el control, pero eran fugaces y agotadores.
Una tarde, mientras estaba solo en casa, Matías aprovechó uno de esos momentos de lucidez para intentar comunicarse con sus hermanos. Cogió un bolígrafo y un papel y escribió apresuradamente: "Ayúdenme. No soy yo. M."