Cadenas Del Alma

La Maldición Del Bosque Azúl

El bosque de Alburnia siempre había sido un lugar de misterio y leyendas. Los aldeanos, temerosos de los rumores que susurraban sobre él, evitaban aventurarse más allá de los primeros árboles. Decían que aquellos que se adentraban en el corazón del bosque jamás regresaban, o volvían cambiados, con miradas vacías y mentes destrozadas.

Una fría mañana de otoño, Daniel decidió que era hora de desentrañar los secretos del bosque. Había escuchado historias de niños desaparecidos, de luces azules que brillaban en la noche y de susurros que llenaban el aire. Armado con su valentía y una linterna, se adentró en la espesura, decidido a descubrir la verdad.

El aire era frío y húmedo, y el silencio era tan denso que sus pasos parecían ecos en una caverna. Los árboles, altos y retorcidos, formaban un dosel que bloqueaba la luz del sol, sumiendo todo en una penumbra constante. Daniel siguió un sendero apenas visible, marcado por huellas de animales y ramas rotas.

Después de horas de caminata, llegó a un claro. En el centro, había una roca grande cubierta de musgo, y alrededor, árboles más antiguos y altos que los que había visto antes. El silencio aquí era aún más profundo, casi sobrenatural. Daniel sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, pero su determinación no flaqueó.

De repente, una luz azul apareció en la distancia. Era tenue, parpadeante, y parecía moverse entre los árboles. Daniel, impulsado por la curiosidad, la siguió. A medida que se acercaba, la luz se hacía más brillante y constante, hasta que finalmente llegó a un pequeño claro iluminado por una docena de pequeñas luces azules.

En el centro del claro había un joven de pie, de aspecto extraño y etéreo. Su piel era pálida como el mármol, y sus ojos, de un azul intenso, brillaban con una luz propia. Parecía ajeno a todo lo que lo rodeaba, perdido en sus propios pensamientos.

-¿Quién eres? -preguntó Daniel, su voz apenas un susurro.

El joven levantó la vista, y Daniel sintió como si aquellos ojos azules pudieran ver directamente su alma.

-Soy Ezequiel -respondió con una voz suave y melancólica-. He estado aquí durante siglos, atrapado por una maldición.

Daniel dio un paso adelante, fascinado y aterrorizado a la vez.

-¿Qué te sucedió?

Ezequiel suspiró y comenzó a relatar su historia. Hace mucho tiempo, él era el guardián del bosque, encargado de protegerlo de cualquier amenaza. Sin embargo, un día, un grupo de forasteros llegó buscando una legendaria fuente de poder escondida en el corazón del bosque.

A pesar de sus advertencias, no desistieron y, en su búsqueda, desataron una antigua maldición que transformó a Ezequiel en lo que ahora era: un ser atrapado entre el mundo de los vivos y los muertos, condenado a vagar eternamente.

-No soy el único - dijo Ezequiel - Hay otros, como yo, atrapados aquí, víctimas de la misma maldición.

Daniel sintió una mezcla de compasión y temor. Quería ayudar, pero no sabía cómo.

-¿Hay alguna forma de romper la maldición? -preguntó.

Ezequiel asintió lentamente.

-Debes encontrar el corazón del bosque y destruir la fuente de poder que los forasteros buscaban. Solo entonces podremos ser liberados.

Daniel sabía que debía intentarlo. Se adentró más en el bosque, guiado por las luces azules que parecían querer ayudarle. El camino se volvió cada vez más difícil, con ramas espinosas y raíces que parecían intentar detenerlo. Sin embargo, no se rindió.

Finalmente, llegó a un gran árbol antiguo, sus raíces se extendían por todo el claro, y en su base, había una pequeña cueva. Entró, su linterna iluminando las paredes cubiertas de musgo. Al fondo de la cueva, encontró una piedra brillante, irradiando una luz azul intensa.

Sabía que debía destruirla, pero tan pronto como se acercó, sintió una presencia oscura. Una sombra se alzó ante él, una figura de pura maldad, con ojos rojos y un aura de terror. Era el espíritu de la maldición, protegiendo su fuente de poder.

Daniel, con el corazón latiendo con fuerza, levantó una roca y la arrojó con todas sus fuerzas contra la piedra brillante. El impacto resonó en toda la cueva, y la luz azul comenzó a parpadear y desvanecerse. La sombra emitió un grito desgarrador antes de disolverse en la oscuridad.

Salió de la cueva justo a tiempo para ver cómo las luces azules en el bosque se extinguían una por una. Ezequiel apareció ante él una última vez, sonriendo con tristeza y gratitud.

-Gracias -dijo- Finalmente, somos libres.

Con esas palabras, se desvaneció, y el bosque de Alburnia volvió a la normalidad, libre de su antigua maldición. Daniel regresó a la aldea, llevando consigo la historia de Ezequiel y la lección de que algunas leyendas no deben ser ignoradas. Desde ese día, el bosque fue un lugar de paz y serenidad, sus misterios desvelados y sus sombras disipadas.

FIN
 




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