Cadenas Del Alma

La Niebla Del Pasado

En el corazón del antiguo Londres, donde las calles estrechas y empedradas se entrelazan como un laberinto, una densa niebla envolvía la ciudad cada noche, creando un ambiente lúgubre y misterioso.

Era en estas noches cuando las leyendas de Jack el Destripador cobraban vida en los susurros de los ciudadanos, y el temor se apoderaba de las almas más valientes.

Eleonor, Edmund y Evelyn, trillizos de dieciséis años, vivían en una casa antigua en Whitechapel, un barrio que había sido testigo de los horribles crímenes del pasado.

Desde pequeños, habían oído historias escalofriantes sobre el infame asesino que había aterrorizado las calles donde ahora jugaban y vivían. Su padre, un historiador obsesionado con los misterios de Londres, les había contado cada detalle, avivando su imaginación y llenando sus sueños de pesadillas.

Una noche, cuando la niebla era especialmente espesa y el aire estaba impregnado de una humedad opresiva, los hermanos decidieron explorar los callejones que rodeaban su hogar. Llevaban linternas antiguas que proyectaban sombras grotescas en las paredes, y sus pasos resonaban en el silencio inquietante.

—¿De verdad crees que Jack el Destripador todavía ronda por aquí? —preguntó Edmund, su voz apenas un susurro.

—Eso dicen las leyendas —respondió Eleonor, intentando sonar valiente—. Pero no somos niños. Sabemos que esas cosas no existen.

—¿Y si estamos equivocados? —murmuró Evelyn, su rostro pálido por la luz de la linterna.

De repente, un frío intenso les recorrió el cuerpo. La niebla parecía cobrar vida, moviéndose y retorciéndose a su alrededor. Un sonido sibilante, como un cuchillo afilándose, cortó el aire, y los tres se detuvieron en seco, sus corazones latiendo desbocados.

Frente a ellos, una figura oscura emergió de la niebla. Era un hombre alto, con un abrigo largo y un sombrero de copa que le ocultaba el rostro. Su presencia era tan perturbadora que los hermanos retrocedieron instintivamente.

—¿Quién eres? —gritó Edmund, tratando de disimular su miedo.

El hombre levantó la cabeza, revelando un rostro pálido y demacrado, con ojos oscuros y vacíos. La voz que surgió de sus labios era un eco de siglos pasados.

—Soy Jack —respondió—. Y he regresado.

La niebla se cerró aún más a su alrededor, y los hermanos sintieron como si el aire mismo los asfixiara. Eleanor intentó correr, pero sus pies estaban pegados al suelo, como si raíces invisibles la sujetaran. Evelyn se aferró a su hermana, mientras Edmund intentaba buscar una salida en el mar de niebla.

—No podéis escapar de mí —susurró el espíritu—. Mi sed de sangre nunca se sació.

Con un movimiento rápido, Jack se lanzó hacia ellos. Los hermanos gritaban, sus voces resonando en la noche silenciosa. Pero en el momento en que las sombras del asesino los alcanzaron, algo extraño ocurrió. Una luz brillante emergió de la nada, dispersando la niebla y haciendo retroceder al espíritu.

Era su padre, que había seguido a sus hijos, alertado por sus gritos. En sus manos sostenía un viejo amuleto, una reliquia que había encontrado en una de sus investigaciones. La luz del amuleto mantenía al espíritu a raya, y con un último grito de odio, Jack el Destripador desapareció en la noche, su figura disolviéndose en la niebla.

Los hermanos, aún temblando, se abrazaron a su padre, agradecidos por su intervención.

—No debéis jugar con las sombras del pasado —les advirtió—. Londres guarda secretos que es mejor dejar enterrados.

Desde aquella noche, Eleonor, Edmund y Evelyn nunca volvieron a deambular por las calles en la oscuridad. Sabían que la niebla escondía horrores que ni siquiera las leyendas podían describir por completo, y que a veces, los fantasmas del pasado pueden regresar para cobrar sus deudas.

FIN

 




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